Conflictos inconscientes y padecimientos orgánicos
Se ha dicho muchas veces que toda la medicina es psicosomática, dado que al ejercerla nos enfrentamos siempre con un conjunto de fenómenos psíquicos y somáticos que es el individuo enfermo y en el que tratamos, o deberíamos tratar simultáneamente, tanto las necesidades físicas como las mentales. Todas las enfermedades, todos los fenómenos que tienen lugar en nosotros son, pues, en última instancia, psicomáticos. No obstante, es frecuente que este término se utilice en una acepción más restringida, para referirse a aquellos padecimientos en los cuales determinados mecanismos mentales se traducen en alteraciones físicas, esto es, padecimientos que consisten en la expresión de un conflicto psíquico a través de una sintomatología somática específica. Vamos a limitarnos por el momento a este significado restringido del término.Desde hace mucho tiempo se ha reconocido la importancia de los factores emocionales en la etiopatogenia de numerosas enfermedades, tan variadas como la úlcera gastroduodenal, la obesidad, el hipertiroidismo, el asma bronquial, la colitis ulcerosa, la hipertensión arterial, diversas afecciones cutáneas, etcétera. Pero, en el estado actual de la ciencia médica, ignoramos todavía cómo ocurre esto en último término, en qué consiste el mecanismo íntimo del paso de lo psíquico a lo somático. Estamos muy lejos todavía de ver cumplido el vaticinio de Freud, según el cual llegaría un día en el que nuestros procesos mentales podrían traducirse en términos de fenómenos fisicoquímicos. Quizá esta limitación se deba a nuestras propia constitución psíquica, que nos obliga a una dicotomía entre lo psíquico y lo somático y nos impide concebir al ser humano como una unidad.
Las investigaciones, sin embargo, avanzan partiendo de ambos polos, el psíquico y el somático, tendiendo a una aproximación y a una convergencia en un todavía lejano punto común. Así, debemos a la fisiología y a la fisiopatología el conocimiento de muchas de las complejas vías nerviosas y humorales a través de las cuales el sistema nervioso ejerce su acción sobre otros órganos y aparatos de nuestro cuerpo. Por su parte, la psicología nos descubre las peculiaridades de la personalidad de los enfermos afectados por ciertos trastornos psicosomáticos e incluso los conflictos mentales específicos subyacentes a determinados padecimientos orgánicos. Sabemos así que en el caso de muchas enfermedades psicosomáticas es necesario que en una época temprana de la vida, cuando todavía no existe sino un yo rudimentario, se produzca el trastorno de un órgano, coincidiendo con la existencia de un conflicto psíquico primitivo. Se crearía entonces lo que se ha llamado una unidad psicosomática, la interacción entre un órgano dado y un conflicto psíquico.
Posteriormente, en el curso del desarrollo, la acción de otros factores psíquicos y somáticos consolida esta unidad que es incluida en la personalidad del sujeto, quedando el órgano sensibilizado para expresar un conflicto mental. Si en un ejemplo simplificado imaginamos que un niño pequeño sufre una afección de las vías respiratorias, acompañada de fenómenos de ahogo, pongamos por caso, y esta afección coincide con un período de importantes vivencias de angustia y abandono, la interrelación de ambos hechos, unida a la acción de otros factores en el curso del desarrollo ulterior, puede determinar que los conflictos psíquicos tiendan a expresarse a través de una sintomatología de las vías respiratorias y a favorecer la acción sobre éstas de factores físicos, como los gérmenes patógenos, los alergenos, etcétera. En última instancia, la base que ha posibilitado este proceso se habría originado en una época de la vida en la cual las emociones y el pensamiento se hallan mucho más próximos a sus bases somáticas que en el adulto.
Fantasías inconscientes
Para comprender esta primitiva relación entre lo psíquico y lo somático e intentar profundizar en ella partiendo del polo psicológico, es útil el concepto psicoanalítico de fantasía inconsciente, ya que ésta es en su origen el contenido psíquico más próximo a las bases somáticas del pensamiento que podemos imaginar en la actualidad. Constituyen, por así decirlo, una interpolación entre las percepciones somáticas y el pensamiento conceptual del adulto.
Estas fantasías primitivas se forman antes de la adquisición del lenguaje, en base a imágenes y emociones ligadas a sensaciones corporales y sólo posteriormente pueden ser traducidas en palabras. Resultan extrañas a nuestro pensamiento adulto y en el curso del desarrollo psíquico quedan relegadas al inconsciente, del que sólo emergen mediante la aplicación de métodos adecuados o espontáneamente en sueños y en algunas psicosis. Así, en un cuadro psicosomático de las vías respiratorias desencadenado por una situación de abandono y de pérdida, por ejemplo, comprobaremos que estas circunstancias actuales reactivan fantasías inconscientes muy primitivas de peligros de muerte por hambre y por frío y que este proceso mental inconsciente es el que hace posible la somatización. La validez de estos conceptos queda comprobada cuando, mediante la interpretación y la elaboración de estas fantasías y de sus complejas conexiones intrapsíquicas, hacemos desaparecer la sintomatología somática.
Falta de preparación psicológica
Frente a los cuadros psicosomáticos podemos recurrir a tres formas principales de terapéutica. Un primer grupo está constituido por las terapias médicas y quirúrgicas. Son las más frecuentemente empleadas y ello por varios motivos. En primer lugar, porque pueden ser indispensables para salvaguardar la vida del enfermo o evitar a éste grandes sufrimientos. En segundo, porque muchas veces, a pesar de vislumbrarse el origen psicosomático del síntoma, no podemos, dado el estado actual de nuestros conocimientos, actuar eficazmente sobre él a través de la psicoterapia. Otras veces, el carácter benigno o pasajero del cuadro hace inadecuado recurrir a procedimientos complicados. Si sufrimos un dolor de cabeza consecutivo a un disgusto no recurrimos al psicólogo para que éste nos revele las raíces inconscientes del problema: un par de comprimidos analgésicos harán desaparecer la cefalea.
Finalmente, hay que tener en cuenta nuestra falta de preparación psicológica para abordar determinados problemas, ya que nuestras pautas culturales nos inclinan mucho más a buscar una solución médica o quirúrgica que una solución psicológica. Si un niño presenta un cuadro de amigdalitis cada vez que sus padres van a emprender un viaje, se tratará de un claro padecimiento psicosomático en el cual el conflicto psicológico desencadenado por la inminencia de la separación determina una baja de las defensas locales que permite actuar a los gérmenes de la rinofaringe. Pero los padres habitualmente se limitan a quejarse de lo que suelen llamar una coincidencia y avisan al pediatra, el cual, con la administración de algunos antibióticos, pone fin a la sintomatología. Y aunque esto sea necesario e imprescindible en muchísimos casos, no es menos cierto que al niño no se le ayuda a expresar simultáneamente su conflicto. Esto puede tener importancia en numerosas ocasiones, dado que si un conflicto psíquico es importante y se le bloquea su vía de expresión -la amigdalitis en este caso- tenderá a buscar otras vías para manifestarse, sean éstas psíquicas o somáticas.
Múltiples posibilidades
Un segundo grupo terapéutico está constituido por la diversas formas de psicoterapia, que van desde las simples medidas ambientales, cambios de hábito de vida o de trabajo, etcétera, hasta las técnicas que tratan de esclarecer el conflicto inconsciente. Finalmente, cuando este conflicto esté íntimamente ligado a las raíces de la personalidad, recurriremos al psicoanálisis. Este, por ser un tratamiento lento y prolongado y con una técnica ad hoc, induce a una regresión temporal durante las sesiones y podría compararse a una amplia incisión quirúrgica que nos permite el acceso a los niveles más profundos del inconsciente.
Lo dicho hasta aquí se refiere a los llamados padecimientos psicosomáticos en el sentido más estricto del término. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que el concepto de medicina psicosomática es mucho más amplio, ya que no podemos concebir un proceso orgánico sin una repercusión psíquica, aunque ésta puede pasar inadvertida, ni un mecanismo psíquico sin su contrapartida orgánica, sea ésta detectable o no por nuestros actuales medios de observación. Por ello, el campo de colaboración entre el médico clínico y el psicoterapeuta está abierto a prácticamente todas las actividades médicas. Una lista de las posibilidades sería interminable. En algunos países, por ejemplo, existen centros en los cuales los enfermos que han de ser intervenidos quirúrgicamente son sometidos a un tratamiento psíquico previo y posterior a la operación, por haberse demostrado estadísticamente que éste influye de manera favorable en la evolución quirúrgica.
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