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Luz y tinieblas en Luis de Góngora

El 23 de mayo de 1627, hace -por tanto- 350 años, moría en Córdobá don Luis de Góngora, una de las seis dovelas del que Dámaso Alonso ha llamado prodigioso arpo de la poesía culta de España durante los siglos XVI y XVII. En su obra fundamental dintinguimos los pequeños poemas -romances, letrillas, villancicos, sonetos-, y los poemas mayores: el Polifemo y las Soledades, sobre todo.Otra dualidad de conceptos emplea también la crítica para penetrar y entender esa obra: culteranismo / conceptismo y continuidad / dos épocas, esto es, lo que Cascales llamó el Góngora príncipe de la luz y príncipe de las tinieblas. Respecto a la primera, los estudios de Fernando Lázaro (1956) han dejado en claro que cultistas y conceptistas aluden a las cosas en vez de nombrarlas, si bien Góngora suma a una base conceptista la dificultad culta postulada por don Luis Carrillo (Libro de la erudición poética) y luego Jáuregui, así como suntuosos alardes ornamentales; de este modo, se hace oscuro. En cuanto al problema de las dos épocas, Dámaso Alonso (1935) ha defendido la existencia de artificios culteranos desde los poemas juveniles, concordando con la vieja apreciación de Vázquez Siruela, pero el propio Lázaro (1961), en matizada discrepancia con el primero de nuestros gongoristas y -sin más- de nuestros críticos, ha vuelto a la vieja idea de Cascales, notando cómo hacia 1610 don Luis acentúa sus artificios y con ello su dificultad. Se constituye de esta manera una estética de la oscuridad analizada por Menéndez Pidal, estética fundamentada en el placer de escrutar «bajo las sombras, ocultas posibilidades de hermosura».

Pero no acaban aquí las complejidades. Otro destacado estudioso de don Luis, Emilio Orozco, ha demostrado que el gongorismo propiamente dicho no surge sino en la segunda etapa de su poesía, en la que lo típico barroco «se impone sobre el predominante manierismo de su primera época»; el gongorismo así entendido incluye como rasgo lo conceptista. El citado profesor Orozco, en su día, pudo presentar el diseño manierista de varios sonetos gongorinos coincidentes en su composición con obras pictóricas del mismo estilo, merced a la común estructura desintegradora y de esquemas previos que suponen un consciente alarde técnico.

Sabido es que la Generación del 27 celebró entusiásticamente el tercer centenario de la muerte de Góngora, y de ahí su mismo nombre epónimo. En un periódico como EL PAIS, resulta muy grato recordar la acogida que la editorial Revista de Occidente dio a las Soledades y los Romances, en edición respectiva de D. Alonso y J. M. de Cossío, y a la Antología poética en honor de Góngora a cargo de Gerardo Diego.

García Lorca, por ejemplo, escribió con fina perspicacia: «Es un problema de comprensión. A Góngora no hay que leerlo, sino estudiarlo. Góngora no viene a buscamos como otros poetas para ponemos melancólicos, sino que hay que perseguirlo razonablemente. A Góngora no se puede entender de ninguna manera en la primera lectura.» Y Dámaso Alonso, por su parte, ha subrayado la proximidad de problemática estética entre don Luis y los jóvenes del 27, su aspiración a lo puro poético y a la imagen.

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