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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La mixtificación del sindicalismo

He aquí un libro que hay que calificarlo de extraordinariamente importante. Juan José Castillo ha realizado un trabajo de investigación definitivo y completo. Ha utilizado para su tesis una documentación exhaustiva sobre el tema. Y después de un análisis de rigurosa metodología llega a unas conclusiones que son la expresión de la realidad, social, objeto de su estudio. El sindicalismo amarillo en España, constituye un valioso documento para los que se preocupen por las ciencias sociales en nuestro país.Y, aunque el autor no se lo haya propuesto, pues su obra tiene un estricto sentido científico, adquiere, en la hora presente, una profunda actualidad.

El prestigioso filósofo católico J. Maritain escribía que causa asombro y dolor ver como muchos hombres buscan la verdad fuera de la libertad; pero no la encontrarán.

El sindicalismo amarillo en España

(Aportación al estudio del catolicísmo social español 1912-1923). Juan José Casúllo. Edicusa. Madrid, 1977.

El primer efecto que produce el estudio del sindicalismo católico en España, es su falta absoluta de libertad y por consiguiente su nula veracidad. Pero si estas dos características, ya son de por sí descalificadoras, la actitud que adoptan los movimientos sociales católicos, en la realidad sociopolítica en que se desenvuelven, los convierten en órganos vergonzantes al servicio de la clase patronal.

De esta forma surge el sindicalismo amarillo cuyo único fin es debilitar la fuerza creciente de los auténticos sindicatos obreros.

No es pura casualidad que los círculos sociales católicos se transformen en armas de lucha de la alta burguesía. Porque es la burguesía, íntimamente ligada a la jerarquía eclesiástica, la que financia y da vida a estos instrumentos, mal llamados sindicatos, para exclusiva defensa de sus intereses. Las andanzas del pintoresco P. Gafo son reveladoras. Parece un aprendiz de conspirador barojiano.

Hay que subrayar el tremendo fracaso de estos intentos, aún contando con el apoyo decidido de gobiernos de marcado matiz conservador.

El pueblo tiene un fino instinto, percibe con diáfana claridad, dónde se encuentra el enemigo, aunque se encubra y se disfrace con ropajes demagógicos o de sentimentales y benevolentes apariencias paternalistas.

Es obvio, que durante siglos, la Iglesia, olvidando el mensaje de Cristo, ha jugado la carta de los ricos. Se alió con los poderosos; predicó la mansedumbre, la docilidad, la obediencia, la total entrega de los desheredados, a los amos de este mundo. Siempre fue a remolque de las realidades sociales. Cuando quiso reaccionar lo hizo con retraso y timidez.

¿Por qué la Rerum Novarum (1891) no se publicó antes que el Manifiesto (1847), de Marx y Engels? Es más ¿hubiese visto la luz la encíclica social, la Carta Magna de la doctrina social pontificia, sin el progresivo avances del socialismo en la Europa industrializada?

Y si nos circunscribimos a nuestro país el panorama es sencillamente de horror. Utilizando una frase del católico Bergamín, «es la desvergüenza hecha caballería».

Nos recuerda Juan José Castillo que la guerra de 1914, no produjo en España capitalistas, sin o ricos, resaltando así la oportunidad perdida por la burguesía española para llevar una política de clase coherente a largo plazo.

El abusivo enriquecimiento de las clases dominantes que provocaron la crisis de los años 1917-19, no la asume el inexperto capítalismo español, con criterios de racionalidad. No encuentra otra salida que el uso indiscriminado de la violencia. Ya había empleado el pistolerismo a sueldo de los patronos, la tradición de los sindicatos amarillos, la represión y los despidos en masa. Pero todo fue insuficiente. Y como anota Juan José Castillo, el 12 de marzo de 1919, El Debate, publica un editorial con el título: La dictadura cuanto antes. Y vino la dictadura. Y la cuestión social, como le gustaba repetir al paternal y farragoso jesuita P. Azpiazu, siguió sin resolverse. La exaltación de los patronos ejemplares, fue una maniobra pueril por su ineficacia, egoísmo, y falta de un elemental tacto político. En este aspecto, la parte del libro de Castillo, dedicada a don Claudio López Brú, segundo marqués de Comillas, es un modelo de juicio crítico, objetivo y concreto. De «espíritu contemplativo y misional consideraba que su casa eran los barcos, las minas, los ferrocarriles, las dehesas, tenía el concepto cristiano de la familia que abarca a todos los que del cabeza de ella dependen y que, por tanto, los obreros a sus órdenes estaban bajo su mirada vigilante y protectora».

Esta situación tenía que producir la desintegración de las discordias nacionales. Como, con claro acierto, escribe Juan José Castillo, «no se debe hacer en los análisis históricos parábolas sobre el presente. Pero si pueden extraerse lecciones del pasado, ser alumnos de la historia como pedía Gramsci, para no caer en los mismos errores, y, sobre todo, para no enredarse en las mismas telarañas ideológicas».

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