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Peridis y sus animalillos políticos

Bajo el título general Los animalillos políticos, acaba de ver la luz un libro de Peridis, el primer libro de Peridis, resumen selectivo de esas tan familiares e incisivas viñetas que día a día ilustran el acontecer público (y llegan no pocas veces a entrañar el editorial o artículo de fondo y fuste) en las páginas de EL PAIS. Y lo que en principio cabría remitir a la sección crítica de libros viene al comentario propio del arte en atención exclusiva de la excelencia del dibujo, a la intrínseca validez de la ilustración por encima de lo eventual y diariamente ilustrado, fundamento y vehículo de una auténtica iconografía nacional.Desde el título al colofón, la trama entera del libro de Peridis se atiene ejemplarmente a las ideas de síntesis y economía de lenguaje. El platónico, abstracto, singular y categórico animal político da paso en la portada a la plural y fraternal disposición franciscana del diminutivo (los animalillos políticos), en tanto el continente y el contenido de la última ilustración que en el libro se nos brinda concretan el colmo de la identidad: una única línea de dibujo configura el entorno y define a los personajes en él enmarcados, generadores y presos de sí mismos (don Joaquín y los Gil-Robles saltando a la comba sobre la esperanza de sus desilusiones).

Extremada capacidad de síntesis y ahorro de lenguaje (notas, ambas, definitorias de la expresión en general y del particular mensaje gráfico) explican lo más y mejor, material y conceptualmente, del quehacer de Peridis. Nuestro hombre realiza sus dibujos en el mismo tamaño, o a la misma escala, en que la imprenta los reproduce y usted los contempla cada mañana del año. En posesión del pulso y morosidad de un pendolista, Peridis concibe, reduce y traduce cada una de sus semblanzas y semblantes hasta convertirlos en miniatura, mejor que caricatura, de sí mismos, rebajándoles los humos y confiriéndoles la natural condición y advocación del diminutivo.

Raro, el don de imaginar a todo un personaje, a toda una asamblea de personajes públicos, en los términos gramaticales del diminutivo y con la indicación semántica de la miniatura. Capacidad milagrosa, la suya, a la hora de trasladarlos, sin más, de la imaginación al dibujo, y del dibujo a la rotativa, sin que pierdan una pizca de su condición civil, de su espontánea incardinación entre los otros personajillos del barrio. ¡Los ínclitos padres de la patria, trocados en afables protagonistas de historieta, en los Carpanta, Carioco, Mortadelo y Filemón... de la cosa pública!

Y junto a la insólita facultad material de reducir talla y talante de los ilustres, la preclara virtud conceptual de condensar en el suma y sigue de cuatro estampas (cuatro suelen ser las viñetas que conforman la cotidiana tira de Peridis), la enjundia de un argumento que había de hurtar al lenguaje literario unos cuantos capítulos. Lo que recabaría del escritor un buen mazo de cuartillas queda resumido, y bien resumido, por Peridis en la trama minimal (como hoy se dice) de unos rasgos que el mismísimo McLuhan para sí quisiera, al ejemplificar la preeminencia de una imagen sobre un millar de palabras.

Acción en tres instantes

Peridis ha logrado reducir y ajustar sus historietas a las tres unidades clásicas (de lugar, tiempo y acción) y acomodar, de paso, la acción de los tres instantes (planteamiento, nudo y desenlace) en que el drama se desglosa de acuerdo con el canon. Así de simple es su esquema: una viñeta, o tarjeta, de presentación, otra de iniciación, otra más de conflicto y una última y previa a la clásica caída del telón. En cada una de las tiras de Peridis la acción es una y única, y único también, el protagonista respectivo.Uno y único es igualmente el tiempo, y lo es por su perfecta y reductiva concordancia con los tres aludidos instantes en que el tiempo se desglosa. Si, a tenor de la normativa aristotélica, ha de durar el drama de sol a sol, análoga es la duración asignada por Peridis al acontecimiento que de sol a sol traen y llevan las páginas volanderas del periódico, con leves adjetivaciones y alternativas (todo es leve, o venial, en nuestro hombre) en torno al animalillo del día. Unica y efímera circunstancia temporal, abierta como un paréntesis a las glorias o desventuras domésticas, al bien o mal quedar entre compadres.

Unico, en fin, el símbolo que caracteriza y define, día a día, al personaje del día; único y unívocamente identificado con el animalillo al que representa o suple por vía. de enigmática transustanciación: columna= Suárez; alcantarilla = Carrillo; aureola de santidad =Ruiz-Giménez;pitillo parroquial = Tarancón; insolente pitillo de atrevido adolescente a cuerpo limpio y a por todas = Felipe; indefinida espera, cual barba de tres días= Tierno; turbulenta y amenazante diáspora -¡la diáspora es mía!- de sí mismo= Fraga; metamorfosis galopante entre el yelmo, el puchero y el guardián= Martín Villa; -cara y cruz de un aparente ente siamés =don José María y, otra vez, don Joaquín...

Milagrosa me parece esta capacidad de reducir al personaje a menos que su entorno y simplificar el contorno en símbolo más y más diezmado. Tan estrecha resulta la correlación que Peridis establece entre los personajes y sus respectivos símbolos, que son éstos los que, definitivamente encarnados en sus destinatarios legítimos, realmente los definen, y mucho mejor que sus propios temperamentos, cargos, humores, logros, infortunios, ascensos, coyunturas, alternativas... y otras tantas opciones de poder o de simple gobierno.

Personajes y símbolos

Vano les resultaría el recurso al más sutil de los camuflajes. Peridis los persigue y los descubre bajo sus hábitos, por muy penitenciales que éstos sean, y sin necesidad de que den paso al monje, al cocinero o al diablo. Llegó la Semana Santa, y los animalillos trataron de disimular sus humanas y explicables vergüenzas bajo túnica de cofrades. En vano. No tardó Peridis en distinguirlos y volver a retratarlos bajo sus veladuras y con el perfil sumarísimo que semejantes velos proporcionan a quien conoce a fondo las artes franciscanas de la reducción y los populares oficios del ahorro, el del lenguaje a la cabeza.Peridis ha trazado, en última instancia, toda, una iconografía nacional al alcance de la mano. Aquel fenómeno de mayestática lejanía (el aura, dicho con palabras de Walter Benjamín) que adornaba los símbolos de antaño y concitó en otro tiempo rendidas devociones, ha parado, por obra y gracia suyas, en asunto de afable vecindad, en protagonismo de historieta, cuyas trazas obedecen a la reducción material del dibujo que de la mano del artista va a las tintas de la rotativa y de éstas a los ojos bonancibles del ciudadano común, de sol a sol, como el drama clásico y como el diario de la mañana.

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