Teatro de información humana
Me parece inevitable y clarificadora la inmediata comparación de El gran deschave con ¿Quién teme a Virginia Woolf? Ambas se sitúan en la ya casi tradición del teatro contemporáneo de abordar el tema mayor de sus operaciones: un análisis de las relaciones humanas destrozadas por el cinismo, la desesperación y la vida alienante. Sin marco de vida ordenado ni significaciones finales, los comportamientos tienen todos rango parecido y la desesperanza derrota a aquellos seres que no pueden complementar, con riquezas interiores, su vida exterior. Por eso las acciones periféricas revelan el absurdo. Por eso la técnica, la única técnica, es una demostración progresiva de histeria, reveladora del vacío. Mejor que del vacío: del odio, el rencor, la envidia, la media locura, la indignidad. Antihéroes grotescos luchan animalizadamente a partir de cualquier vaga relación con la realidad. Esto diría yo, si no fuera porque un admirable instinto de Cecco y Chulak da en El gran deschave una altísima prueba de talento.Porque el absurdo de Albee, por ejemplo, se separó completamente del naturalismo para confundir el mundo real con el imaginado, como lógicamente ha de suceder si se prescinde de todos los sistemas filosóficos. Este abandono produjo un antihumanismo y diluyó el efecto, ante la resistencia y confusión de los espectadores, incapaces de relacionar a aquellos seres con la experiencia personal. Y este es el estupendo hallazgo de El gran deschave. Jorge y Susana no son héroes o antihéroes, sino personas. Su destino no nos permite sentimos superiores. Nos acercamos a ellos, desde luego, por vía emocional y no por vía intelectual. El factor desencadenante, del deschave -la televisión estropeada- no es más que una sarcástica alusión a la época y a sus correctivos. La tragedia no arranca de ese silencio, sino de las revelaciones que ese silencio provoca. Revelaciones aceradas, precisamente por la no renuncia al sociologismo, que aquí es un fondo gravitante, cargado de información humana sobre la vida en una gran ciudad, con etnias variadas y en ebullición. Teatro de indagaciones sobre la incomunicación, que mantiene los ritos y los ceremoniales en su propio paisaje. Excelente comedia de escritura desigual -primera parte superior a la segunda; sentido del humor superior al sentido trágico; lógica interna y subsiguiente articulación de mejor intensidad al principio que al final- que exige, en consecuencia, una interpretación de bandera.
El gran deschave,
de Sergio de Cecci y Armando Chulak.Escenografía, vestuario e iluminación: Carlos Cytrynowski. Dirección: Carlos Gandolfo. Intérpretes: Haydee Padilla, Nora Cullen, Federico Luppi, Roberto Pieri, José María Rivara y Jorge Murano. En el teatro Arniches.
Es lo que hace el sexteto de actores, con dos gigantes en cabeza: Haydee Padilla y Federico Luppi. La renta que sacan a sus personajes es soberbia. Sus diferencias, su choque vital, su ajuste de cuentas, respetan una concepción unitaria de los personajes que fuerza, precisamente, a la utilización de los matices menores. Sus voces son tensas, de articulación muy limpia, que completa una gran habilidad para pasar del naturalismo jovial al psicologismo percutante. Actores de profunda humanidad y estricta disciplina.
Ninguna improvisación. Una dirección segurísima. Y una cosa clara: poco lugar para la intuición o el sentimiento. Ni los autores, ni el decorador, ni los intérpretes, ni su director, abandonan un instante el norte bien definido y bien fijado: hacernos comprender. Nada menos que eso. La eterna intención por la que los seres humanos llevan 2.500 años asistiendo al teatro.
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