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Comienza el ciclo de conciertos del LIM

En la sala pequeña del Centro Cultural de la Villa de Madrid tuvo lugar la inauguración del ciclo de conciertos que el LIM (Laboratorio de Investigación Musical) va a desarrollar durante esta temporada, en el cual se incluye un buen número de primeras audiciones.

Poco público acudió a la primera convocatoria del interesante ciclo organizado por Villa Rojo. La coincidencia de horario con otros conciertos (una orquesta de cámara y un recital de órgano) sólo son leves atenuantes, porque la causa sigue siendo la pereza del aficionado madrileño ante los programas innovadores.A pesar de los peligros de un techo tan bajo, la acústica de la sala parece ser buena para formaciones instrumentales reducidas, pero hay que advertir acerca de la deficiente insonorización con respecto al exterior: la cortina de agua del Centro Colón, tan simplona a la vista como estruendosa para el oído, se hizo notar como fondo, y llegaban igualmente lejanas voces del hall y música procedente de la sala grande.

Salvado algún titubeo en los comprometidos cantos de violín y clarinete con que se inicia el Largo, de Ives, los cuatro instrumentistas evidenciaron su clase interpretativa y su identificación con las obras. Fueron Francisco Martín (violín), Jesús Villa Rojo (clarinete), Luis Rego (plano) y Joaquín Anaya (percusión).

La Oda, de Denisov, fue bellamente expuesta, sobre todo en su segunda sección, con el canto del clarinete sobre el clima tímbrico servido por el piano y la percusión. Los Versos a cuatro, de Angel Olíver, obra dedicada a Villa Rojo, se inclinan hacia el protagonismo del clarinete, requerido de gran cantidad de efectos técnicos.

Con carácter de estrenos absolutos se ofrecieron Escorpión, de Cruz de Castro, y Tientos de un tiempo crítico, de Francisco Otero. Escorpión presenta un curso muy simple, basado en el intercambio continuo de unas células rítmicas fijas, pronunciadas con diferentes recursos tímbricos y a diferentes alturas e intensidades; por densificación sonora se llega a un brillante final que, no obstante, no evita una cierta sensación de exceso de longitud. Los Tientos, de Francisco Otero, constituyen una composición atractiva, muy elaborada instrumentalmente: violín, clarinete, percusión y piano tienen a su cargo importantes intervenciones a solo ha cia el final de la obra, respondiendo tanto al espíritu del tiento, que el autor ha querido recrear y adaptar a su lenguaje, cuanto a los típicos procedimientos del jazz.

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