Mújica Laímez, un escritor de otros mundos
Entrevista con el autor de "Bomarzo"
Manuel Mújica Laínez es un escritor muy especial. Misógino empedernido y no demasiado amigo de periodistas. Encerrado en ese mundo que se acaba de los que en Argentina llaman fundadores de la patria: las familias de la que fue oligarquía ganadera, descendientes de los españoles conquistadores y de los liberales y masones de la independencia. Preso voluntario en las tierras escasamente frecuentadas de la- literatura como forma de vida, Mújica Laínez, él mismo, parece un personaje escapado de sus propias ficciones, de sus obsesiones: unas cejas altas, un monóculo de plata que cuelga de un cordón negro, unas convicciones que más que de la derecha recién llegada parecen de la aristocracia que ya no queda.
Anillos y un bastón de ébano. Y en torno a sí mismo, a su casa extraña y nada ajena a mecenazgos que algo tienen de renacentista, ha ido fabricando ese mundo que le contagia, que seguramente le hubiera gustado más vivir, que es algo del barroco y mucho del romanticismo, y algo del veneno de los Borgia, de la espléndida lucidez de los Médicis, del cinismo vaticano y maquiavélico. De no se sabe qué especial inocencia. Y de, un lenguaje que sólo algunas veces se hace opaco, pero que casi siempre es prístina trasparencia, inocencia al fin, para leer y representarse sus historias nada inocentes.Hay que decir que Manuel Mújica Laínez dijo a EL PAIS lo que quiso decir. Que esta entrevista fue un monólogo entre el escritor y el periodista-tal-como-son- los- periodistas. Y que esto ocurrió porque esta vez, el periodista, estaba como fascinado, y el autor, una vez más, era poderoso creador de historias y palabras.
-Una vieja señora va a dar un gran baile. Europa está deshecha por la guerra, y en el Teatro Colón de Buenos Aires, se está representando el Parsifal. Lo que pasa entre los espectadores, lo que pasa en el escenario -que es la ópera de Cellini- y lo que le ocurre a un joven que desde el paraíso ve la ópera, ajeno a las intrigas de la señora y sus posibles invitados, es lo que cuento en mi próxima novela. Se llamará El príncipe y los pecadores, que son, por supuesto, los espectadores. No, no tomo partido por Parsifal: sí por ese muchacho de paraíso, que es el único que entiende algo.
Hubo una representación de Parsifal en el 42, en el Teatro Colón, como lo cuento. Yo estuve allí y recuerdo bien la gente, los nombres. Pero no he querido aludir a nadie. Que la novela no se contamine, como no sea de esa misma frivolidad que allí ví.
Múgica Lainez, al que no me atrevo a llamar Manucho como sus amigos, no ha recibido bastante justicia literaria. Cuando pasa por Madrid, una corde decadente improvisa cierta fiesta íntima, en los salones del Duque de Tovar, que se dice descendiente del señor de Bomarzo. Y quizá, más que del real -que ahora Bomarzo es una colección de ruinas, un cementerio de encantos de ese otro, recreado, cultísimo, rasgado por la muerte, que es de alguna manera el trasunto que no me descubre el mismo Mújica. Hay otros duques y marqueses de lo literario, que revuelan en torno a sus anillos, a su lengua mordaz. Y hay un nombre, que no me atreví a nombrar, pero que no hizo falta, porque un destino común parece unirles, a Mújica y a Borges.
-Soñé que estaba grave la madre de Borges y le escribí para saber cómo estaba: tenía noventa años y estaba vivísima. Doña Leonor misma me contestó que ella también había soñado que yo no estaba muy bien... Cuando murió, Borges me contó que doña Leonor solía decir que su escritura le recordaba de Eca de Queiroz. No pude decirle que mi madre solía decir lo mismo de mis libros. Es que Borges ha devorado todas las madres. Pero no se por qué hablamos todos siempre de Borges, que nos maltrata y no nos menciona. Y no es mi caso: en su último libro me dedica un hermoso poema, me convoca desde sus versos. Me han contado que en Venecia a vuelto a hablar mal de los clásicos. No me extraña.
Mújica dice viajar con un cuaderno de notas, en su peregrinaje casi anual por la Europa de cultura latina.
-El poeta ha de ser iluminado. El novelista recibe la inspiración en un momento: es la idea, la concepción total y no detallada del libro. Lo demás es oficio. Yo escribo a mano de mañana, y de tarde escribo a máquina. Y cuando pasa la máquina, se acabó. Nunca hubiera podido escribir ocho veces ningún capítulo de ninguna de mis novelas. Me hubiera muerto de aburrimiento: todavía estaría escribiendo El Unicornio, o Bornarzo... Pero cuando voy a escribir la novela, prácticamente está hecha. Lleno cuadernos, que no abandono en mis viajes, de notas que la van informando. Luego, ordeno y ya está.
Le pregunto por sus lecturas.
-Para conseguir los libros de ambiente medieval o renacentista, es evidente que tuve que manejar toda la bibliografía, todos los archivos, toda la documentación del mundo. Eso ocupa la mayor parte de mi tiempo de lectura. Ahora, por ejemplo, leo lo que encuentro sobre Parsifal, sobre la guerra europea, sobre la época en que voy a situar este libro, que estoy deseando escribir, que me está esperando a ía vuelta a Córdoba. Y pocas cosas más: acabo de leer el libro de Denis Martin Erase que sería, que me pareció Las mil y una noches, porque es un cuento dentro de otros cuentos, y es como perderse en un laberinto esa historia en la que un esclavito cuenta al señor el día que pasó como debería haber pasado...
El escritor avanza su viaje por la Andalucía de los Califas, por la Italia de los primitivos y los venecianos. Está contento con televisión, y está contento con la antología de sus textos que ha preparado Luis Antonio de Villena, otro aficionado a mundos que agonizan. Y hablando de agonías, Mújica Lainez se tienta en política:
-Acá me preguntan muy angustiados por Argentina. Me extraña, porque los periódicos de allá también dan un aspecto caótico de España, y vengo y no pasa nada... pobrecitos españoles, que sólo hablan de política. Están felices, de poder votar después de cuarenta años. En Argentina no se habla más de política.
Cada vez que vengo a España soy muy feliz. Y si no fuera argentino hubiera querido ser español. Es que me siento bien. Respiro.
Y Manuel Mújica Laínez, después de su verano europeo, como casi todos los suyos, se volverá a su isla, a donde entra la violencia argentina sólo para acabar con ese personaje delicioso de su última novela que era Sergío, o para revivir desde su finca cordobesa, esa casa que vivió un día y que verá crecer, en su próximo inmediato libro Los Cisnes, que saldrá en septiembre.
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