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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España y el equilibrio norteafricano

EL EQUILIBRIO en el Norte de Africa es cada vez más inestable. La paz se hace precaria y las potencias comprometidas toman posiciones ante una eventual confrontación.El panorama puede resumirse más o menos así: el Sahara Occidental, antes administrado por España, aspira a convertirse en nación independiente, tras la movilización del Frente Polisario en aquella zona. Una potencia limítrofe, Marruecos, invadió el territorio en los años 75 y 76. Desde entonces, se ha mantenido la lucha armada contra las fuerzas de Hassan II,y parece que ahora, tras un año de lucha, los soldados del Polisario dominan militarmente el terreno. Marruecos podría acercarse así a una situación límite: no es imposible una guerra formal o cualquier tipo de acción sorpresiva con riesgo próximo para varias naciones.

Cuatro potencias al menos se hayan comprometidas en el proceso. Marruecos, vecino e invasor del Sahara; Mauritania, limítrofe al Sur, que aspira a acordar con Marruecos un reparto razonable del territorio; Argelia, fronterizo al Este, poderoso y abierto protector del Polisario, y España, antigua nación administradora, interesada por cuanto ocurra en la zona y con un archipiélago de su soberanía a sesenta millas de la costa en litigio,

Hay, en el escenario, un último, pero principal protagonista: el pueblo que habita en el Sahara, que parece mayoritariamente representado por el Polisario y que como titular de derechos internacionalmente reconocidos habría de pronunciarse sobre el futuro del territorio.

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Como telón de fondo, puede entreverse la gran política de los bloques y las superpotencias que, al igual que en el otro extremo del mar, operarían a fondo para influir en el Mediterráneo occidental. La diplomacia de Nixon jugó fuertemente, y en ocasiones con ligereza, a favor del inestable régimen marroquí, representante de los intereses americanos en el área. Argelia, país de dimensiones muy superiores, ha aspirado a operar en el entorno árabe con una política de no-alineación con ninguno de los dos grandes; y, sin embargo, la doble presión soviética y americana se hace sentir en su política exterior. Francia está también por razones históricas y diplomáticas, implicada en el proceso.

En este conjunto de fuerzas encontradas hacen su aparición varios factores nuevos. En primer término, el reconocimiento cada vez más extendido del Frente Polisario, como liberador del Sahara, que obtiene apoyos crecientes entre las naciones africanas y en la OUA. En segundo término, la posición de España que no ha reconocido ninguna soberanía sobre el Sahara occidental y que desea ver respetada la voluntad del pueblo saharaui. También Francia se ha pronunciado tajantemente en los últimos días: «Si la autodeterminación del Sahara puede organizarse, debe hacerse cuanto antes.» Un problema de fondo se plantea a la hora de la autodeterminación. ¿Quiénes se pronunciarían? La población del Sahara Occidental no está censada y hay versiones contradictorias sobre su número y entidad. Las autoridades marroquíes sostienen que los saharauis no sobrepasan la cifra de 70.000 habitantes. Los cálculos del Frente de Liberación son distintos y sus estimaciones oscilan entre 450.000 y 700.000 pobladores autóctonos.

Entretanto, las fuerzas del Polisario han neutralizado de modo casi completo a los marroquíes y las minas de fosfatos de Bu-Craa, reivindicadas por Marruecos, permanecen paralizadas desde hace meses. El mineral almacenado no puede dirigirse al mar porque el Polisario controla también las comunicaciones. La situación resulta así cada día más inestable. Un abandono forzoso del Sahara por Marruecos pondría en peligro al régimen de Rabat. Pero éste no puede mantener la guerra sin riesgos aún mayores, entre ellos, un choque frontal con Argel.

España siempre estimó que la descolonización del territorio terminaría sólo con la autodeterminación de la población autóctona. En plena agonía de Franco, en los momentos más difíciles de la transición, no fue posible organizar la consulta. Y, sin embargo, sigue siendo indispensable que tanto España como las Naciones Unidas cumplan las promesas formales que se hicieron a los saharauis. Es la ONU la que debe asumir la grave responsabilidad que obliga hoy a la comunidad de naciones para que se cumpla el proceso descolonizador. Las resoluciones que prevén la consulta deben ser aplicadas en el más breve plazo. Porque sólo así puede fundarse la futura estabilidad del Sahara. España podría contribuir a la pacificación de la zona convocando en una conferencia a las partes interesadas y a los representantes de la población saharaui. Podría ser este el último y decisivo debate, previo a la estabilización del territorio. En cualquier caso, la situación habrá de transformarse pronto para cortar el riesgo de una guerra inútil en el Noroeste de Africa.

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