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El problema vasco no admite espera

Candidato por Madrid de la Unión del Centro

Los sucesos de estas últimas jornadas en el País Vasco son de la máxima gravedad. La lectura de las crónicas de prensa produce escalofríos a cualquier persqna dotada de sensibilidad hacia el dolor humano. Y nadie con un mínimo de preparación política podrá pensar que estamos ante un problema meramente coyuntural o ante un conflicto más de los muchos que tiene pendientes de resolución la sociedad española. Los trágicos hechos de estos días son indicativos de que el problema vasco -ese trauma cómodamente olvidado por tantos españoles durante lustrosestá sumergiéndose en una espiral de violencias en cascada que pone en evidente riesgo cuanto pueda planearse para implantar una convivenciet democrática no sólo en la tierravasca, sino incluso en toda España.

Es ya un tópico afirmar que el drama constante de nuestra historia política reciente es la guerra civil. Sin embargo, pocos de nosotros recordamos que desde 1500 hasta hoy no ha transcurrido un siglo sin una contienda civil entre españoles y aún más raramente paramos mientes en que nuestras últimas guerras civiles, las carlistas, y la que estalló en 1936, son expresión, junto a otras fácetas de nuestra crisis como nación. Y esta es una cuestión que se sitúa en la base misma de nuestra convivencia política, y por tanto, afecta a los cirnientos sobre los que tiene que asentarse cualquier edificio constitucional. Introducirse en un proceso constituyente sin afrontar a la vez el cicatrizar nuestras más hondas heridas nacionales, sería conducir el enfermo al quirófario de las Constituyentes con excesivo peligro de que se nos muera por el camino.

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En efecto, el problema nacional tiene un carácter previo porque afecta a la voluntad colectiva de convivencia conjunta de nuestro pueblo. Decía Renan, en frase afortunada, que una nación es un plebiscito cotidiano. Entre nosotros, en una importante serie de casos, y muy especial en el País Yasco, las respuestas como míni mo parecen poco entusiastas. Quizá sea bueno en esta hora que, remontándonos por unos instantes sobre las tr'ágicasjornadas que estamos viviendo, ganemos perspectiva observando que la raíz de( problema no es nueva Galdós narraba la anécdota de cómo el presidente del Gobie mo, -al redactarse la Constitución de 1876, le comenta a otro diputado el artículo primero, relativo a la condición de español, diciéndole: «Son españoles los que no pueden ser otra cosa. »

Es decir, el fondo de la crisis afecta tan frontalmente a nuestro concepto de Pueblo y de Nación, que sería un error grave de diagnóstico ver el mal en las extremidades y no en el tronco y, en general, en todo el cuerpo.

Hay demasiadas «cabezas de cartón» en el centro, que se lírnítan a repetir, cuan disco rayado, que el País Vasco no está oprimido, sino privilegiado. Pero aunque admitamos como hipótesis de trabajo que así fuese, habrá que aceptar la aguda visión de Ortega, cuyas convicciones centralizadoras él no ocultó a nadie, y que, sin embargo, describía el problema en 1921 como «el caso del hombre condenado a vivircon una mujer a quien no ama, que siente las caricias de ésta como un irritante roce de cadenas».

Realmente la terapéutica aplicada al problema regional durante los cuarenta años de franquismo no ha hecho otra cosa que agigantarlo, pero especialmente lo ha llevado al límite del precipicio en el caso del País Vasco, donde se ha confiado en términos dramáticamente pueriles en una solución policial.

No hubiera estado de más haber recordado que el viejo diplomático Talleyrand dijo que «teniendo *las bayonetas, puede hacerse todo, menos sentarse en ellas». Todos sabemos por qué; las bayonetas se le clavarían a uno en las posaderas. Lo que el ex sacerdote francés quería dar a entender, en esta forma epigramática, era que, disponiendo de las bayonetas, el gobernante podría hacer cuanto se le antojase Í menos convertirlas en un fundamento sólido y permanente de la convivencia política.

Es imprescindible que para cuando se proceda a la apertura de las Cortes Constituyentes se haya restablecido el clima de paz y diálogo sin el que sería de todo punto imposible buscar una solución negociadora al problema.-Sería tristísimo que nuestra clase política se mostrase en estosmomentos absorta por el folklore electoral y no tuviera para el estallido vasco otra cosa que formular «hueras» a nivel verbalista, mientras en Guipúzcoa y Navarra se construyen barricadas (galicismo éste de la palabra <¿barricada» y no castiza voz hispánica, aunque dudo que ello sirva hoy a alguien de consuelo). Hay que recordar a quienes con riesgo de sus vidas las construyen que a lo largo de la Historia las barricadas civiles han sido, más que actos de un poder constituyente, acciones desconstituyentes, y hoy -según mucho me temo- podrían acabar con el proceso constituyente al que con fórceps se está dando a luz, y no precisamente para dar paso a otro mejor. Pero a la vez, y por cuanto acabo de indicar, no cabe confiar ingenuamente en fórmulas de reestructuración policial para superar el, conflicto. En consecuencia, me permito predicar pura y llanamente el desarme. A lo mismo que Ricoeur consideraba que si ha sido posible una auténtica aproximación entre el catolicismo y el protestantismo, y entre ambas religiones y el budismo, se ha debido a que hoy ninguna de estas creencias está ya armada, debemos postular un alto el fuego para que puedan serenamente buscarse con fe e incluso con optimismo (el pesimismo es una de las notas claves para comprender las revueltas del País Vasco) una fórmula de equilibrio constitucional al respecto, que conceda la legítima esfera de autogobierno a aquellosde nuestros pueblos que la desean.

Y el primer paso en ese desarme ha de ser el complemento de la amnistía que se otorgó, No creo que quepa permitirse el lujo de esperar a las elecciones, pues aun siendo cierto que el poder político que salga de las urnas tendrá más autoridad moral para zanjar esta cuestión y superar los obstáculos de todo género con que actualmente, según es fácil de intuir, se está tropezando para acabar de ejercer el derecho de gracia, no es menos cierto que estamos ante el gravé peligro de que en el actual clima de violen-. cia no puedan celebrarse normalmente las elecciones en todo e,] País Vasco. Y unas Constituyentes total o parcialmente huérfanas de los representantes del pueblo vasco son sencillamente inconcebibles. En el tema de la amnistía hay que ser conscientes de la inmensa gravedad de las demoras con que se está aplicando, y al igual que acertadamente se hizo con la difícil legalización del Partido Comunista, resulta insoslayable coger ya el toro por los cuernos y dar un paso decisivo desmitificador. Para lograr la democracia y la reconciliación hay que destruir, por elevación, los mitos de los irreconciliables, que hemos heredado de la situación política que termina. La Corona y su Gobierno deben recibir para ello el incondicional apoyo de todos los españoles. Al fin y a la postre no se trata tan sólo de un acto de suprema generosidad regia, sino de una decisión política de la máxima envergadura, que ha de apagar de una vez por todas el fragor de la guerra civil y el eco continuo de los pelotones de ejecución que en España no han dejado de oírse desde 1914.

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