Toros y toreros ofrecieron, por fin, un buen espectáculo
Ayer tuvimos, por fin, una corrida de toros sin apenas reparos. Unicamente el consabido de que la fuerza no se correspondía con la presencia, en varios casos impresionante, de las reses. Corrida noble en términos generales, pero no borrega. Seria de cara, discreta de cabeza, corpulenta. A algunos de los toros les sobraron kilos. Los mansos superaron a los bravos (incluso hay que decir que, en puridad, no vimos ningún bravo a carta cabal), pero prevaleció la casta, que es la argamasa indispensable para construir todo el edificio del toreo, hasta sus últimas consecuencias.Da esto más mérito a los toreros, que ofrecieron una grata tarde, en correspondencia con la expectación enorme que había por el festejo. E incluso puede matizarse que precisamente la condición de las reses abortó el cariz triunfalista que llevaba el espectáculo, para convertirlo en un acontecimiento taurino, en el que se paladearon los muchos momentos de calidad que hubo en el mismo, y se valoraron con cierta justeza los méritos de los espadas.
Plaza de las Ventas
Séptima corrida de feria. Toros de herederos de Baltasar Ibán, bien presentados, serios, con gran romana (casi todos rebasaron los seiscientos kilos); poca fuerza; poco bravos o francamente mansos con los caballos, resultaron encastados, primero toreable, quinto (cinqueño) manso aquerenciado, y resto nobles.Paco Camino. Cogido en el primero (sin consecuencias), sólo mató el cuarto, en el que tuvo división de opiniones. Angel Teruel. Oreja. Aplausos con salida a los medios. José Mari Manzanares. Petición y vuelta. Dos orejas y salida a hombros por la puerta grande. Presidió, en general con acierto, el señor Santa Olalla. Hubo un lleno de «no hay billetes».
Puntos culminantes de la tarde fueron un sensacional quite de Camino por chicuelinas, que levantó la ovación más clamorosa, a la que hubo de corresponder montera en mano; los ayudados a dos manos de Manzanares en el tercero, un trincherazo del mismo torero en el sexto, sus pases de pecho y la estocada a un tiempo con que culminó esta faena; dos derechazos y dos naturales de Teruel al quinto.
Y la cogida del diestro de Camas, que llenó de consternación la plaza, porque el supuesto herido fue trasladado a la enfermería en brazos de las asistencias y llevaba un acusado gesto de dolor. Había empezado muy bien. Tras los pases de tanteo, un suave y mandón cambio de mano, ganando terreno hacia los medios, puso al público en pie. En tres naturales, el toro le midió la embestida. Al cuarto, le empitonó. Teruel intentó faena a este toro y desistió, pues, de nuevo por la izquierda, sufrió un achuchón. Doblaba la res cuando Camino salía de la enfermería, fresco como una rosa. Se destapó en el tercero con el quite por chicuelinas. El cuarto, con trapío y edad, serio (pitones escobillados también), era un manso que, llegado el último tercio, se refugió en el «4». Estaba claro que había que sacarlo de la querencia y Camino lo intentó dos veces, pero sin convicción, y acabó trasteando en el terreno que había elegido el toro. No hubo maestría. Camino no fue maestro, ayer tampoco.
Con la vulgaridad de siempre torearon de capa Teruel y Manzanares. Con la vulgaridad de siempre banderilleó Teruel a su primero. Estábamos entonces en la fase triunfalista de la corrida, auspiciada por el llenazo y ese público especial, de buen tono, que está presente siempre en los grandes acontecimientos. Por eso la faena de Teruel, muy pulcra, muy aseada, pero sin inspiración y superficial, se acogió con ovaciones y puso una oreja en su mano. Toro tan manso en varas como noble en el último tercio, el quinto, el espada madrileño empezó citándole con el pico. La andanada, a la voz, denuncíó el truco, y entonces enderezó la muleta, que ofreció de frente, para sacar dos derechazo excelentes, que posteriormente superaría en los naturales. Fueron pases de gran calidad, ahora ver daderamente hondos; pero no ligados. Esto fue lo que faltó a la faena: ligazón. Y cuando la hubo, el torero volvía a ponerse de costadillo y a citar con el pico, y el temple quedaba en entredicho.
Técnica y arte
Una actuación con altibajos la de Teruel, los cuales también pudieron apreciarse en la de Manzanares, aunque éste alcanzó fases de gran calidad. Diríamos que Teruel superó a Manzanares en técnica y Manzanares a Teruel en arte. En la primera faena del alicantino, después de unos estatuarios, hubo momentos en que perdía terreno o se veía obligado a forzar la figura para librar la muy encastada y codiciosa embestida del toro. Junto a derechezos, erguida la figura, desmayado el brazo, suavidad en la ejecución de la suerte, otros en los que suplía el mando con un estirón del brazo para dejar lejos la cabezada de la res. Ligó buenos pases de pecho, y se superó en las postrimerías del muleteo cuando llevó a la res desde los medios al tercio con torerísimos ayudados a dos manos.Su otra faena, a otro toro también noble, de gran trapío, muy serio, levantada cabeza (romos y astigordos pitones, para precisar) tuvo la virtud del reposo; la inteligencia y el gusto con que la construyó. Después de muy buenas dobladas, cuajó un gran trincherazo, y ejecutó con temple naturales y derechazos, sobre todo los de su personalísimo estilo, de costadillo, relajado, para embarcar a la res en pases a media altura. De nuevo se produjeron esos otros muletazos de brazo largo, al corte de Luis Miguel, que tan poco cuadran en el toreo del alicantino, hecho de buen gusto y estética -y que tanto confunden, porque parte del público cree que es mando, cuando en realidad es ventaja-; pero que sería irrelevante subrayar ahora, porque lo importante fue la unidad de la faena, desarrollada en un solo terreno, en una sola e inequívoca línea de arte. Mató de gran estocada, a un tiempo, y de esta forma redondeó el más importante triunfo que ha conseguido en Madrid desde su presentación en esta plaza.
Babelia
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