Salutación y adios definitivo al musicólogó Alfredo Matilla
Después de tantos años de exilio, a la hora de su regreso provisional que iba a tornarse en definitivo, Alfredo Matilla ha muerto en su Madrid. Hacía sólo horas que hablábamos larga, serena, ilusionadamente de sus proyectos futuros. Matilla, al retirarse por edad reglamentaria de la Universidad y el Conservatorio de Puerto Rico, quería trabajar en su España. «Arrimar el hombro», «ayudar», porque como a Moreno Villa «las canas no le arredran, las canas también sirven».
Poco antes de emprender su vuelta a España, a Matilla le habían tecnificado el corazón con un marcapasos. Así podría vivir muchos anos, aún cambiando de ritmo acomodando el tempo, como vivió otro transterrado de la música española, Pedro Sanjuán. Pero la vida de Matilla se vio asaltada en un instante; que a veces la muerte se comporta cual avezado terrorista Queda sin escribir la puntual historia del Festival Casals, vivida y coprotagonizada, año a año, por Alfredo. Queda sin tratar el tema de Casals y la política, que tantas cosas en claro iba a poner como contribución luminosa a la biografía del maestro. Queda, en fin, pendiente para otra pluma el recuento de los españoles que vivieron, visitaron y ejercieron en la Universidad. Inmensa nómina de artistas, científicos, literatos, Juristas, pedagogos, ensayistas. Proyectos, proyectos y proyectos. «El destino -vuelvo a Moreno Villaes más fuerte que nuestra voluntad y a cada quién señala su tarea en el mundo, su majuelo y su hora.»
Con Pablo Casals
Muchos, que no sean casi viejos o algo músicos, preguntarán: ¿quién era Alfredo Matilla? Madrileño esencial, jurista en principio, formado junto a Jiménez de Asúa y Yanguas, con el que ejerció en la Universidad madrileña; liberal, republicano y, sobre todo, fuertemente vocado hacia la música. Al final de nuestra guerra civil, Matilla marcha a América. Santo Domingo, primero; Puerto Rico, después y para siempre .Crítica, organización de actividades musicales, clases de historia y estética y, como capítulo fundamental, la amistad entrañable con Pablo Casals, don Pablo para toda aquella minirepública intelectual asentada en Río Piedras, a la vera de la mar antillana.Siempre lamentó Casals que Matilla no hubiera escrito su biografía. Cuando aparecía alguna que no le agradaba, reprochaba afectuosamente a Alfredo: «Usted tiene la culpa por no publicar la suya». Con Matilla visité a Casals en 1961. Directamente pude comprobar la relación que existía entre ellos. Para versos de Matilla compuso el gran violoncellista catalán su canción Cuando vuelva a nacer.
Tú eres el río fresco Idel que quiero beber./ Tú eres el aire abierto / que quise abrazar. / Tú eres la voz precisa l con que quiero cantar.
Matilla fue, también, traductor al español del Himno a las Naciones Unida , música de Casals, texto de Auden:
Llegó el instante l de que nuestros pueblos l encuentre nuevas notas en el tiempo l cambien en realidades l hasta la imagen de los sueños./ Donde la angustia y la tristeza l pueden ser forma de alegría. / Vivid, sed libre, el destino es Paz.
Cadencia final
En aquel Puerto Rico de hace tres lustro estaban presentes y actuantes los españoles Julián Bautista, Mar a Radrigo, Casals y Matilla, el argentino Juan José Castro, los puertorriqueños Figueroa, que estudiaron en Madrid, la profesora Angeles Ottein. Por los conciertos de la Universidad y del Festival Casals, de los que Matilla fue consultor, pasaron -Pasamos- todos o casi todos. Por eso a los músicos no resulta necesario explicarles quién era Alfredo Matilla. Tampoco a los intelectuales. Basta asomarse por las páginas del libro, de Vicen Lloréns, Memorias de una emigración (Ariel, 1975), para encontrarse una y otra vez con el nombre de Matilla en su primera etapa de transterrado en Santo Domingo, cuando sus dedicaciones musical y jurídica alternaban Conservatorio y Escuela Diplomática. Allí publicó Alfredo un Proceso histórico de internacionalismo, antes de saltar a Puerto Rico para hacerse cargo de la crítica musical en el diario El Mundo e ingresar en la Universidad de Jaime Benítez. Lector entusiasta de EL PAÍS, esperaba mi artículo sobre su figura. Debía ser como una «entrada» de su próxima aparición en nuestra escena musical. Para ilustrarlo me dio la foto que reproducimos, reflejo de una de tantas horas compartidas con don Pablo. Nos hizo al matrimonio Alonso y a mí, y le hicimos las últimas fotografías de su vida. El próximo domingo debía retornar a Puerto Rico con el ánimo dispuesto al regreso definitivo «a las primeras sombras de su cueva materna, al pozo profundo de su huerto familiar», qué cantara León Felipe a «soñar -cernudianamente- el mundo aquél que yo pensaba, cuando la triste juventud lo quiso». Iba a poner punto Final, cadencia perfecta, a la nostalgia para inaugurar una nueva nostalgia: la del Puerto Rico hecho suyo, «después de dar la sangre, el sudor y los huesos, después de haber sembrado en medio de volcanes lo mejor de nosotros, el beso y la palabra».
Babelia
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