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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La situación económica: retroceso general

Al reanudar su actividad después del corto paréntesis veraniego, los responsables de la economía -Gobierno, empresarios y dirigentes sindicales- se han debido encontrar en sus mesas de trabajo estadísticas e informes descorazonadores. Si a ello se une la confusa situación política, se comprenderá el ambiente de inquietud y desconcierto en que vive el país durante estos días. ¿Pero cuál es, realmente, el estado de nuestra economía y qué eficacia ha tenido el plan económico anunciado por el Gobierno el pasado mes de julio?Los indicadores más recientes muestran que durante el segundo trimestre del año se materializó un retroceso general en la actividad económica; dicho retroceso alcanzó incluso al consumo, único componente de la demanda interna que desde mediados de 1975 sostenía un ritmo modesto de crecimiento. Otro rasgo destacable de dicho período ha sido el que, después de una cierta con tención de los precios al consumo en abril y mayo, junio ha registrado un alza espectacular -un 3,3 %- que pone la tasa de inflación durante el primer semestre del año en más del 14 %. No es preciso hacer muchos números para darse cuenta de lo que ello va a significar en términos de alzas salariales, de repercusión futura en precios y de continuación de la tónica depresiva que durante los dos últimos años ha caracterizado los beneficios empresariales.

Esta combinación de inflación acelerada y fuertes incrementos salariales que ha venido caracterizando la economía española desde 1974 explica el que el consumo haya sido el único componente de la demanda interna que ha actuado expansivamente.

En el sector exterior la situación se presenta más optinusta, debido en gran parte a los efectos rápidos y beneficiosos producidos por la depreciación de la peseta decidida el pasado 12 de julio. Resulta importante señalar, con todo, que esa modificación en las perspectivas del sector exterior es de duración limitada. Si al cabo de seis o siete meses no ha logrado dominarse la inflación interna, la depreciación se convertirá en un boomerang que se volverá contra la estabilidad de nuestra economía.

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¿Cuál ha sido, en esta situación, la política económica decidida por el Gobierno? Esa política reposaba en cinco pilares: la depreciación de la peseta, la política de rentas, la reforma fiscal, la política monetaria y la flexibilización y fiberalización del sistema financiero. Pues bien, dejando a un lado posiciones ideológicas, se trataba de un plan válido que de ser aplicado con coherencia y rapidez hubiera permitido superar la crisis económica y abrir las puertas a las reformas estructurales que la economía precisa si se desea que la sociedad española de los años ochenta sea una sociedad eficaz, justa y, sobre todo, soportable.

Sin embargo, después de más de dos meses, a la opinión pública le asaltan dudas respecto al éxito de esas cinco piezas del plan. Ya indicamos que la depreciación de la peseta resultó una operación satisfactoria, pero que necesíta el respaldo de resultados positivos en el campo de la inflación. Las reuniones con las centrales sindicales y las agrupaciones empresariales han conducido a la paradójica situación de que tanto las primeras como las segundas estén en contra del plan del Gobierno. La reforma fiscal aparece empantanada en unas Cortes que se están revelando poco eficaces para legislar con rapidez. Algunos pasos se han dado en la dirección de flexibilizar el sistema financiero, si bien los resultados tardarán en dejarse sentir. Ello hace que,junto a la depreciación de la peseta, la política monetaria sea el único instrumento que el Gobierno haya manejado con eficacia.

¿Cuáles son las razones de este relativo fracaso? A nuestro juicio hay varias. Para empezar, la deficiente presentación. Si bien la primera intervención del profesor Fuentes Quintana sirvió para que el país tomara conciencia de la gravedad del momento, la segunda resultó reiterativa y no alcanzó su objetivo primordial: galvanizar a los españoles, empujándoles a un esfuerzo conjunto de superación de problemas, al tiempo que enfrentaba a empresarios y trabajadores con la realidad de sus responsabilidades.

Posteriormente, el marasmo veraniego parece haber hecho mella en las cabezas dirigentes del equipo económico del Gobierno. Esta sospecha se funda no sólo en su escasa combatividad, sino también en los síntomas de falta de coherencia interna del equipo económico.

Por otra parte, queda la pregunta de cuál es la atención que el propio presidente Suárez está dedicando a los problemas económicos. Durante su primer año como jefe de Gobierno, Suárez reveló una alergia por estos temas que si en parte podíajustificarse por la atención requerida por «el transir de la dictadura a la democracia», no por ello dejó de influir en el deterioro de una situación ya de por sí delicada. Estas últimas semanas vuelven a existir indicios para sospechar de que, de nuevo, estamos ante la equivocada postura de «la intendencia seguirá». Si ello es así, sólo queda decir que esta vez el fracaso en resolver la crisis económica precipitará una crisis política cuya primera víctima será el propio Gobierno y cuyo último perjudicado la democracia española.

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