Santander no participa en sus cursos de arte
Cabe seguir insistiendo sobre el escaso eco local que despierta el curs de la Magdalena. Los temas tratados nunca suscitan (ni en Santander pongamos por caso en Madrid) la atención de públicos mayoritarios; pero en este caso ni siquiera los sectores culturalmente avanzados de la ciudad han percibido (o querido percibir) las nuevas posibilidades que el curso de este año ofrece.
Salvo excepciones, estos sectores no han acudido a la cita. Tampoco ha faltado el maximalismo de quienes, en base a un análisis irreal de los aparatos ideológicos de Estado, se empeñen en establecer un inaudito paralelismo entre este curso y los que persiguiera Camón Aznar.Otra cuestión, más manifiesta aún, es la heterogeneidad del público. Un debate entre «especialistas» tenderá a estable cerse a un nivel que da por su puestos muchos puntos de partida. Es lógico que para un sector de la asistencia, el discurso tenga algo de críptico, máxime cuando las cuestiones tocadas, salvo en algún caso, han pecado de excesivamente generales. Consecuencias: el silencio, el desinterés, cuando no la crítica al discurso en su totalidad; un desinterés, una crítica, que apenas ha saltado a la escena pública y los llamados especialistas logran encontrar todo el provecho que desearían en los debates (pues algunas ponencias no pasan de un nivel ya sabido) ni los asistentes menos «entendidos» están encontrando por lo general respuestas a primer nivel, que tan sólo un curso de carácter mucho más «didáctico» podría aportarles.
Hasta el momento, quien se ha llevado la palma en cuanto a conflictividad, ha sido Valeriano Bozal. Algunos tal vez se hayan enterado de que el arte es una mercancía, o de que el marqués, el intelectual y el obrero (las categorías son de conferenciantes), aunque sean obras de arte distintas. Tal vez les haya seducido su fe en los medios de producción modernos, su confianza en la ruptura del, mercado, su exigencia de un arte que comunique mensajes alternativos. Sin embargo, su desdén por lo «artesano», la incapacidad para abordar la cuestión y la libertad creativa, el voluntario rehuir a hablar de «poesía», dieron lugar a que ni Gerardo Delgado o Javier Rubio encontraran respuesta a sus preguntas, ni Angel González pudiera en conclusión hacer otra cosa que negar el discurso de Bozal, como totalidad cerrada. La ponencia de Tomás Llores revelaba igualmente respecto al problema de la relación arte-lenguaje la imposiblidad de una crítica que permanece en el marco de lo criticado y que se ilustra en base a ejemplos que un asistente calificó con buen acierto de tendenciosos. La mayor flexibilidad del conferenciante. posibilitó, sin embargo, el que se rompieran algo más las barreras iniciales.
Lo más sugerente hasta ahora, han sido las ponencias de Juan Navarro Baleewega y de Ignasi S. Solan-Morales. Navarro Baleewega pronunció una charla abierta, dispersa, muy anglosajona en sus elipsis. Su repaso de la historia del arte, a la busca de ejemplos para sus reflexiones de creador, tienen la virtud de suscitar nuevas reflexiones en el oyente. Pasar de las ninfeas de Monet a los interiores de Loos, del («ojo asociado a un cuerpo») de Roehko, al rayo solar entrando en el panteón, siempre con la capacidad de enebrar que tiene Navarro Baleeweg, es por de pronto agradecer. En cuanto a Sola Morales, su trabajo en «vanguardia artística y realidad social en España», ya nos había mostrado a un estudioso de la arquitectura para el cual no valen los esquemas al uso. Así, su metáfora de la vanguardia arquitectónica, como coitus interruptus, en la que el GATEPAC y el Grupo R no serían sino las dos versiones de una misma ilusión frustrada, que parece una perspectiva de interés. Asímismo, sus consideraciones sobre la supervivencia de racionalismo durante el período que algunos han querido homolíticamente imperial, o su análisis de cómo en los 60 y 70, los arquitectos han perdido la fe en las generaciones anteriores sucediéndole el desencanto, una actividad más lúcida.
En cuanto al seminario Vanguardias históricas, que está a punto de concluir, a decir verdad tiene poco de seminario, ya que los trabajos no eran conocidos con anterioridad, ni siquiera entre los pocos interesados. El martes, Mariano Navarro habló sobre Duchamp Schwitters, que nos acabó hablando de cosas tan distintas como el concepto de modernidad, la validez o no de las cadenas históricas lineales (entre ellas la que podría deducirse de la ponencia), o incluso el fantasma del mayo francés. El miércoles, Jannie Brihuega habló de su aproximación a la vanguardia histórica española, orientándose el debate hacia consideraciones de todo lógicas demasiado generales (¿se puede hablar de actividad artística, critíca frente a actividad artística acrítica?). El jueves, ponencia de Juan Manuel Bonet sobre el nacimiento del concepto de modernidad en la primera vanguardia española, o sea, en el ultraísmo.
Babelia
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