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Crítica:SEMANA DEL CINE FRANCÉS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Entre el vino y el alba

En su vieja mansión, llamada Providence, un anciano escritor, ya cerca de la muerte, se defiende de su asalto definitivo con dos únicas armas: el vino y los recuerdos. En la noche que precede al día de su cumpleaños, recuerda y revive su postrer novela, imaginando que los personajes son sus mismos familiares, hijos, esposa, nuera, los unos muertos ya, los otros, a punto de llegar al día siguiente. Creados y a la vez dominados por el escritor con libertad para vivir y decidir, como auténticos seres independientes, la fábula cambia de voz, de tono, de punto de vista, según el autor interviene, a medida que esos mismos personajes se identifican o desdoblan en otros, rompiendo su relación con la realidad para volver a poco, al camino tradicional de su aventura.Cuando por fin rompe el alba y se hace la luz sobre los prados que ciñen el castillo, la pesadilla acaba y los hijos llegan. Es como un epílogo patético y feliz tras del que el escritor quedará de nuevo a solas en su mansión, con sus viejos criados, sus personajes odiados o queridos y su mal, viejo amigo también, que según se adivina, acabará aniquilándole.

Providence

Guión de David Mercer. Dirección: Alain Resnais. Fotografía: Ricard Aronovitch. Música: Miklos Rozsa Intérpretes: Dick Bogarde, Ellen Burstyn John Gielgud, David Warner. Ellaine Strichi. Francia. Fantástico. 1976.

Más allá del humor amargo, la fantasía y la metáfora, corre en el filme, por debajo de sus valores visuales, una vena tradicional, a través de la cual, los personajes van en busca del autor, le asedian con sus interrogantes, le irritan entre divagaciones cultas o procaces. La moral, la guerra o la violencia, las relaciones familiares son temas que nacen y mueren a lo largo de una noche, a la espera de un sueño preludio de la muerte que en Providence acecha.

Desafío antes que laberinto, este último filme de Resnais, viene a poner en manos del espectador las claves de una historia que siendo una y muchas a la vez, paralelas y contrapuestas, va tomando cuerpo y forma, haciéndose cada vez más inteligente, y a la que la fotografía con sus tonos oníricos y la música entre solemne y melancólica, sirven para centrar el camino hacia las interrogantes que propone.

Casi veinte años después de Hiroshima, mon amour se diría que su autor vuelve a su mundo de liberación total, invención y fantasía, camino por el que no resulta siempre fácil seguirle, intrincado y armonioso como esos bosques sombríos que, en esta ocasión, sirven de prólogo y paso hacia el lugar donde la acción se desarrolla, mundo complejo y completo a la vez, encerrado en sí mismo, intelectual, moral, estético, realizado sobre imágenes de una belleza excepcional fácilmente identificable, sobre palabras o ideas que, ajenas o adoptadas, Resnais convierte en suyas, trasformándolas, se diría que fundiéndola en ese gran crisol exquisito de su universo visual que mueve con especial, armonía bajo la luz del alba, entre prados, muros decrépitos, habitaciones mágicas, guerras vecinas o remotas.

Dick Bogarde, en su papel de abogado frío, racional, cumple perfectamente como segundo protagonista al igual que Ellen Burstyn en el personaje amable del relato, más por encima de todo el reparto, la sombra de John Gilgud, llena el filme con su arte personal conciso y brillante. Baste decir que él es el escritor y que en su voz y su gesto, la ironía, el desdén, el dolor o el miedo a la muerte alcanzan un raro valor con vagas resonancias de Shakespeare, autor, quizá no del todo, ajeno al filme, al que quizá alude su título con el nombre del lugar donde los hechos suceden y a la vez de esa especial facultad de los nombres señalados en el arte -escritores, autores, directores-, capaces de crear y mover sus per sonajes, haciéndoles creer, imaginar una libertad que ni gozan ni tienen, que imaginan, a fin de cuentas como los humanos, vistos unos y otros, desde el lejano y cruel olimpo de los dioses.

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