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En recuerdo de Dionisio Ridruejo

Hace ahora un año, recordando a Dionisio Ridruejo, indiqué lo que me parecía obligado subrayar entonces. Su claro ejemplo de hombre libre que luchó hasta el final por una España sin dogmatismos y sin inquisiciones: una España hermosa en que todos los españoles pueden convivir. La conciencia de que el error siempre está a la vuelta de la esquina, acechándonos y listo para saltar sobre nuestras convicciones más firmes, no le hizo inseguro, pero sí consciente de que la seguridad absoluta que se cierra sobre sí misma, negándose a escuchar y más aún a entender a quien objeta, es uno de los defectos más graves y constantes de nuestro carácter y uno de los necesitados de más urgente corrección.Para llegar a esa España soñada como proyecto de convivencia sabía Dionisio que era imperativo, ante todo, unir, y también sabía que no es posible unir sin separar, operaciones complementarias, cara y cruz de una realidad, de toda realidad. En su vocabulario separar no implicaba romper los puentes, destruir las vías de comunicación, sino reconocer las diferencias y, sin eliminarlas, hacer posible que los distintos hallaran fórmulas de coexistencia civilizada, lo que quiere decir, humana. Y nunca pensar que el adversario es un enemigo.

Cordialidad es la palabra que mejor expresa el talante del Ridruejo que hemos conocido, y su condición política se fundaba más en el tipo de inspiraciones dictadas por el sentimiento que en las sugeridas por el cálculo. Si tuvo una política coherente, y yo creo que la tuvo, fue la política de la concordia y la civilidad, la política de la comprensión y la generosidad. Generoso hasta el exceso de su tiempo, de su palabra, de su corazón, se entregaba a los demás (así, en general, no sólo a los amigos), como si la entrega fuese su modo natural de ser.

Sabemos con cuánta espontaneidad pasaba de la comunicación a la confidencia, que es otro modo de entrega, y también elemento caracterizador de su poesía. Si la síntesis no resultara demasiado abrupta, pudiera resumirse el proceso de su creación poética como una depuración de la confidencia, como un lento despojarse de la retórica inicial para acceder a un lirismo más personal, hacia un canto escrito casi en prosa, lo que aquí significa un modo de dicción en que se renuncia al despliegue de la brillantez para expresar con un maximun de sencillez la operación de un espíritu desengañado y tal vez desilusionado, pero todavía capaz de vivir y sentir la esperanza.

Claro está que el cambio de tono implícito en el tránsito de una retórica exaltada a una retórica de la moderación es, según suele decirse, significativo. Y más revelador de una alteración en la persona de quien lo experimenta. Digo en la persona y sé que me quedo corto, pues el cambio en el giro de la palabra poética revela, o más bien produce, un cambio en el ser de quien la maneja. El hallazgo o la aceptación de una dicción renovada y de una estructura más fluida es la señal o la determinante de una transformación íntima que sin esa renovación tal vez no hubiera llegado a producirse.

Que Dionisio declarase, como declaró, que prefería dejar memoria de un gesto a dejar memoria de un poema; que considerase más importante ser recordado por sus hechos que por sus versos, pudiera ser entendido de dos maneras: como señal de modestia (aquella modestia orgullosa de que habló Antonio Machado) y, a la vez, pues ambas lecturas son compatibles, como declaración de servir y la ejemplaridad de la conducta.

Pues si alguién vivió en situación,si alguien sintió que verdaderamente la circunstancia es parte del yo, ese alguien fue Dionisio Ridruejo. La convicción, tan orteguiana, de que si no salvamos la circunstancia no podemos salvamos a nosotros mismos, le inclinó a esa opción que a muchos parecerá insólita, pero que en contexto, y dado el carácter del hombre que la realizó, no lo es.

Poesía y acción convergen: para poner el mundo en claro es preciso empezar por ponerse en claro consigo mismo. Pero ¿quién puede ver bien en lo interior cuando alrededor suyo las sombras le cercan, le apremian y le enturbian la visión? Este fue en última instancia el problema de Dionisio Ridruejo, como sigue siendo el de todos nosotros: ni en la poesía ni fuera de ella hay salvación si no es colectiva. Para salvarme yo, pensaba, hemos de salvarnos todos.

No hay un vivir hacia dentro y un vivir hacia fuera, sino un vivir que es existir, coexistir y convivir. Otro gran desaparecido, Luis Felipe Vivanco, terminó su ensayo sobre la poesía de Dionisio señalando que una de las palabras que definían su vocación y su vida era la palabra convivencia, utilizada por él como título de, un libro en que recogió lo esencial de aquellos años (1941-1958) decisivos para su cristalización y transfiguración.

Gran animador, ánima, alma, insistencia articulada, con persistente obstinación de mover y a veces conmover a los inmóviles. Hombre, poeta y político, ¿quién podría separarlos?, ¿quién podría aislar los componentes de aquel hombre a la vez tenso y flexible, que en todas sus actividades se manifestaba idéntico a sí mismo? Alma grande y espíritu sencillo, la intensidad y la sinceridad con que padeció su pasión española, y aún diría, sencillamente humana, le constituyó en lo que sin duda nunca pensó ser: en ejemplo y en guía.

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