Trilogía de la vida
Geoffrey Chaucer, poeta, cortesano, diplomático, miembro del Parlamento inglés y controlador de impuestos reales en el puerto de Londres, vio transcurrir gran parte de su vida en Génova, Florencia y Milán, aparte de algunos años en las cárceles francesas.Sin embargo, el hecho de que escribiera sus Cuentos de Canterbury tras del Decamerón no quiere decir que sufriera su directa influencia. En la literatura medieval, tal estructura de obras a base de breves relatos suponía un recurso habitual entre los escritores. Tanto si leyó o no a Boccaccio, su obra es famosa por el mundo vario y completo que retrata, por la caracterización de sus personajes y por la aguda penetración psicológica en la que se adelanta a sus contemporáneos.
Los cuentos de Canterbury
Según la obra de Geoffrey Chaucer. Guión y dirección: Pier Paolo Pasolini. Fotografia: Tonino delli Colli. Intérpretes: Pier Paolo Pasolini, Hugh Griffith, Franco Citti, Michael Balfour, Laura Betti, etcétera. Italia. Humor. Locales de estreno: Infantas y Peñalver.
Exposición no sólo de diversos retratos sociales, sino de muy diversas técnicas de narración, es lógico que su universo abigarrado, alegre y pintoresco, tentara a Pasolini. -aparte de otras consideraciones comerciales-, para sacar adelante su problemática Trilogía de la vida.
Pues tal trilogía, tras un inicio si se quiere brillante, viene a caer, a medida que se desarrolla, en un cine más espectacular que incisivo, de belleza exterior relativa, incapaz de enmascarar un fondo de frialdad iconográfica. En cambio sus alusiones a los maestros de la pintura, al cine actual, a Chaplin, a una serie de motivaciones vagamente contemporáneas, no consiguen situar al espectador en la estética especial con la que el realizador parece hallarse comprometido.
Incluso el humor declina entre relato y cuento, y el sexo, cordón umbilical -de su trilogía, de su canto a la vida, donde nunca faltan efebos ni escatología, al hacerse aquí insistente y elemental resulta a la postre menos divertido. Del episodio de las monjas del Decamerón a cualquiera de los que esta serie incluye hay una diferencia notable, subrayada en este caso por la circunstancia de que la ironía de Boccaccio salta a la vista, en tanto que los personajes de Chaucer no son tan elementales como Pasolini piensa; no en balde su galería de retratos ha dado lugar a tan diversas interpretaciones.
A lo largo del filme, cuyos buscados anacronismos se entienden bien, aunque resulten yuxtapuestos y forzados, el cuerpo, por insistir tanto en él, resulta mitificado, protagonista, como el sexo.
El interés ya proverbial del autor por ambos los reduce en este caso, y a pesar de la insistencia de sus exégetas habituales, a la mera condición de chascarrillos. Lo que en la obra original es razón de ser del verso y de la prosa, aquí renquea, aun buscando a la escatología secretas intenciones.
Finalmente, la aparición de Pasolini interpretando a Chaucer, convertido en nexo de unión y en cierto modo en protagonista literario, viene a subrayar una vez más, tras el Decamerón, su afán de protagonismo excesivo. Tanto su físico como su interpretación se despegan de la obra, la estorban, la reducen a un discurso que recaba para sí el interés de sus incondicionales. La justificación de las palabras que escribe cerrando el libro de Chaucer es más bien vacua. Chaucer concluía sus cuentos solicitando piedad para su alma. Pasolini los cierra -los cerró- declarando que los contaba por el placer de contarlos. Problemas de fe aparte, para tal viaje a través de los siglos no se necesitaba de tales alforjas confesionales. Que Pasolini no era Chaucer salta a la vista. Quien tenga alguna duda sobre el particular puede ir a conocer esta segunda parte de su trilogía. Parece realizada para demostrarlo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.