Guinovart
No es posible dividir esta obra en sus partes sin pecar de miserable. Quien se acerque a estos trabajos juzgándolos individualmente, condenando unos y salvando otros, verá mermada su imagen del bosque por el agobio de los muchos árboles. Bien digerida la lección de lo que, en su pasado, fueron mayores o menores amores pop e informalistas, Guinovart desarrolla hoy una inventiva sorprendentemente polifacética. Haciendo caso omiso de cualquier línea unívoca de trabajo, ya sea, en lo formal o en lo material, no duda en saltar continuamente de uno a otro de los mundos que el juego creativo le sugiere. Poco importa si las estaciones de este recorrido delirante no son siempre acertadas, lo fundamental radica en la actitud. No es riqueza la de quien más posee, sino la de quien se permite derrochar. Y Guinovart, querámoslo o no, derrocha generosamente. Con una ingenuidad, que es mera apariencia, no duda en regalarse un torrente de objetos curiosos construidos a partir de cualquier cosa. Toda materia, toda técnica, todo lenguaje posible encierra su propio juego. Guinovart bebe, indiferente, de uno y otro; lo de menos es nuestro acuerdo. A veces se acerca, con total impunidad, al universo vecino de algún colega y arriesga allí sus propias bazas. La fachada de indolencia que, dentro de un aire festivo, muy mediterráneo estos trabajos presentan, revelará al lector atento los muchos resabios que oculta. Y si, aun así, quien hasta aquí llegue no descubriera motivo alguno de interés en lo que estos objetos le cuentan, deberá al menos convenir en que pocas veces suele conservar un artista semejante dosis de frescura a una altura tal de su camino.
Guinovart
Galería Juana Mordó. Castelló, 7.
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