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Reportaje:

Entre la satisfacción y la esperanza

Ha terminado, prácticamente, la temporada teatral. Las tres etapas clásicas de nuestra organización, las que comienzan en septiembre, Navidades y Domingo de Resurrección, han arrojado sobre nuestros escenarios -ya treinta en Madrid- su carga de estrenos, reposiciones y remiendos. Desde Valle- Inclán a Fernando Arrabal han desfilado textos de autores conocidos, debutantes, marginados, prohibidos, olvidados, desdeñados y queridos. Los grupos independientes han luchado con tenacidad desde la entrañable parcela libre de la sala Cadarso. Han soplado aires suramericanos de variados calibres. Ha habido algunas visitas ilustres de compañías de buena reputación internacional. Y, sin embargo...Sin embargo, la nota dominante de la temporada ha sido la angustia, la rigurosa desesperación, el desasosiego económico, laboral y estético de las gentes de teatro. Los actores, con fuerte voz, han denunciado el gran paro profesional en asambleas, pro testas callejeras, escritos y ocupaciones. Los empresarios, más sordamente, se han quejado del alto riesgo y, en algún caso, han perecido en sus empeños. Una vaga e inconfortable molestia aleja de la expresión dramática a escritores de talento y posibilidades. La Administración pública, perdido el hábito. triunfalista, reconoce, sin paliativos, su escasez de medios y su imposibilidad de atender las exigencias culturales de la sociedad. El balance no puede ser más negro.

Aquí no se trata ya solamente de defender la situación profesional de un sector. Está en peligro una institución compleja, antigua, moderna, vital: está en peligro el teatro. Cuantos en él intervienen parecen haber tomado conciencia clara de la necesidad de realizar una revisión seria de los supuestos -evidentemente anticuados e insuficientes- en que se basa nuestra organización teatral. Con extraordinaria moderación en sus términos, para no prejuzgar ni ahuyentar a nadie, un grupo de autores, directores y actores ha tomado la simple iniciativa de hacer un llamamiento general para un congreso teatral. «Ante la inminencia de nuevas instituciones democráticas españolas y de unas Cortes en las cuales tendrá que debatirse la reordenación de todas las actividades laborales y culturales del país, los profesionales del teatro consideran ya de inaplazable urgencia el examen de los problemas que les afectan, con el fin de dar fundamento a una reorganización del conjunto de las actividades teatrales que permita eliminar definitivamente los errores y deficiencias que hasta hoy ha venido padeciendo el medio teatral en nuestro país. Esta necesidad reclama con toda evidencia la celebración de un congreso de teatro abierto a todos los profesionales del mismo, dónde se sienta reflejada toda su problemática. Parece que debe ser objetivo final de ese congreso la redacción de un documento donde se defina la posibilidad de una política teatral coherente y racional, que pueda concretarse con la mayor rapidez en una adecuada legislación.» La mesura y discreción de estas líneas indica el vivo deseo de desdiramatizar la legítima protesta, y pasar de la desesperada crítica negativa al estudio y análisis de soluciones racionales y modernas.

Es evidente que estas soluciones dependerán, en gran parte, de la actitud general de la sociedad y de la orden de trabajo que esta sociedad sea capaz de impartir a los órganos de la administración. Al aludir a las instituciones democráticas las gentes de teatro confían implícitamente en la sociedad española. Hacen bien. La legislación teatral es inane, anticuada, restrictiva y torpísima. Pero lo que debe ser revisado no es sólo esta o aquella disposición entorpecedora. Se necesita una definición globalizadora y terminante de lo que la sociedad española espera de su teatro y de los medios y recursos que está dispuesta a ordenar para tenerlo. Se trata de pasar de la defensa bunkeriana de unos despachos administrativos cazurros y desconfiados, de la censura en todas sus manifestaciones, a una. apertura creadora y, si es posible, alegre. Los bienes culturales no pueden ser estimados con parámetros mercantiles. El teatro no es un lujo. El teatro cuesta dinero. Es difícil retroceder de esas dos líneas afirmativas. Habrá que convencer a mucha gente. Es formidable que en sólo unas horas los jornadistas que han estudiado el teatro escolar y los desesperados ocupantes del teatro María Guerrero, asambleistas del teatro independiente, dirijan sus conclusiones y su mirada hacia ese congreso teatral, aún no convocado y ya urgentísimo. Es que sólo las gentes de teatro saben bien donde les duele y cuánto les duele. Por eso hay que empezar por el diagnóstico. Sería pueril sectorizar el problema y concebir la crisis como una dolencia localizable en los empresarios, los actores o los autores. Sería inocente confiar el tenia general a la euforia textual de un grupo político cualquiera. Y sería suicida polemizar entre distintas imágenes estéticas del teatro y sus quehaceres. El congreso va a necesitar una gran conciencia crítica, cauterizadora y esclarecedora. Nadie mejor que las gentes de teatro saben que tan importante -lo que hay que decir es la como forma de decirlo. Es absolutamente necesario que el congreso se reúna pronto, que trabaje Profundamente y que ofrezca a la sociedad una alternativa a la altura de la seriedad de las dolencias teatrales y de las esperanzas en un futuro mejor. Esta no es hora de buscar culpables, sino de encontrar soluciones. En definitiva, es la hora de Fuente Ovejuna.

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