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La distensión Este-Oeste, en el centro de las conversaciones. entre Giscard y Brejnev

Este martes celebrarán su segunda entrevista, mano a mano, en el castillo de Rambouillet, el presidente del Soviet Supremo, Leonidas Brejnev, y el presidente galo, Valery Giscard d'Es-taing. La cumbre franco-soviética, iniciada ayer, durará tres días. No se esperan resultados espectaculares. Desde que hace dos años y medio visitara oficialmente Francia, es la primera vez (salvo su viaje para firmar los acuerdos de Helsinki) que el número uno soviético se desplaza a Occidente.

El tema más importante de las conversaciones gira en torno a la distensión Este-Oeste y a todo lo relativo a los armamentos. La estancia del señor Brejnev en París ha despertado pasión y las manifestaciones hostiles se multiplican: los disidentes de la URSS, los derechos humanos y la situación política interior francesa, que hace presagiar una posible victoria de la izquierda en las legislativas, son los anti protagonistas de la cumbre. Tres mil policías se ocupan de la seguridad del líder comunista y de las 120 personas que le acompañan.

«Nuestra reunión se celebra en un momento de graves problemas para el mundo: la distensión, la proliferación nuclear, la acumulación de armamentos y tensiones en diversos puntos del globo.» Con estas palabras, el señor Giscard, d'Estaing, cuando ayer recibió al señor Brejnev, significó la importancia que concede a la visita de su huésped. Este, por su lado, resaltó que las conversaciones de Rambouillet deberían «conceder gran importancia al desarme», y añadió que esperaba «resultados positivos para la paz y la seguridad internacionales». Así quedó definida la dimensión «mundial» de este desplazamiento del señor Brejnev, que en los medios diplomáticos, se sigue con atención.

El líder soviético desearía, con el señor Giscard como intermediario, relanzar la distensión Este-Oeste después de los «avatares» que ha sufrido la imagen de Moscú como consecuencia de dos acontecimientos: la firma de los acuerdos de Helsinki (promovida por el nuevo jefe de Estado soviético, pero que se ha revuelto contra él, a causa de la transgresión de los derechos humanos en la Unión Soviética) y, en segundo lugar, la llegada de Jimmy Carter a la Casa Blanca. Como es sabido, contrariamente al presidente francés, su homólogo americano ha hecho de la «disidencia» uno de sus argumentos diplomáticos frente a la URSS.

Como ya ocurría en tiempos del general De Gaulle, cada vez que las relaciones URSS-USA se enfrían, la diplomacia franco-soviética recobra su dimensión importante, o «cómplice».

Al final de la visita, este miércoles, los dos jefes de Estado firmarán varios documentos: una declaración de política general, un texto sobre la distensión, otro sobre la proliferación nuclear y uno final relativo a la cooperación económica entre los dos países.

Si, con todos estos documentos, el señor Brejnev desearía, con París como «hombre bueno», darle la mano al Oeste, el presidente francés, ejerciendo momentáneamente de «nuevo Kissinger», quisiera consolidar la envergadura de su papel diplomático y, en el plano interior, impresionar a un electorado que parece dispuesto a votar por la Unión de la Izquierda en las legislativas de marzo del 78.

Conviene subrayar una dificultad suplementaria que, sin duda, alimentaría el diálogo en estas conversaciones: la afirmación rotunda, el sábado último, del primer ministro, Raymond Barre, alusiva a la fuerza nuclear francesa, «que servirá, llegado el caso, para la defensa de los países vecinos», es decir, en opinión de todos los observadores, «incluso para ser utilizada desde la RFA contra el Pacto de Varsovia».

Al diálogo Brejnev-Giscard, a las recepciones, a todo el fasto oficial, a la visita excepcional del líder de Moscú al Arco del Triunfo y a las posibles ambigüedades a que puedan dar lugar los esperados «resultados positivos» no les faltan otras «sombras».

En primer lugar, el panorama político interno francés. No se sabe aún si el líder comunista Georges Marchais se entrevistará oficialmente con el señor Brejnev.

En las circunstancias actuales, «una conversación entre Brejnev y Marchais daría lugar a un diálogo de sordos», se decía en los medios de la oposición francesa. Y, en resumen, sobre esta delicada cuestión, «una victoria de la izquierda en las legislativas, modificaría el equilibrio europeo y, en consecuencia, mundial».

En París, como en provincias, se han desarrollado múltiples manifestaciones contra la estancia del señor Brejnev. Movimientos de extrema derecha, de extrema izquierda, de defensa de los trabajadores y de las libertades democráticas (éstos últimos de Europa oriental, pero coordinados con los franceses) han programado mítines y desfiles.

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