Urge la publicación de un mapa nacional de la situación sanitaria
En los primeros días del pasado mes de mayo, en un documento que sin duda tendría decisiva importancia a la hora de decretar a numerus clausas para las facultades de Medicina, el vicerrector de la Universidad Complutense, Antonio Gallego Fernández, afirmaba: «Sin ánimo de dramatizar, el hecho es que estamos abocados, en un inmediato futuro, a que el riesgo para el paciente no lo sea tanto la enfermedad o el traumatismo como la asistencia sanitaria que eventualmente se le pueda prestar.»
Es posible que hablar de futuro a este respecto sea algo demasiado optimista y que desgraciadamente se trate de un presente absoluto y, desde luego, dramático. Porque es evidente que nada hay más dramático para el hombre que la muerte.También es un presente contínuo, ya cansa referirse a ello, que en los dispensarios de la Seguridad Social no se practica la medicina; sólo se receta. Como el que la mala imagen de estos centros haya determinado el hecho de que el 70% de las, asistencias urgentes de los hospitales sean espontáneas, porque el enfermo se presenta en el hospital por su propia cuenta, eludiendo la asistencia de su servicio médico más inmediato,.
Sin embargo, se afirma, en España sobran médicos. No existe la medicina preventiva. La investigación es el reducto de unos cuantos héroes que luchan titánicamente en el más absoluto abandono por parte de la Administración, con una increible penuria de medios. Qué decir de la medicina escolar. Cada curso es mayor el número de colegiales que se quedan a comer en las es cuelas y nadie sabe qué especia lista en nutrición controla la corrección de las dietas alimenticias de esos millares de niños, o qué odontólogo vigila sus dentaduras, o qué especialista en medicina deportiva garantiza a los padres de los alumnos que los ejercicios de educación física y los deportes que el niño practica en la escuela no van a ocasionar de formaciones incurables. Se ignora, en fin, en qué medida se cumplen en todas las empresas las disposiciones oficiales sobre la obligación de disponer de un servicio médico permanente.
Tampoco se sabe mucho de la oposición de los médicos instalados de ciertos núcleos pequeños de población a que se pongan en marcha residencias sanitarias ya concluidas, para las que no se convocan las plazas médicas previstas.
Sobran médicos, se afirma; pero nadie explica razonable mente la infrautilización de ciertos grandes hospitales. Es difícil entender, por ejemplo, que hace siete años se invirtiesen catorce millones de pesetas en las instalaciones del departamento de Neonatología del Hospital Clínico y que prácticamente no se esté utilizando, o que de las 168 camas existentes en el servicio de Pediatría de ese mismo hospital sólo se estén utilizando noventa, en la actualidad.
Hay un excesivo número de estudiantes por cama, se dice; pero nadie entiende, ya que nadie lo explica, por qué en determinados hospitales estos estudiantes gastan toda la mañana en el desarrollo -de clases magistrales, quedando reducidas al mínimo el número de horas dedicadas a clases prácticas.
Faltan cifras
Las facultades de Medicina afirman, con razón, que no es función universitaria fijar el número de médicos que aquellas tienen que formar; pero ya resulta desesperante que ningún organismo oficial se decida a dar cifras concretas sobre las necesidades de personal sanitario en España.Sin esas cifras concretas, sin esa reorganización en profundidad que todos piden, pero que nadie realiza, es difícil convencer a esos millares de estudiantes que, tras, un bachillerato, un curso de orientación universitaria y un examen de selectividad, deben renunciar a su vocación de médicos.
Los estudiantes encerrados estos días en la facultad de Medicina de la Universidad Complutense han oído ironizar a algunas autoridades académicas sobre el carácter «supuestamente irrenunciable» de ciertas vocaciones. Ellos piensan, con todo fundamento, que es muy fácil dudar de la consistencia de las vocaciones desde la cumbre de la realización profesional.
Cuando se hayan realizado esos estudios en profundidad sobre las reales necesidades profesionales, no sólo por lo que se refiere al campo de la medicina, si se revela como una necesidad ineludible la selectividad, entonces será necesario educar a la opinión pública para que acepte irremediablemente este hecho. Pero antes habrá sido necesario garantizar la justicia y claridad pública con que esa selectividad se vaya a realizar y, por supuesto, garantizar también que la igualdad de oportunidades ante la enseñanza se cumple desde la base de todo proceso educativo, es decir, desde la enseñanza preescolar.
Para ceñirnos de nuevo a las necesidades de ampliar las investigaciones sobre servicios de salud, conviene recordar cómo el Comité Consultivo de Investigaciones Médicas, en su última reunión celebrada en Ginebra el pasado mes de junio, consideraba indispensables estas investigaciones en sectores como la nutrición, la higiene materno-infantil, la planificación de la familia, la asistencia primaria, la inmunización, el saneamiento del medio y la formación de personal sanitario. En cierta medida, estas necesidades están recogidas en el informe que el Cuerpo Médico de Sanidad Nacional dirigió, en el pasado mies de julio, al ministro de Sanidad y Seguridad Social, es decir, poco tiempo después de la creación de este nuevo Ministerio.
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