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Josep Tarradellas

Veintitrés años presidente de la Generalitat en el exilio

Con los decretos por los que se restablece la Generalitat de Cataluña obtiene el poder máximo del autogobierno de Cataluña Josep Tarradellas, persona que en su avanzada edad -78 años- y su innegable compromiso político con la II República española -fue jefe del Gobierno catalán durante gran parte de la guerra civil- convertía a los ojos de numerosos observadores políticos en alguien que aspiraba a un cargo totalmente inalcanzable.Por tercera vez en su vida, Tarradellas ocupa el máximo protagonismo político en un momento histórico particularmente difícil, como es el actual, de tránsito entre una dictadura y la democracia. Tal circunstancia también tuvo efecto en abril de 1931, en que Tarradellas fue el innegable organizador -desde su cargo de secretario general de Esquerra Republicana de Catalunya- de las elecciones municipales que trajeron la República.

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Con la normalidad republicana posterior, Tarradellas mostró un claro alejamiento de la actividad política. Su protagonismo lo recuperó el 19 de julio de 1936, cuando se presentó al presidente Companys en unos momentos en que no estaba clara la supervivencia de la República. Companys, al comparar la valentía de Tarradellas con otras actitudes le nombró jefe del Gobierno catalán.

Otra curiosa característica de la personalidad política y humana de Tarradellas nos viene dada por un hecho evidente: el que a menudo se le compare con otros dos políticos que tienen en común el hecho de ser nacionalistas y militares. Estas dos figuras que admiten perfecta comparación con Tarradellas son el coronel Francess Maciá y el general De Gaulle. Esta curiosa paradoja incrementa en significado si tenemos en cuenta que Cataluña no es un país que precisamente se distinga por la tendencia de sus habitantes hacia la carrera de las armas.

Josep Tarradellas tiene, sin duda, características personales y políticas que le unen a ambos estadistas. Por un lado, su imagen bondadosa y apacible, unida a un trato personal de una corrección ya poco frecuente, contrastan con una dureza política también sin parangón, cuando cree que están en juego cuestiones que él considera vitales para su país.

Con sus características personales era absolutamente ilusorio pensar que Tarradellas podría ceder sus poderes a la coalición socialista, vencedora el pasado 15 de junio en algunas circunscripciones catalanas, como también lo era ver en Tarradellas una prolongación de Suárez en Cataluña. Los hechos, en efecto, han mandado, al traste ambas consideraciones: Tarradellas no ha cedido ningún poder y gobernará con los comunistas, lo cual constituye una diferenciación más que sustancial con relación a Suárez.

La próxima sorpresa consistirá en ver que Tarradellas regresa a Cataluña, entre el 20 y el 25 del próximo mes de octubre, con el claro y confesado deseo de realmente gobernar. Este deseo de gobernar puede estar en el centro de vivas polémicas por cuanto que al revés de lo que sucedió en 1931, Tarradellas no es el resultado directo de una mayoría parlamentaria. El gran problema de Tarradellas será, pues, crear unos aparatos políticos que puedan contrarrestar con posibles discrepancias entre su labor de gobierno y sectores parlamentarios.

La forma de obrar de Tarradellas en las próximas circunstancias es perfectamente predecible. Negociará con unos e intentará minar el poder de otros. El sentido de esta labor no será disminuir las competencias políticas de Cataluña, sino, todo lo contrario, incrementarlas, pero siempre desde una óptica de diálogo y comprensión con el poder central.

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