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San Isidro 77: undécima corrida de feria

Histeria colectiva a causa de un manso de banderillas negras

Para remate de una corrida fea y de media casta, de ninguna manera apta para la primera feria del mundo, como se pretende que sea la de San Isidro, saltó a la arena un producto de Pérez Angoso, cuyo solo anuncio ya hacía pensar, conocido el historial de este hierro, que el panorama no podía sino empeorar. ¡Y vaya si empeoró! El perezangoso resultó ser manso y palarraco. Como no había forma de acercarle al caballo, un sector del público protestó, pidiendo su devolución al corral. El presidente cumplió con su deber y sacó el pañuelo rojo, que lo condenaba abanderillas negras.Hubo entonces un silencio, ya nos imaginábamos por qué: los que protestaban creyeron que se había decretado la devolución al corral del espécimen. Ahí está lo que sabe de toros y de reglamento cierto público que acude a Las Ventas y que a la larga destroza las corridas, porque como sus opiniones pesan tanto como las de quienes algo están impuestos en esto (aunque sólo sea algo), allá que te van orejas por cuatro gurripinas, o broncas cuando un torero da la lidia adecuada a un toro que no es de carril, o lo de ayer. Bienharán los presidentes, cuando tienen que refrendar las manifestaciones del público, si tienen en cuenta de qué sectores parten, porque es verdad que Dios los cría y ellos sejuntan. Y no son diferencias entre público de sol y público de sombra, como hay quien dice por ahí, con evidente estulticia, pues esas diferencias se aprecian indistintamente en el sol, en la sombra, y en el sol y sombra. No es lo mismo, en este orden de cosas, una reacción del tendido nueve que del diez; o del ocho que del tres; o del siete que del cuatro. Se sabe desde que inauguraron la plaza nuestros mayores.

Plaza de Las Ventas

Undécima corrida de feria. Cinco toros de Antonio Pérez, feos y desiguales de presentación (dos protestados por falta de trapío), sin casta ni estilo, aunque manejables. Y uno (sexto), de Pérez Angoso, manso y peligroso, condenado a banderillas negras.Curro Romero. Bronca. Gran ovación y también protestas cuando sale al tercio a saludar. Rafael de Paula. Bronca. Dos avisos y bronca. Roberto Domínquez. Ovación y saludos. Aplausos. El banderillero Pablo Sáez, Chicorro, fue corneado de gravedad por el sexto. Sufre herida de quince centímetros en fosa isquio-rectal, que contusiona uretra y recto. Hubo injustificado escándalo porque el presidente no devolvió al corral el manso lidiado en secto lugar.

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Pero estábamos en las banderillas negras. Cuando el público de la protesta vio aparecer al peón con los palos, reemprendió los gritos; y como el toro, en el primer par, arrolló a Chicorro, quien salvó la piel en este momento para acabar llevándose la cornada después, como se verá. La masa, presa de un ataque de histeria colectiva, se puso a insultar al presidente. Hasta «iasesino!», llegaron a llamarle. Y echando fuera su iracundia, el gentío inundó el ruedo de almohadillas.

La ignorancia siempre fue audaz, torpe e imprudente, y esa actitud irracional llegó a poner tintes de tragedia en la caótica lidia. Porque Chicorro, cuando estaba en la brega, al caminar hacia atrás tropezó precisamente en una almohadilla y cayó. El toro tuvo la reacción típica en los mansos de la peor ralea: en cuanto vio al torero indefenso en la arena, se lanzó sobre él, lo prendió por una hombrera, lo lanzó al aire, y cuando cala, pegó la cornada, y aún cabeceó de nuevo con su presa entre los pitones, como para matarle. Ya puede imaginarse el desconcierto y el escándalo que produjo aquello. La bronca y la animadversión contra el palco llegó a ser tal, que daba miedo. Menos mal que otra parte de la plaza puso el contrapunto de cordura al ovacionar al presidente, y luego a la andanada del ocho cuando, oportuna como siempre, les gritó a los de los almohadillazos y los insultos: «¡Ignorantes!».

Roberto Domínguez, como pudo, dio muerte al pregonao, que se defendía en tablas tirando tornifiazos con olor a enfermería. Tuvo mala suerte el vallisoletano, no sólo con este mulo de mala rebaba, pues el otro pérez, lidiado en tercer lugar, también sacó mal estilo y le pegó una voltereta. Aún así, logró meterle en la muleta para unos buenos derechazos, que se aplaudieron como era de justicia. Curro toreó a su primero al filo del pitón, con el pico y la mano alta, y eso que el apé necesitaba, precisamente, que le bajaran la cabeza. Al otro, que se dejaba torear, le dio dos verónicas buenas, un par de tandas de derechazos de gusto y empaque, y de éstos, dos que resultaron extraordinarios; uno de ellos, sobre todo, dormida la mano del mando y el arte, fue un monumento. Siguió con naturales también buenos, pero el toro pedía la faena en los medios y sólo salió allí para unos ayudados por alto -superiores, eso sí-, con retorno de inmediato al tercio, porque bueno está lo bueno. Y se acabó el lucimiento. En el tercio, el apé se quedaba corto.

Abucheos y crueles olés de burla hubo para Paula cuando pasaba sus miedos con el segundo, y silencios durante su larga y pesada faena al quinto, pulcra, con dos naturales exquisitos, pero fría como el hielo. Por cierto que el señor Mantecón, quien, por lo que él mismo asegura -según hemos leído a Suárez Guanes en ABC- utiliza dos cronómetros para medir las faenas, ayer se los debió deja, olvidados encima del piano, porque retrasó en un minuto cada uno de los avisos que envió a Paula, según el más visible reloj de la plaza y el que es propiedad de servidor, automatic y waterproof.

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