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El novillo que no quería aprender latín

Es necesario haber visto muchas corridas, casi la vida entera dedicada a esto, para recordar otra lidia tan infame como la que le dieron al cuarto novillo. Salió abanto, y nadie era capaz de pararle. El matador, Alfredo Herrero, le pegó unos sabanazos. El picador, con un caballo que se iba de la suerte en cuanto veía cerca los cuernos, metía varazos donde cayeran (todo es toro, también se dice entre iniciados), y cuando podía sujetar al cuadrúpedo que le servía de trono, hacía la carioca, además. El tercio de banderillas, protagonizado por despavoridos banderilleros, fue un suceso sorprendente, con carreras, saltos al callejón, batacazos en el desenlace de dichos saltos, y el resto de los incidentes habituales en estos casos.Nadie crea que el novillo era un pregonao. Serio y bien armado por lo que se refiere a su facha, sí, manso por lo que a su catadura, si, pero tenía su nobleza, que con semejante ajetreo fue perdiendo, aunque no mucho. Yo diría que más bien era tonto. Un toro así tratado, aunque bondadoso de natural -de esos que dicen hermanitas de la Caridad-, a pocas luces que tenga, aprende en seguida latín. Pero el guardiola de marras muy pocas luces debía tener, pues aprendía, cierto, pero tan poco a poco y tan cogido con alfileres, que cuando llegó el último tercio aún tenía faena. Herrero no quiso hacérsela y en cambio se empeñó en darle clase de idiomas en régimen acelerado, para nota.

Plaza de Las Ventas

Cinco novillos de Guardiola Domínquez y uno (sexto) de Salvador Guardiola, bien presentados, bonitos, con casta -aunque no fueron bravos con el caballo-, manejables. Derribó el primero. Alfredo Herrero: Dos pinchazos sin soltar, estocada y rueda de peones (silencio). Siempre a paso de banderillas, con el novillo sin cuadrar y apuntando a la tabla del cuello, siete pinchazos, media atravesada, rueda de peones, otra media atravesada, (aviso), dos pinchazos más y estocada delantera (pitos). Sánchez Puerto: Bajonazo y descabello (silencio). Dos pinchazos y tres descabellos (silencio). Juan Rafael, de Salamanca, debutante, pinchazo y bajonazo volviendo la cara (silencio). Estocada caída y rueda de peones (algunos pitos).

Herrero teacher, mantazo va; franelazo viene, amplió sus lecciones intensivas con un curso por correspondencia de mandobles al cuello, que el educando soportó en plan mártir, hasta que prefirió morirse. «Prefiero morirme», dijo. De verdad que lo dijo; en latín. Y se murió. No se quejará Herrero de su mala fortuna, pues el otro novillo que le correspondió era canela en rama, y lo desperdició, con un muleteo despegado, pico piconero para citar, paso atrás para embarcar, carrerita para rematar, etcétera. Si no quiere ser torero, ¿qué hacía en Las Ventas vestido de luces?

Mas no era sólo él. Juan Rafael debutante, también se las trae. Su primer novillo -otro manejable animal- le achuchó varias veces por equivocarle los terrenos y el trasteo salió deslucido. A un novillero se le disculpa que equivoque terrenos y otros capítulos de la tauromaquia; pero lo que no tiene disculpa es lo que le hizo al sexto, un encastado guardiola (rama Salvador) perfectamente toreable: pegarle mantazos a la desbandada, sin el menor recato. Así que digamos a coro, una vez más: si no quiere ser torero, ¿qué hacía en Las Ventas vestido de luces?

Sánchez Puerto ya es otra cosa: se trata de un torero. Digamos que no tuvo su tarde para explicar que el quinto admitía mejor faena que esos derechazos del desánimo que le instrumentó. Bien estuvieron los molinetes, los ayudados por bajo a dos manos, pero no puede conformarse con detallitos quien posee condiciones para abrirse paso en esta profesión. A su otro enemigo, probón y de corto recorrido (quizá porque no tenía fuerza), le dio una larga de rodillas, verónicas también de rodillas y otras de pie, ganando terreno; ayudados por alto y por bajo cargada la suerte y, entre achuchón y achuchón, un derechazo hondo -la res embebida en la muleta, con remate tras la cadera- de los que bastan para definir la calidad de un torero.

Los guardiolas -no bravos-, bien presentados en línea de terciados, lustrosos, bonitos y parejos, tuvieron casta, y en general se podían torear. Faltaban toreros. Toreros de oro y plata, de montera y castoreño. No va bien esto, no.

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