Un ruego a los parlamentarios andaluces
La democracia tiene sus ventajas, ¡cómo no! Pero no deja también de tener sus inconvenientes. Una de las ventajas principales es, que el pueblo, mal que bien, ha podido echar una papeletita en las urnas con el nombre de aquellas personas, a las que confía la gestión de sus propios asuntos. Pero uno de los más graves inconvenientes es que estos representantes oficiales del pueblo tienen que gastar mucho tiempo a bastantes kilómetros de distancia de sus representados, respirando el aire contaminado del inevitable centralismo.Y digo esto porque ayer mismo volví a contemplar el espectáculo, bochornoso y humillante para nuestro país andaluz, de la «verja de la vergüenza» que impide que los andaluces del Peñón puedan comunicarse normalmente con los andaluces de La Línea. Y para mayor inri, no se trata solamente de andaluces (unos y otros, aunque bajo pabellón distinto, ¡qué más da!), sino de parientes, a veces muy cercanos. Ayer me llenaba de coraje cuando, en la placidez de un ocaso agosteño veía el esfuerzo enronquecedor de los andaluces y parientes de uno y otro lado de la «verja de la vergüenza» para poder darse recíprocamente las noticias mas íntimass, familiares: « ¡Oyes! ¿Me escuchas? ¡Que la Juana ha tenío otro niño!..¿Cómo? ... Sí, mu gordito y mu espelotao... ¡No, ya está mu mejorá: la ha visto Dor Manué y ha dicho que está fuera de peligro ... » Había en una parte un hombre mayor, con la piel curtida por el sol y por las faenas labriegas, que con unos anteojos se comunicaba con alguien muy íntimo de la otra parte y parece que lograban entenderse mediante unas señas convenidas.
Yo no entro ni salgo en el problema de Gibraltar, pero sí sé, al menos como parte del pueblo andaluz, que las negociaciones no deben bloquear unos derechos humanos inalienables, como son los del pueblo andaluz (repito, bajo cualquier pabellón) a poder circular sobre su propio territorio y comunicarse con sus parientes, paisanos y amigos.
Porque no podemos olvidar que, en cualquier solución del problema, el Peñón es parte esencial de Andalucía, lo mismo que Berlín este es parte esencial de Alemania: el «muro de la vergüenza» no deja de ser eso: una terrible vergüenza. Tan es así, que, cuando hace unos días, oíamos unas declaraciones a la BBC del «premier» de Gibraltar Sir Josua Hassan, no pudimos menos de sentir una extraña emoción al oírle hablar con un perfectísimo acento gaditano, absolutamente nativo. Sin embargo, si la «verja de la vergüenza» sigue ahí en pie, vamos a tener que lamentar para rato la irremediable desandalucización de nuestro entrañable Peñón: un día, quizá no lejano, en este querido pedazo de Andalucía, sólo se hablará inglés y quizá una buena parte de árabe marroquí. Y ya no tendremos ningún «premier» que haga declaraciones con acento gaditano. Y quizá, quizá, ya no laga falta la «verja de la vergüerza», porque al otro lado de allá se habrá extinguido por completo la presencia de Andalucía.
¡Señores parla mentarios de Andalucía! Los que nos hemos quedado aquí, mezclados entre la gente (la «gente» es un grado más bajo todavía que el «pueblo»),no podemos gritar ya más: la desesperanza ha cundido entre nosotros al ver que año tras año las olas del Mediterráneo, mezcladas con la del Atlántico, se han tragado ese lamento andaluz de las familias separadas por unas negociaciones que se celebraban a alto nivel y según las conveniencias de la «cumbre» respectiva.
En una palabra: la «gente » de Andalucía os hace dos peticiones urgentes: 1) Que inmedialamente desaparezca la «verja de la vergüenza» y se devuelva al pueblo andaluz de uno y otro lado la pesibilidad de comunicarse entre si, sin que para llegar a esto haya que esperar a la conclusión de unas negociaciones en la «cumbre»; y 2) Que, cuando se hagan esas negociaciones, no toleréis que se desarrollen solamente a nivel de Gobierno, ni siquiera a nivel de Parlamento, sino que consultéis eficazmente con este nuestro pueblo, que es, en definitiva, el que se desgañita para poder hablar, en su propia tierra. con sus propios parientes y con sus propios paisanos. Nada más y nada menos. Muchas gracias adelantadas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.