Nuevos fallos presidenciales en las Ventas
Plaza de Las Ventas. Cinco novillos de Filberto Sánchez de Rubiales, desiguales de presencia, serios, bien armados; cumplieron en general con los caballos con casta. Y uno (sexto) de García Romero, inválido y protestado.Chinito de Francia: Buena estocada de la que sale cogido (Palmas y pítos). Media estocada baja, tres pinchazos, estocada delantera (Aviso) y descabello (Bronca). Pedro Mariscal: Siete pinchazos, estocada-y rueda de peones (Pitos cuando saluda por su cuenta). Media trasera y tendida a toro arrancado, pinchazo, otro hohdo, delantero y atravesado, nuevo pinchazo, uno hondo tendido (Aviso), pinchazo y tres descabellos (Silencio). Manuel Gómez debutante: Pinchazo y estocada (Palmas pítos al saludar por su cuenta). Dos pinchazos y bajonazo
Es un problema esto de los presidentes. Otras veces hemos dicho que está en ellos gran parte de la responsabilidad de que la fiesta no transcurra por cauces normales, puesto que si el reglamento (cuya reforma, por cierto, no es necesaria en absoluto, cuando menos en lo esencial) se cumpliera en todos sus extremos., muy posiblemente habría esplendor donde ahora hay decadencia. Quizá sea, desde luego, demasiada responsabilidad para las cuatro perras que les pagan por este cometido, pero que sepamos ningún fúncionario del Cuerpo General de Policía está obligado aceptar esta misión, y, por otra parte, el consecuente tanto como estricto ejercicio de la autoridad -el cumplimiento -del deber, en fin- debe ser mayor estímulo que los honorarios, para todo policía que ocupa el palco presidencial.Ayer lo ocupaba el comisario Mínguez, quien un par de semanas -atrás presidió de manera impecable.Son, por tanto menos explicables sus fallos. El principal, consentir que se lidiara el sexto, inútil de toda evidencia desde que apareció por los chiqueros, y que. como tal lo denunció el público con una, protesta ruidosa y creciente. Se caía el novillo.Y tantas veces rodó por la arena, que se desátaron las iras en el tbndído y llovieron almo hadillas. En materia de avisos, el señor Mínguez cumplió siempre el reglamento, y en cuanto a los cambio de teiicio, por lo que respecta a los primeros, se equivocó en casi todos. La novillada de Filiberto Sánchez de Rubiales fue desigual de-presencia en una línea de respeto y seriedad, con algunos ejemplares escurridos, la mayoría bastos, pero todos con casta y fortaleza. Y no se les dio el suficiente castigo. ResuItó absurdo el cambio precipitado de tercio en el que abrió plaza, el cual prácticamente sufrió sólo dos picotazos, en el primero de, los cuales derribó.
En estas circunstancias, y además con el viento racheado y gélido, y con la mala lidia que se les dio casi sin excepciones, los segundos tercios fueron dificiles para los banderilleros, y en el último los espadas sencillamente no podían con sus enemigos. El Chino de Francia pasó apuros tremendos con su lote, al que no pudo domeñar. El tercero volvió loco al debutante Manolo Gómez, que no sabía dónde colocarse para no verse acosado y desarmado, y sufrió una voltereta tremenda. También tuvo voltereta, y de abrigo, Pedro Mariscal en el tercero, pero hay que subrayar aquí su muleteo de mando, en el que consentía y aguantaba los parones de la res y logró resolver la falta de fijeza de ésta con una faena sobre ambas manos, bien ligada y bien rematada, serie a serie, con importantes pases de pecho. En el quinto, en úambio, no pudo haber ligazón, pues a la salida de cada pase el novillo se quedaba como lelo, mirando a la Casa de Campo (mucha tela roja había ese día en la Casa de Campo, de manera que se comprende) y sería excesivo exigir que un principiante resolviera la papeleta del novillo tuno que se llama andana. Sí habría que exigirle, sin embargo, que matara mejor, pues lo hace muy mal, sin técnica y sin fe, a la última. El Chino de Francia, en cambio, nos sorprendió en su primero con un estoconazo entrando a ley, del que salió cogido.
Al sexto, Gómez le quiso hacer el toreó, con cites de frente, y desplantes, pero no valía: era el novillo inválido de la bronca y de las almohadillas. «¡Eso al otro, al otro!», decía la gente, que no pasa una. Y la fiesta no pudo acabar en paz.
Babelia
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