Una pantomima de pasión y talento
«Los vicios entran en la composición de las virtudes como entran los venenos en la composición de los remedios», dijo La Rochefoucauld -naturalmente-, como recordaba un día Decroux glosando los problemas de gesticulación de los mimos. Es el punto de vista de Lindsay Kemp. Depurar una línea, ampliarla, convertir el gesto en actitud, reunir esas actitudes hasta organizar un movimiento y articular la descomposición de lo real de tal forma que se recomponga un ideal. Esta «manera». coincide, en bastantes puntos, con una actitud poética generalizada. Algo que también conoce perfectamente Kemp. Su espectáculo, es, pues, una meditación poética, idealizante, desarrollada con rigor, materialista, astuta, medrosa, egoísta, lírica y razonada, sobre el amor -homosexual- y, lógicamente, la muerte. Y esta reflexión de alta y muy bella plasticidad se realiza bajo la protección de una base técnica sencillamente insuperable.El punto de partida del espectáculo es una meditación sobre Notre dame des fleurs, de Jean Genet. La meditación no es directa. El texto de Genet tiene 35 años y este tiempo ha servido para que nuestra sociedad, de alguna manera, asumiese sus culpas en la segregación y proscripción de muchas castas y conociese, a la vez, sus reacciones, sus códigos, sus magias, su lenguaje y sus embriagueces. Por otra parte, esa misma sociedad sabe hoy, con toda claridad, que las castas que trató de expulsar sueñan permanentemente con un gratificante y absoluto desquite. Lo que queda en pie es el famoso tabique de vidrio que Bataille, como Sartre, acusaron como un obstáculo a la comunicación de Genet con su audiencia. Ese tabique es el que rompe, creo yo, Lindsay Kemp, permitiendo que el lirismo visual encauce cálida y lúcidamente la comprensión de Genet. Se trata de una sustitución del personaje -tal como lo entendía el sicologismo, al menos- por el signo, y del empleo de ese signo como una metáfora completa de lo que el disuelto personaje representa en el mundo en general. Algo que sólo puede lograrse inyectando cierto orientalismo, con sus magias y sacralizaciones, en un relato que, al fin y al cabo, procede de un escritor crecido y habilitado por la cultura occidental.
Flowers
(Pantomima para Jean Genet.)Dirección: Lindsay Kemp. Asistente: Celestino Coronado. Luminotecnia: John Spradbery. Música electrónica: Andrew Witson. Percusionista: Joji Hirota. Intérpretes principales: Lindsay Kemp, Atilio Eduardo López, Annie Huckle y Robin Courbet. En el teatro Martín.
Gran fiesta, como siempre que la imaginación derrota al naturalis mo y restablece a la poesía en su puesto y su destino. Luz, sonidos, imágenes, cuerpos de extraordinaria expresividad, sonrisas, lágrimas, tensiones y dolor convierten en plástica claridad los dramáticos tormentos del mundo de Genet. Un fortísimo soplo romántico po tencia el completo discurso de Flowers. Kenip se emociona, contro ladamente, para defender la ino cencia de todo ser fiel a su destino personal. No hará falta decir que Kenip tiene poco que ver con el mundo de las pantomimas y los mimodramas. Su territorio es el del mimo trágico: un hombre acosado, en plena lucha existencial, un hombre en su intimidad, que con vierte en símbolos generales los problemas de su dignidad personal y aun de su propia vida.
La concepción de Flowers, como la de cualquier otro espectáculo, es un don. Su ejecución es un trabajo y una técnica. La simbiosis entre lo que se concibe y lo que se ejecuta es la que produce obras maestras. Situacíón que se da en Flowers. Al fin y al cabo, un movimiento es una expresión más de la civilización en que se produce. Pero en Flowers todos los movimientos, individuales o colectivos, se inclinan crítica y patéticamente sobre esa civilización. Y así el espectáculo pasa de ser la demostración de una técnica a ser la prueba de una gran pasión y, por supuesto, de un gran talento.
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