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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

"La gitana", como tema pictórico, y "El cuerpo y su imagen", en el Louvre

El Museo del Louvre presenta en la actualidad, en sus salas específicamente a ello dedicadas, dos exposiciones de altísimo interés. La más reducida recoge dos cuadros de Caravaggio, bajo el mismo tema, La gitana, o, más concretamente, la gitana que lee la buenaventura en las líneas de la mano. Uno de ellos pertenece a los fondos del Louvre; el segundo, de calidad menor, y al parecer de época más temprana, pertenece a las colecciones del Vaticano. Acompañan a ambos cuadros una gran colección de fotografías de cuadros, dibujos y grabados de todas las épocas y autores bajo idéntico tema; una serie de paneles que expertizan ambas obras de Caravaggio y recogen las vicisitudes de sus historias respectivas y un análisis de los aspectos materiales de la obra propiedad del Louvre, que estudia desde los pigmentos que los que han sido en él utilizados hasta la forma de su utilización y el deterioro que en ellos ha ocasionado el tiempo. La segunda exposición, mucho más amplia en obras, está dedicada al dibujo y recoge obras de diversos autores desde el siglo XVI al XIX, que, bajo el título, más que sugerente, de El cuerpo y su imagen, analizan ésta en tres aspectos: el dibujo anatómico, el dibujo académico y el dibujo no académico.Un primer aspecto se hace destacable entre nosotros, dado el hecho de que la gran mayoría de lectores no conocen la exposición ni parece posible que vayan a conocerla: su excelencia didácticamente hablando.

Organismo didáctico

En otras palabras o sin rodeos, que viene a ser lo mismo. Sorprende y duele al mismo tiempo cómo los distintos museos de muy diferentes partes del mundo mantienen una vida nada latente y por medio, no pocas veces, de sus propios fondos, es decir, no acudiendo a préstamos de otras instituciones que tan gravosos resultan para sus patrimonios, organizan exposiciones más que dignas, de interés evidente y que, además, cumplen con una de las principales funciones de un museo: ser, amén que un hecho cultural dinámico, un organismo didáctico cuya función se dirige tanto al servicio del especialista como al del hombre de la calle.Este aspecto resulta reseñable en las exposiciones citadas, por cuanto en ellas no sólo podían ser vistas obras de calidad notable y en una ordenación rigurosa, sino porque conjuntamente a esto mostraban una documentación especializada que recogía los diferentes aspectos de cada obra, su relación con las demás, así como los aspectos de ella resaltables con relación específica al tema genérico de la exposición.

Comparar a esto la vida que arrastran los museos españoles, dedicados exclusivamente a abrir sus puertas diariamente para mostrar tan sólo sus colecciones permanentes, y ellas en el estado, en bastantes ocasiones, lamentable, en que se encuentran, no puede ser sino doloroso. Sin temor a equivocarnos podemos afirmar que los museos españoles, salvo honrosas excepciones, no cumplen, sino en grado bajísimo, ninguna de las funciones que un museo debe cumplir en beneficio de la comunidad que aun cuando sea reducidamente, en cuanto a economía se refiere, le mantiene.

Falta de recursos

Una excusa es alegada continuamente: la falta de recursos. El problema no es ni mucho menos desdeñable, ni seremos nosotros quienes vengamos a negar su incidencia; nos parece que este es un pilar fundamental que debe ser resuelto por la Administración, más aún por una Administración que sustituye un Ministerio de Información por uno de Cultura (y hasta hace poco y Bienestar) y que debe, como mínimo, demostrar que no sólo se producen cambios de denominación, sino también de contenidos. Pero, aun así, resulta innegable el hecho de que con los fondos de muchos de los museos españoles serían realizables no pocas exposiciones, muestras, etcétera, cuyo contenido cultural, a niveles de información ofrecida al espectador, por no ir más lejos, sería más importante que la simple muestra de obras colocadas en orden cronológico, de escuelas, etcétera.Puede alegarse de nuevo la inexistencia de fondos, aun cuando ahora parezca menos sostenible, y fundamentalmente dos hechos: la inexistencia de salas especiales dentro de los museos, dada la hasta el momento superflua existencia de éstas si las hubiere, y la posible inexistencia de personal especializado dentro de los cuadros de personal de los museos para organizar muestras cuyo contenido exige como mínimo una especialización histórica, artística y fundamentalmente un sentido creativo en relación con la organización visual de las obras que el museo guarde en sus fondos.

A lo anterior tan sólo dos respuestas parecen viables: una primera recordaría el hecho de que los museos extranjeros no se limitan sólo a su propio personal para estas realizaciones, sino que consultan y piden la colaboración de especialistas del país para la documentación de las muestras, y ello es más que posible en el nuestro, en cuanto se abandone tanto la dedocracia que parece imperar en tantos estamentos como la holganza a la que la costumbre nos tiene habituados, y, en segundo lugar, mostrar la evidencia de que tan sólo mediante la funcionalidad cultural dinámica de un museo éste puede permitirse el lujo de llamarse de tal guisa y no cementerio de ilustres o simple almacén de antigüedades.

Un tema sugerente

Pero vayamos a la exposición del Louvre. El tema, decíamos, parece lo más sugerente, especialmente para aquellos que no pueden mirarla, posiblemente como quisieran. Destacaríamos de la exposición aquello que hace referencia a los aspectos en ella tratados: la imagen anatómica, que, aun cuando rebelde en los primeros momentos, en el siglo XVI y, por tanto, ciencia de lo prohibido, de lo alterado, de lo que resiste, sería con el tiempo un aspecto más de la educación ordenada desde arriba. En segundo lugar, la imagen académica, que nos devuelve la imagen que de sí mismo tiene el saber admitido y que, observadora rígida de todas las reglas, no mira sino aquello que le es permitido mirar; no conoce, por tanto, sino tan sólo aprende.Por último, la imagen no académica, es decir, la imagen informal, pero muy posiblemente por el lugar en que su informalidad venía a recogerse, el Museo del Louvre se mantenía en los límites estrictos de lo que no asombra sino por su calidad técnica, por su superación del agarrotamiento de lo aprendido.

Con ello quiero decir que tan sólo parece válido conocer el cuerpo prohibido, conocer la imagen que de él nos ha sido negada, ocultada bajo los más impenetrables secretos durante decenios, negada incluso durante siglos. Si conocer la imagen del cuerpo prohibido, de aquel que no puede ser jamás aprendido, es el único camino para conocerlo, ¿qué duda cabe? Habrá que tomarlo allí donde le han obligado a esconderse y, por tanto, habra que impedir que los que le niegan puedan continuar haciéndole. Sólo el cuerpo lacerado por la negación eterna parece tener voz suficiente para despertarnos, para él, pues, se amañan todas las mordazas.

Pero pedir esto al Louvre,a los museos españoles e incluso a nosotros mismos se oye como algo imposible.

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