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Rubens, en Amberes

Amberes, importante puerto septentrional, es una de las ciudades más opulentas de Europa. Centro comercial de primer orden, no por ello sus habitantes han descuidado la cultura y el arte. De siempre sus ciudadanos se han jactado de ser amantes de la belleza. Su orgullo no es vano. El mejor testimonio es su pasado. Foco manierista de gran irradiación durante la segunda mitad del siglo XVI con la instalación en la ciudad del impresor francés Plantin y su continuación con la familia Moretus. Amberes se convirtió en la capital del libro europeo. En el siglo XVII con Rubens —su hijo predilecto, pese a haber nacido, a causa del destierro de su padre, en Siegen (Alemania), la metrópolis flamenca adquirió su mayor timbre de gloria artística. Ni Buegel, Jordaens y Van Dyck, los cuales vivieron y trabajaron en Amberes, eclipsaron el destello de Rubens, el pintor que mejor resumió la Contrarreforma y el barroco católico, la fe y lo profano, la herencia de la antigüedad y la nueva visión artística de la iglesia triunfante a las incipientes monarquías absolutas. Rubens, figura cosmopolita, rebosante de vitalidad y de encargos, al que los reyes europeos ennoblecieron, fue la imagen del artista triunfador, al que la fortuna y la gloria sonrieron. Su identificación con los potentes burgueses de Amberes debió ser plena. Instalado en su hermosa casa-taller, rodeado de discípulos, con su colección de esculturas y piezas artísticas de la antigüedad, visitado por príncipes y prelados. Rubens debía sentirse satisfecho. Humanista y gran señor en lo suyo, lejos estaba del papel del pintor artesano dedicado a un arte mecánico, Rubens, que, rico y viejo, compró el castillo de Steen, en el cual pasaba sus veranos y en dónde pintó sus dinámicos paisajes, obras maestras en el género, por su gran tren de vida fue un típico ciudadano de Amberes, uno de sus prohombres, de sus mejores definidores. De ahí que no resulte extraño que su ciudad siempre le haya festejado y venerado y menos aún que hoy, al cumplirse el cuarto centenario de su nacimiento, haya querido celebrar tal efemérides con un fasto y magnificencia dignos de la época barroca. Con tal fin el año 1977 ha sido proclamado el año Rubens y las autoridades de Amberes se han puesto manos a la obra para que nada faltase. Exposiciones, con ciertos, teatro, ballet, coloquios científicos y culturales, manifestaciones populares y deportivas, concursos de tiro, actos navales, fuegos artificiales, jardinería, filatelia, medallas, álbumes y hasta gastronomía han concurrido para dar esplendor a los festejos. Reformas urbanísticas importantes, reconstrucciones, restauraciones y remozamientos de edificios de las zonas históricas se han llevado a cabo para crear el escenario adecuado. El calendario se ha seguido rigurosamente y el viajero o el curioso no sabe a dónde acudir acabadas las horas de las exposiciones. De la plaza de la Catedral, en donde se da a diario un concurso de carillones, se puede ir al espectáculo de luz y sonido en la recoleta plaza de Conscienceplein, ante la fachada de la iglesia de San Carlos Borromeo, antigua iglesia de jesuitas la cual el papel de Rubens fue decisivo para la orientación arquitectónica de la totalidad. O mil otras atracciones todas rubenianas o en honor de su recuerdo.

Exposiciones

Ahora bien, de todos los festejos, para el aficionado al arte los más atractivos son las múltiples y sucesivas exposiciones dedicadas al pintor. Distintas, cada una abarca aspectos diferentes de su actividad artística o de su entorno y época. La sola enumeración de sus títulos puede darnos idea de su amplitud e interés. Didácticas unas y artísticas otras, todas están regidas por el signo de la calidad y el rigor científico. Así en la iglesia de Santiago se pueden ver Las obras de arte del siglo de Rubens conservadas en las iglesias y conventos de Amberes; en el Museo Plantin-Moretus, Rubens ilustrador de libros; en el Banco Bruxelas Lambert, Grabados según las obras de Rubens; en el Museo de la Vida Cultural Flamenca, La gloria de Rubens, en el Collegium Medicum, La medicina en los tiempos de Rubens, etcétera. Aspectos como el Rubens hoy: un concepto o un producto ponen en cuestión al pintor y su continuidad en la época contemporánea. Pero sin duda alguna, de todas estas y de las demás exposiciones la que tiene verdadero interés y está atrayendo a Amberes a los mejores especia listas es la gran exposición P. P. Rubens: cuadros, bocetos al óleo y dibujos, que ha sido solemnemente inaugurada por los reyes de Bélgica el día 28 de junio en el Museo Real de Bellas Artes de Amberes, para tal ocasión redecorada gran parte de su planta baja y varias salas de la alta. Lo primero que llama la atención de esta exposición, realizada con la ayuda de la Unesco y del lcom, es el Carro de Triunfo de Kallo, completamente restaurado que, colocado al aire libre delante del museo, sirve de «saludo» a los visitantes de la gran muestra Rubens. Como se sabe, este carro, ornado de oriflamas y escudos, obra que por su color y tamaño hace pensar en las fallas valencianas, fue concebido para la ciudad por Rubens y su boceto al óleo puede aún admirarse en las salas del museo en donde ahora se celebra la exposición. De las obras expuestas mucho tendría que hablarse y no cabe duda que la producción bibliográfica sobre Rubens aumentará después de tal acontecimiento, pues muchas son las novedades que se pueden colegir de tal reunión de obras dispersas y muchas mal conocidas del gran pintor flamenco. Las confrontaciones de analogías o de disparidades entre ellas saltan a la vista, sobre todo, ya que el aspecto del Rubens primerizo ha sido objeto de interés por los organizadores. Obras del período de Italia, dibujos de juventud y de aprendizaje abren perspectivas nuevas a la comprensión de un Rubens que todo el mundo cree conocer de memoria y que sin embargo depara sorpresas, nos muestran su curiosidad universal, su capacidad de captación y universalización, lo que explica en gran manera su ulterior éxito. Para los españoles acostumbrados a la secuencia magnífica de los Rubens del Prado, la exposición es aleccionante y sirve para comprender cómo, por ejemplo, el Retrato ecuestre del duque de Lerma se inserta en un contexto que en principio nos resulta casi extraño a nuestra idea del gran pintor flamenco. ¿Quién al contemplar el Sansón y Dalila, con su juego de claroscuro y su frialdad cromática, no se extraña de ver a la vez los detalles y la amplitud de gesto tan propia de Rubens? Las sugerencias son grandes e incluso de despropósitos para un historiador del arte. ¿Quién ante una obra de juventud como Hero y Leandro sumergidos en medio de las olas no recuerda el modernismo del simbolista suizo Boeklin o el retrasado del canario Néstor? Pero dejemos los comentarios más o menos apresurados. Una exposición como la de Rubens requeriría un reposado análisis de calidades, motivos y realizaciones. Sin embargo, señalemos que como españoles, en la exposición se tiene la satisfacción de ver que entre los mejores cuadros —junto a los de Ermitage de Leningrado— figuran los del Museo del Prado. Así, el Jardín del amor, que siempre ha lucido en las salas de nuestro museo, aquí se reafirma como una obra maestra tanto por su valor iconográfico como por su calidad de pintura verdaderamente pintura. Pero sin duda nuestra satisfacción se mezcla a la sorpresa cuando nos enfrentamos con una obra maestra casi desconocida para todos, incluidos los muy aficionados al arte. Nos referimos al magnífico Martirio de San Andrés, cuadro pintado por Rubens para la iglesia de San Andrés de los Flamencos. Obra que menciona Palomino, todavía orna la capilla que los flamencos que viven en Madrid tienen en el barrio de Salamanca. No es extraño que don Carlos de Stuyck, presidente de la Real Diputación de San Andrés de los Flamencos, el día de la inauguración de la exposición en Amberes, estuviese emocionado al ver cómo lucía el cuadro al que él concedía un inestimable valor al sentirse doblemente flamenco y madrileño, por ser natural de Madrid por un lado y descendiente de los flamencos Stuyck que vinieron a España bajo Carlos III para crear la manufactura de tapicería de Santa Bárbara. A través de Rubens, «diplomático español», el curso de la historia se puede remontar. Valga este recuerdo en Amberes, como punto final a la crónica de una exposición tan rica en múltiples sugerencias.

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