Como el tiempo
El festival va como el tiempo. Unos días parece alzarse hacia días definitivamente cálidos, brillantes, y otros se hunde de nuevo en jornadas grises y tediosas.
Entre aquéllos puede anotarse la aparición de Pere patron, de los hermanos Taviani, filme a la vez duro y poético, no sólo en sus imágenes, sino en la anécdota que nos cuenta cómo un pastor sardo analfabeto, a pesar de la oposición, del padre, llega a aprender su lengua nacional hasta llegar a la universidad y escribir el libro de su propia vida. Como el nombre del filme indica, para él la imagen del padre se confunde desde la infancia con la del amo indiscutible de sus días y obras, y así lo acepta hasta que la negativa del padre a dejarle ir a trabajar a Alemania como sus compañeros le hace rebelarse y tomar conciencia de su estado. A ratos en serio y también por el camino del buen humor o de la farsa, los realizadores se cuidan de no caer en el alegato social sin dejar por ello de mostrarnos dos personajes vivos y singulares (padre e hijo) producto de su país y de su tiempo.Margarite Duras nos cuenta, en cambio, no una historia, sino lo que podría haber sido una historia; no una película, sino el guión de un filme que a su vez debería suceder en un decorado que se nos ofrece. Es una de las pocas obras en las que la palabra y la imagen buscan un camino insólito, cosa que la autora -se le acepte o no- suele intentar en sus habituales aportaciones a la literatura cinematográfica. No así Pelé, de Reichenbach, aunque se exhiba fuera de concurso, o Bound for glory, donde los habituales aciertos de la banda musical no llegan a hacernos interesar del todo por la historia.
El viejo país donde Rimbaud ha muerto, último filme exhibido hasta hoy, se refiere, como es fácil suponer, a Francia, donde su protagonista canadiense busca entre sus antepasados comprobar si aún quedan auténticos franceses y si se parecen a los que un día pasaron el océano. Es preciso reconocer, por encima de esta historia, un poco vaga y bastante pretenciosa, que si no el protagonista, el cine canadiense, como ya se apuntaba en Valladolid recientemente, recuerda al francés, pero a bastante distancia, sin su originalidad, sin su sentido del humor y del amor, como una fruta de invernadero artificialmente madurada a toda prisa. Citas, palabras, nombres históricos del ayer y del hoy de Francia, poco aportan al cine a través de este otro no tan nuevo, que, s puede interesar a sus hermanos a este lado del mar, es difícil que llegue más allá de un público ajeno al puramente francés, a espectadores como los que en la exhibición dedicada a la prensa y como las nubes fuera, desfilaban poco a poco en discreto silencio también, en busca de otros filmes o en busca de un sol que tampoco llega a romper tan brillante como todos deseamos.
Babelia
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