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San Isidro 77: undécima corrida de feria

Las lágrimas de Roberto Dominquez

Roberto Domínguez en tró a la enfermería con lágrimas en los ojos. Un hombre de su cuadrilla estaba en el quirófano, corneado por un manso, y por la irresponsabilidad de ciertos insensatos que, al igual que con los victorinos, lanzaron almohadillas al ruedo como protesta por la mansedumbre de un toro de Pérez Angoso.La indignación en los aledaños de la enfermería era máxima. A un toro, y más manso, nunca se le puede perder la cara. Una corrida entraña un peligro real, y si por culpa de los lanzamientos de almohadillas se han tomado medidas drásticas en el fútbol, donde el riesgo físico es Incomparablemente menor, ¿qué habrá que hacer en un coso taurino? Entre insultos y comentarios para todos los gustos se esperaron impacientemente noticias sobre el estado del peón. La cornada había sido fea. Por fortuna, la herida no resultó de la gravedad que se preveía. Eso no fue suficiente para secar las lágrimas de Roberto, un diestro honrado que apechugó con todo el peligro del manso.

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Histeria colectiva a causa de un manso de banderillas negras

Curro Romero y Rafael de Paula, que al abandonar la plaza pasaron al lado de la enfermería forzosamente, ni siquiera miraron hacia ella. Voces de «¡cobarde, cobarde! » les acompañaron en su salida.

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