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San Isidro 77: decimocuarta corrida de feria

Curro Álvarez enseña a Teruel cómo se banderillea de verdad un toro

Los momentos culminantes en esta tarde de miuras (mentira cochina, mentira cochina) fueron tres pares de banderillas. El primero, de Miguel Montenegro, en el tercer toro, que no pudo repetir pues la fiera (ya hablaremos de ella). se tapó, Los otros dos, de Curro Alvarez, en el cuarto, extraordinario el primero, nadie habría podido pedir más. pero en el otro se superó: acudió pinturero al embroque, reunió en la cara y clavó arriba, con valentía y arte. Fue realmente un Par sensacional, el de la feria y de muchas ferias. La plaza era un manicomio, y de la andanada salió el coro tremendo de las grandes ocasiones: « i Torero, torero! ».Cuando Curro Alvarez. que hubo de corresponder montera en mano a los aplausos encendidos, los de su jefe Dámaso Gómez incluido, volvía al burladero, Angel Teruel te miraba de hito en hito. No era para menos: le había hundido en la miseria. Porque un rato antes Teruel. con muchas ceremonias y mucha prosopopeya, salió a hacer el ridículo en la misma suerte,. Dos pares y medio colocó, todos no ya a cabeza pasada, sino a pasado toro entero. «¡Muy mal, muy mal! » -le gritaron. Y tan mal. Ahí estaban dos banderilleros de verdad. para enseñarle cómo se hace la suerte. A ver si aprende, lo que no es probable a estas alturas.

Plaza de Las Ventas

Decimocuarta corrida de feria. Cinco toros de Eduardo Miura, bien presentados, algunos aplaudidos de salida, aunque sólo dos -tercero y sexto- tuvieron el comportamiento típico de las reses de esta divisa. Inválido el primero; flojos, segundo y cuarto, los tres fueron de una nobleza total. Los dos primeros no pudieron cumplir en varas y el cuarto acudió alegre a tres encuentros, si bien sólo recibió castigo en uno. Tercero y sexto mansos, aquél con mucho sentido, éste noble. Y un sobrero del Pizarral -que sustituía a un supuesto cojo de la ganadería anunciada-, ruidosamente protestado por afeitado, manso.Damaso Gómez: Aviso y vuelta al ruedo con grandes protestas. Aviso y bronca. Angel Teruel: Ovación y salida a los medios. Silencio. Ruiz Miguel: Palmas y pitos. Vuelta al ruedo. Lleno de no hay billetes. Presidió, con altibajos, el señor Corominas. Hasta que devolvió precipitadamente el quinto toro, había estado muy bien.

Pero resulta que además Angel Teruel. única figura de la terna. sólo mató un miura. Una casualidad -sería- de tantas casualidades por el estilo como vemos tarde a tarde. año a año, en esta fiesta. Su primero era un borrego inválido: su segundo. pareció renqueante. Si estaba cojo de verdad o no es algo que nunca sabremos, pues la presidencia, ante la protesta de parte de la plaza, se apresuró a devolverlo al corral. Y para sustituir a aquella res, larga y cornalona, salió otra del Pizarral, con cuajo, sí pero corta y con unos pitones que nunca osaría decir que estaban afeitados

-¡como aventurar tamaña acusación. con lo serios y honraos que son los taurinos. la empresa. los veterinarios y el señor presidente!- pero que como imitación eran lo más parecido a un afeitado con after shave que cabe imaginar. Y, naturalmente, la gente -que no es tonta, aunque muchos la tratan como si lo fuera- no se tragó el cambio, y se puso a gritar de todo: «¡afeitado, barbero! », etcétera, entre otras contestaciones.

Al borrego inválido Teruel le toreó bien de capa y luego le hizo una faenita sin importancia, con dos unipases por la derecha que alcanzaron cierta enjundia. Y al que-no-estaba-afeitado, después de probarle una embestida que evidentemente no le gustó, lo aliñó y nada más. Bueno, sí, algo más: a ambos los mató muy mal.

Borregos eran también los llamados miuras de Dámaso Gómez, que estuvo premioso y aburrido. Dio derechazos y naturales,. a destajo, eso sí, pero ninguno de calidad. También mató ala última, en los dos casos, y escuchó sendos avisos.

Por cierto, que para el cuarto toro se pidió la vuelta al ruedo, con evidente exageración. Prácticamente el toro sólo tomó un puyazo. Tres veces entró muy alegre al caballo, pero falta saber cómo habría reaccionado al castigo, pues el picador, que era El Moro, dio un sainete. En el primer encuentro tapó la salida y acabó por levantar la vara para echársela al hombro (muy clásico, no digamos que no), pero encerró al toro en tablas dándole la grupa, y el astado, macho y miura, al cabo, pegó dos derrotes al trasero del equino, que se tumbó. Y El Moro, al suelo. En el segundo picó en un brazuelo y nuevamente hubo de levantar el palo para corregir el desaguisado. Y en el tercero marró; y al marrar, perdió el equilibrio, sobrevoló el espacio aéreo del funo y aterrizó en picado con lo puesto: castoreño, vara, bota, fierro, etcétera. En el último tercio el toro resultó noble, o más que noble, borrego, pero se quedaba corto. No era suficiente para premiarle con la vuelta al ruedo, y el presidente hizo muy bien en no sacar el pañuelo azul.

De manera que la tarde de miuras (mentira cochina, mentira cochina) se iba miuras verdaderos, con la una excepción de los que correspondieron a Ruiz Miguel. Su primero desarrollaba sentido por minutos. Al segundo par de banderillas ya se enteró de por dónde venían los garapullos; al segundo muletazo de Ruiz Miguel, de por dónde venían los pases. Toro de cornada, el valiente diestro de San Fernando se dobló de firme con él, con gran eficacia y torería, y pudo resolver el trasteo en triunfo si llega a acertar con el estoque, pero necesitó de dos pinchazos, bajonazo y quince descabellos, que ya son.

Manso el otro, dio la sorpresa con su noble comportamiento en la muleta. Entre los banderilleros había sembrado el pánico, se suponía que por marrajo. Pero se vio después que tomaba bien la muleta de Ruiz Miguel y éste construyó una faena recia y honda, con buenos naturales, derechazos y pases de pecho, y valientes desplantes de rodillas. Otro triunfo que tenía en la mano. Pero he aquí que había salido con la espada de madera, y cuando el miura le pidió la muerte, no tenía con qué dársela. De manera que tuvo que ir a la barrera a por el estoque, y al volver, el toro ya era otro.: se defendía y no dejaba cruzar, y por esta razón Ruiz Miguel hubo de pinchar varias veces, cuarteando. Pero se ganó limpiamente la vuelta al ruedo, con mayor merecimiento que nadie, a pesar de los varios pinchazos, porque fue el único que se había medido con los auténticos toros de leyenda en esta tarde de miuras (mentira cochina, mentira cochina), en la que lo mejor fueron tres grandes pares de banderillas.

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