La Iglesia española ante la sociedad democrática
Monseñor Tarancón lo decía con motivo de la apertura de la asamblea plenaria del Episcopado español: «Hemos podido comprobar con satisfacción que quizá por primera vez en toda la historia de España la Iglesia no ha estado en el centro de la lucha electoral ni se ha manifestado aquel anticlericalismo feroz que surgía siempre en las luchas políticas. Sin duda este ha sido uno de los aspectos positivos de las recientes elecciones.» Pese a una serie de titubeos contradictorios que expresaban las diversas tendencias en el seno de la conferencia episcopal -desde los partidarios de no inmiscuirse en las leyes propias de una sociedad secularizada, dejando que los cristianos votaran según su recta conciencia, a quienes hubieran deseado un cierto intervencionismo favorable a posiciones de centro, lo cierto es que finalmente la Iglesia jerárquica mantuvo un importante neutralismo público, evitando tanto el apoyo al partido confesional como la condena de partido alguno.Esta actitud ha sido coherente con lo que está sucediendo en la base cristiana decidida a votar con independencia y según su propia madurez cívica. Las declaraciones intervencionistas de la jerarquía van perdiendo eficacia en todos los países democráticos. Esta -salvo casos excepcionales- se va haciendo más cauta a la vista de fracasos evidentes, por ejemplo, el referéndum del divorcio en Italia. El cristiano no se deja ya manipular fácilmente por pretendidas justificaciones doctrinales sobre cuestiones que son de libre opinión.
El pluralismo político de los cristianos está ya ganado en este país, recién salido del nacional-catolicismo. Ni siquiera hemos Pasado por la vía intermedia del partido confesional como fue el caso del MRP en Francia o como lo está siendo prolongadamente -con una crisis que ahora se acelera- en el caso de Italia. Amplios sectores cristianos han votado a la izquierda (no sabemos en qué proporción). otros, por supuesto, al centro y a la derecha. Pero estas últimas ya no monopolizan la fe. No se puede seguir identificando cristiano con hombre de derechas o de centro. Añadiría que se d.a un cierto hastío en el uso del adjetivo cristiano como seña de identidad de un partido en concreto. Las declaraciones de sectores y personalidades progresistas cristianos señalando su voto a la izquierda han sido numerosas.
En suma, la jerarquía ha levantado acta notarial de realidades profundas arraigadas en las masas cristianas que, como consecuencia de su participación en la prolongada lucha contra el franquismo, han evolucionado en un importante «desplazamiento» de fuerzas hacia opciones socialistas y comunistas de variado signo.
Pero la jerarquía cometería un grave error dándose por satisfecha con pasar la página del pluralismo. La nueva inserción de la Iglesia en la sociedad democrática requiere un afinado sentido evangélico, reconocimiento de las nuevas realidades culturales, sociales y antropológicas en el seno mismo de la Iglesia, en su propia pastoral. El cardenal Tarancón se ha referido también a estas cuestiones de forma genérica. Pero se apuntan algunas referencias preocupantes. Por ejemplo, la cuestión de la escuela. Sería lamentable que una vez superada la beligerancia política en el terreno de las siglas se trasladara al de las llamadas «instituciones cristianas», que pueden acabar recrudeciendo nuevas «guerras de religión ».
La independencia de la jerarquía eclesiástica respecto al partido confesional no resuelve todos los problemas. Podemos evolucionar hacia una situación en la que el stablishment eclesiástico, sin renunciar a la realidad del pluralismo político de los cristianos, trate de orientarlos hacia posiciones de centro, hacia «nuevas y sanas formas de colaboración con el poder establecido», una vez lograda la ineludible separación de Iglesia y, Estado. De este modo la Iglesia prestaría servicio al centrismo en el poder secundando la tentadora vía del «capitalismo de rostro humano» a la que tan propensa ha sido en los últimos tiempos bajo diversas formas. La evolución española sería así semejante a la francesa . orientándose hacia formas de «nuevo galicanismo», según la frase acuñada por Alvarez Bolado- y distante de la italiana articulada en torno al partido confesional.
Creo que el artículo de Martín Patino publicado recientemente en EL PAIS y en La Vanguardia Española, titulado «Réquiem por un poder político de la Iglesia española», justifica estos temores. Sin entrar ahora en un análisis de la suma de sutilidades y de preocupantes perspectivas que abre -espero referirme a él con calma más adelante-, deseo señalar simplemente el escaso nivel autocrítico que refleja y los síntomas de «nuevo galicanismo», tal como acabo de indicar. Si el aparato de la Iglesia se pone al servicio de la «operación centro» -como parece desprenderse del «discurso Patino» y de otros datos que sería enojoso enumerar- para garantizar futuras zonas de influencia y mantener. privilegios eclesiales (especialmente en lo que se refiere a la escuela), se acaba reconstruyendo una nueva confusión fe-política por vías quizá menos visibles, pero no menos graves. Nadie, en la izquierda, niega los derechos de la Iglesia y de los cristianos como los de cualquier persona, lo que contestamos es la pervivencia de privilegios que acaban encadenando a la misma Iglesia a políticas finalmente antievangélicad. La influencia cultural cristiana que preocupa a Martín Patino no se a!canza por la vía de las «garantías administrativas», sino a través de una dialéctica viva, en medio de un gran debate de ideas, abierto y leal, sin ningún tipo de privilegios administrativos para ninguna creencia o filosofía ni para ningún partido político.
«La izquierda política está ya desafiando a la Iglesia ante esta prueba de su capacidad de presencia democrática. Pero esa misma izquierda, desbordada quizá por su propia ideología, tiene también el peligro de manipular la libertad y aun la misma cultura para sus fines políticos». dice Martín Patino. En efecto, nadie está exento de peligros. Pero en todo caso, la izquierda -prácticamente en bloque- ha luchado durante cuarenta años contra el franquismo en todos los planos, también y arduamente en el cultural en el de la conquista de las libertades democráticas. En los últimos años la Iglesia jerárquica ha tenido actuaciones de distanciamiento del franquismo. Pero, ¡con cuánta tibieza, por lo que se refiere a la cúspide! En el campo cultural su defensa de la libertad de expresión para todos los ciudadanos no ha alcanzado jamás las cotas con las que pertinazmente ha defendido las privilegiadas posiciones alcanzadas con la victoria franquista. ¿Cuándo, por ejemplo, la Iglesia jerárquica española ha defendido en la práctica -más allá de los pronunciamientos genéricos- el derecho de expresarse al intelectual marxista, creyente o ateo, en igualdad de condiciones? ¿Acaso en un planteamiento más general, ha defendido la igualdad de derechos de todas las culturas, de acuerdo con el espíritu de la declaración sobre libertad religiosa y del esquema XIII del Concilio Vaticano II? Temo que sin darse cuenta quizá Martín Patino ha tocado el réquiem por un poder político de la Iglesia española, pero que al mismo tiempo está tocando a rebato por otra forma de poder resultado de inercias históricas y de meras readaptaciones pragmáticas a la sociedad democrática.
Considero que la jerarquía deberá agudizar, pues, su sentido autocrítico. Así, cuando monseñor Tarancón alude al «anticlericalismo feroz», debería preguntarse al mismo tiempo por qué surgía ese anticlericalismo y recordar la parte de responsabilidad que correspondía a la Iglesia: caciquismo clerical no totalmente erradicado de algunas zonas más atrasadas-, vinculación con las grandes fuerzas políticas del capital, defensa de sus propios privilegios. etcétera..., y reconocer al mismo tiempo la gran aportación que han hecho los partidos de izquierda para que se respete la función de la Iglesia en una sociedad secularizada. Este espíritu autocrítico facilitaría una mejor comprensión de las nuevas realidades, fomentando la ósmosis con profundos valores del hombre que proceden de movimientos nacidos al margen de la Iglesia, particularmente todos aquellos que incluimos en las aportaciones delsocialismo, así como algunos aspectos del espíritu libertario propio de la mejor tradición anarquista.
En su declaración de 2 de febrero pasado la comisión permanente precisaba que la Iglesia no podía ser neutral ante la defensa de losvaloresdel hombre y que su misión pastoral le exige, entre otras responsabilidades, la de «apoyar a los más pobres, débiles y marginados». Es un bello enunciado de propósitos. Hoy todos sabemos quiénes son los pobres y los marginados. Si damos el paso de ese lenguaje genérico que puede remitir las responsabilidades a la estratosfera de las figuras míticas, afirmaremos en lenguaje de uso común, el lenguaje de las clases sociales, que los pobres son la clase obrera, el campesinado bajo -proletariado agrícola, pequeños propietarios, etcétera- y otros sectores trabajadores de la sociedad.
Las luchas sociales forman parte esencial de la sociedad democrática que se abre ante nosotros. La fidelidad evangélica de la Iglesia exige una gran sensibilidad para no caer en el apoyo al centrismo de formulación tecnocrática, eludiendo así la gran oportunidad de acercarse con un nuevo rostro a las clases sociales donde crece la gran esperanza de la Humanidad. Si la Iglesia jerárquica se pone a su escucha y abandona ese aire perpetuamente aleccionador si se pone a la escucha del mundo, tal como solicitaba el papa Juan XXIII, quizá ella misma redescubra palabras escritas por Jesús sobre la arena y que el viento del constantinismo borró con demasiada celeridad.
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