Pound y la escritura china
Un cúmulo de casualidades o un extraño determinismo del azar, según se prefiera, hizo que un discutido profesor americano uniera su nombre al del gran poeta Ezra Pound, firmando un libro tan singular e insólito como este. Fue necesario que la Universidad de Tokio abriera sus puertas a un profesor occidental de Filosofía y Economía Política llamado Fenollosa -de estirpe hispánica y heredero de los Hinojosa-, que el profesor mostrara una enorme curiosidad por el arte y las literaturas orientales y que por fin tras su muerte, una viuda perspicaz se encargara de hacérselo llegar al poeta más amplio, más abarcador y aventurado de su época para que lo difundiera venciendo la problemática expresión filológica y hecho literatura, hecho fundamentalmente poesía.Los papeles de Fenollosa eran según Pound algo más que una simple discusión filológica, sino un estudio sobre los fundamentos de toda una estética desconocida hasta entonces, por lo menos en su sentido más profundo. Fenollosa había investigado con pasión un arte ignoto constituido en base a concepciones y principios distintos a los occidentales y fue un precursor no sólo de los estudios y comparaciones posteriores, sino también del trasvase de unas fórmulas poéticas, típicamente orientales, en la literatura occidental.
El carácter de la escritura china como medio poético
Ernst Fenollosa-Ezra Pound. Editorial Visor. Madrid, 1977
Su caso es casi paralelo al del francés Víctor Segalén, quien en sus reiterados viajes a Oriente desarrolló los mismos descubrimientos estéticos y les dio una aplicación personal. Segalén en sus Estelas, quema las dos etapas descritas por Fenollosa y Pound, en una sola persona. Mientras que Pound, el poeta hercúleo del cantar incesante, necesitó del profesor Fenollosa y de su discutida sinología, Segalén reunió en su obra ambas aventuras. En lenguas distintas, y bajo la perspectiva de dos poesías también diferentes, Segalén y Pound intentaron una confluencia cultural de grandes proporciones. Obra que sólo pudieron emprender gracias a una vitalidad y a un entusiasmo visionario.
Libro breve, extraño, inquietante por lo que tiene de descubridor de un capítulo prohibido de la cultura de la humanidad, y didáctico, ya que nos acerca con velocidad a un enorme catálogo de nuestras ignorancias. Al leerlo, al estudiarlo -ya que es esta segunda actitud la que realmente nos reclama- no puedo dejar de pensar en aquella fantástica exposición del arte chino que se realizó en París hace unos años y que fue el detonante de la gran perplejidad de muchos que, como yo, nos enfrentábamos por primera vez con un gigantesco continente cultural del que sólo teníamos muestras insuficientes.
Pound entrevió una cantera de posibilidades múltiples y fue leal toda su vida al legado de Fenollosa, cuyas teorías no fueron nunca aceptadas por los sinólogos oficiales, aunque despertara el entusiasmo de los poetas y escritores norteamericanos y europeos. Esa lealtad le llevó incluso a defenderle con su «connatural desfachatez» -según palabras del traductor y prologuista de la versión española, el escritor Mariano Antolín Rato- de los ataques de los especialistas a los que Pound acusaba de ser unos imbéciles.
«La poesía concuerda con la ciencia y no con la lógica», dice el Pound / Fenollosa. «El pensamiento poético obra por sugerencia reuniendo el máximo de significado dentro de la frase sencilla, preñada, cargada y luminosa en su interior. En los caracteres chinos cada palabra acumula esa especie de energía en sí misma.» No sería difícil buscar parentescos entre algunas de las concepciones de la poesía china y poetas occidentales (Octavio Paz las descubrió en Juan José Tablada -viajero por Oriente-, e incluso alguien pudo verlas en Machado), pero pese a pequeñas filtraciones o a golpes de azar que no abolirán las reglas, sigue habiendo un abismo entre China y nosotros.
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