_
_
_
_
Tribuna:Proceso a la izquierda / 2
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una actitud esquizofrénica

Uno de los mayores obstáculos de la izquierda en el momento de formular su propuesta de una alternativa real al poder burgués en los países de sociedad industrial avanzada es la existencia de una imagen-espantajo de la misma forjada y entretenida por el vasto conglomerado de fuerzas e intereses que, con uñas y dientes, defienden el statu quo.La burguesía utiliza, como es lógico, los inmensos potenciales a su alcance a fin de provocar reflejos de rechazo respecto a la idea de cambio, insistiendo en los aspectos más negativos del modelo soviético para hipostalizarlos a continuación al concepto mismo del socialismo. Purgas, procesos, campos, persecución de dirigentes, asilos siquiátricos, etcétera, constituyen para ella un arma formidable en su propósito de desacreditar al adversario a ojos de quienes pudieran tener la tentación de escucharlo. La defensa de las llamadas libertades formales -empleo a propósito de terminología acuñada por los partidarios de un economismo a ultranza- se convierte así en el argumento de choque de la propaganda burguesa, argumento frente al cual un vasto sector de la izquierda autotitulada marxista adopta una postura, meramente defensiva y condicionada, de callar y cerrar filas, cuando no de negar en bloque su evidencia abrumadora e insoslayable.

Existe todavía, en efecto, en el campo de la izquierda, una fuerte resistencia a dejarse arrastrar a una polémica sobre este ingrato terreno, abandonándolo así a la explotación fácil y oportunista de sus enemigos. Peor aún: desmintiendo los principios de defensa y ampliación. de las libertades burguesas que figuran en sus programas, algunos grupos e intelectuales marxistas no dudan en alzar a menudo la voz en favor de quienes, en nombre del socialismo en el poder, persiguen y encarcelan a los que invocan aquéllos o ejercen su natural e irrenunciable derecho de manifestar su desacuerdo.

Línea divisoria

Esta actitud esquizofrénica -Dr. Jeckyll en casa, Mr. Hyde fuera de ella- traza la línea divisoria entre quienes conciben el socialismo en términos de res puesta de cambio real y los que se sirven de él como medio de desahogar sus frustraciones o, si se me permite el galicismo, su mala conciencia. Petkoff describe con gran acierto la «falsa conducta revolucionaria» fundada en una idea del comportamiento revolucionario «que no corresponde a la realidad, sino a lo que el revolucionario cree que es la realidad», y arremete con razón contra esa izquierda, dice, «tanto más amenazadora cuanto más insignificante », «distante y elitesca», «puritana que no pura» que, refugiándose en la freseología ultrarradical, «termina por proponer una acción desoladora mente - estéril y por jugar un papel muy cómodo para los sectores dominantes».

Resulta en verdad paradójico y lamentable que, cuando los propios partidos comunistas ortodoxos de Europa occidental juzgan con creciente severidad las aberraciones y crímenes del sistema represivo soviético, numerosos intelectuales de izquierda, situados fuera de dichos partidos, guarden un sospechoso silencio ante las violaciones de los derechos humanos más elementales o aplaudan incluso las medidas de coacción empleadas contra los disidentes. Dejando ahora de lado el extraño relativismo moral que ello implica, no cabe la menor duda de que actitudes de este tipo, al conformarse con el retrato-robot trazado por la propaganda adversa, juegan claramente a favor de los intereses de la burguesía. Las razones históricas de esa falsa conducta se remontan, como es obvio,, al consabido argumento estalinista de acallar cualquier tentativa de discusión política y aun ideológica con el pretexto de «no procurar armas al enemigo». Así, como señala Petkoff, «la defensa y justificación del autocratismo en los países socialistas (?) ha conducido a la asimilación del autocratismo como un supuesto rasgo propio de la condición revolucionaria ». Pero en la medida en que los partidos comunistas han renunciado al dogma de la dictadura del proletariado y acomodan su estrategia de lucha al marco de las instituciones de la democracia burguesa, dicha realidad aparece demasiado estridente y tiende a avalar las acusaciones de la derecha acerca del doble juego o, si se quiere, la dulce piel de cordero con que, de cara a la obtención del poder, se adorna la izquierda marxista.

Postulados

El derecho al desacuerdo, las libertades.de prensa, publicación, reunión, etcétera, figuran hoy en la casi totalidad de los programas de los partidos de izquierda en el amplio espectro del panorama político español. No obstante, la conducta de muchos teóricos y escritores marxistas contradice con frecuencia dichospostulados y refuerza las denuncias de hipocresía lanzadas desde el campo reaccionario. Hace algunos anos, por ejemplo, al producirse la detención de Herberto Padilla, numerosos intelectuales españoles que combatían valientemente contra la censura franquista, en lugar de denunciar, como dice Petkoff, «esa paranoia ridícula que ve en cualquier poeta inconforme una amenaza para el sistema y un agente de la CIA», aplaudieron las medidas coercitivas empleadas contra el escritor por las autoridades cubanas, desmintiendo así, en la realidad de los hechos, su propuesta de una sociedad pluralista, de un socialismo libre y democrático. Pero lo ocurrido con motivo de la desdichada intervención de SoIyenitsin del pasado año es todavía más lastimoso. Para un observador imparcial, el espectáculo del escritor ruso -justamente traumatizado de por vi da tras sus experiencias del un verso soviético- dirigiéndose a un pueblo recién escapado a su vez del trauma de la guerra civil y de la interminable pesadilla de un régimen como el de Franco, resultaba a la vez trágico y grotesco: algo así como un leproso que in tentara convencer a un grupo de apestados de la benignidad o inexistencia de su enfermedad. Pero en vez de situar este diálogo imposible en su verdadero con texto, la reacción de la izquierda fue, salvo raras excepciones, airada y temperamental, de acuerdo con los falsos patrones de la falsa conducta revolucionaria. La lectura de los editoriales y artículos de nuestros recién liberados periódicos no pudo ser más desconsoladora: quienes habían sufrido en su carne y espíritu las heridas de la represión franquista, no sólo justificaban la actitud de las autoridades soviéticas contra el escritor, sino que pedían poco menos que se le impusiera silencio. La índole reaccionaria del pensamiento de Solyenitsin no era sino un pretexto utilizado para escamotear el problema esencial, esto es, si el escritor tenía derecho o no de denunciar los atropellos y abusos del sistema soviético y si dicha posición merecía ser reprimida. De la lectura de nuestros periodistas y escritores de izquierda, el lector español no podía menos de concluir de que, en abierta contradicción con sus programas, la izquierda respondía de modo negativo a la primera cuestión y afirmativamente a la segunda. La teoría derechista del disfraz salía así fortalecida y la sinceridad democrática de los partidos marxistas perdía credibilidad. Dicha contradicción no se resolverá sino el día en que la izquierda asuma la iniciativa de denunciar los errores y crímenes realizados en nombre del socialismo, privando así a la derecha de uno de sus argumentos más eficaces y contundentes. La defensa de los disidentes soviéticos y de Alemania del Este, del Comité de intelectuales polacos contra la represión, de los firmantes de la carta del 77, etcétera, debería ser patrimonio de la izquierda y no de la burguesía. Al tomar conciencia de ello, las fuerzas que aspiran a una revolución política y social no debe obedecer a meras razones de táctica y oportunismo: como dice muy bien Petkoff, el problema no consiste en suavizar el socialismo para que no asuste (es triste comprobar que, al cabo de un siglo de existencia, el proyecto generoso de Marx sigue asustando aún, no ya a la burguesía, sino a las clases medias, intelectuales, campesinos e incluso a un gran sector del proletariado), sino en algo mucho más importante, la conciencia clara de que el socialismo es orgánicamente indisociable de la libertad y de la democracia; es decir, de que el socialismo es democrático o no es socialismo.

Disconformidad

A raíz de la continua ola de procesos de intelectuales disidentes en la URSS y, sobre todo, de la intervención militar de Brejnev en Checoslovaquia, los partidos comunistas occidentales han manifestado con creciente audacia su disconformidad con los excesos policíacos y violaciones de la «legalidad socialista» de sus homónimos del bloque soviético, insistiendo en el hecho de que la alternativa política que postulan no se inspira en dicho modelo, pero no han empezado a plantearse sino en fecha muy reciente, por boca del secretario general del PCE, Santiago Carrillo, las preguntas verdaderamente esenciales respecto al carácter real de las llamadas dernocracias populares del Este, preguntas que el ex dirigente del PC checoslovaco Jíri Pelikan resumía de esta manera: ¿Se trata de sociedad es auténticamente socialistas? ¿Pueden existir estos regímenes sin la censura, sin la represión. y sin el monopolio absoluto del poder?

Los mitos tienen la piel muy dura, y el de la creencia en la pureza y bondad esenciales de la URSS, «por encima o más allá de sus faltas y extravíos, es -como observó en una ocasión Octavio Paz- una superstición difícilmente erradicable».

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_