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Tribuna
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El difícil parto del Centro Democrático

Presidente del Partido Popular Demócrata Cristiano

La formación de las candidaturas electorales del Centro Democrático ha resultado mucho más difícil de lo que se esperaba. Dificultades ya las había de sobra antes de que el presidente Suárez anunciase su intención de presentarse a las elecciones unido al Centro; era inevitable que los democristianos, liberales, socialdemócratas y miembros del PP discutiesen con una cierta aspereza los puestos en las candidaturas. Algunos esperaban que la intervención del presidente Suárez, a través de su representante, contribuiría a resolver el problema, gracias a que éste actuaría de árbitro entre los partidos. No ocurrió así, sino al contrario al amparo del presidente Suárez han entrado en las listas de candidatos numerosos «alienígenos» con un espectacular aterrizaje de emergencia, con lo cual la distribución de los limitados puestos disponibles se hizo aún más difícil. La discusión ha sido tan áspera que el recién ampliado Centro Democrático estuvo a punto de estallar. ¿Qué debemos pensar de todo ello? ¿Hay razón suficiente para decir una vez más que los políticos españoles son un desastre, que están llenos de ambiciones personales y que les falta patriotismo, que piensan en su carrera y no en el porvenir de España, etcétera?

A mi juicio, no la hay, lo que ha ocurrido ha sido inevitable, por ingratos que hayan sido algunos de sus episodios. Debemos recordar algunos hechos, de todos conocidos. Estamos saliendo de cuarenta años de dictadura, durante la cual se impidió por todos los medios la formación de partidos políticos, de corrientes estructuradas de opinión, que podían poner en peligro el monopolio ideológico del Movimiento Nacional, encargado de moderar la opinión pública según los mandatos de su jefe absoluto. Sólo el Partido Comunista consiguió conservar su organízación. Las de los otros partidos fueron machacadas. Durante la era de Franco los restos de los partidos que subsistieron (con la excepción del cornunista) no eran en realidad sino grupos o tertulias de amigos con las mismas ideas, sin una organización común a todos los que se confesaban democristianos, o socialistas, o socialdemócratas. El reconstruir esas organizaciones no es labor de un día; en ello estamos ahora, y, dada la falta de práctica de los militantes no es tarea fácil. Los personalismos tienen que ser inevitables. Contribuye a empeorar el problema el hecho de que en España, por desgracia para la democracia, el personalismo ha sido siempre muy fuerte; los partidos no han sido muchas veces más que los secuaces de cada jefe. No se puede evitar que las tristes consecuencias de este defecto se dejen sentir ahora. El remodelar partidos fuertes y bien estructurados llevará su tiempo, y si no se dispone ni siquiera de partidos bien estructurados (socialdemócrata, democristiano y liberal), el formar una coalición entre ellos tenía que ser arriesgado. El sorprenderse ante las dificultades para formarla sería dar pruebas de una candidez extremada.

Por otra parte, muchos políticos del equipo gubernamental, en sentido amplio, se confiesan partidarios de alguna de esas tres ideologías. Se consideran tan democristianos, liberales o socialdemócratas como los políticos de esos tres partidos que militan en el Centro Democrático. Quieren continuar sin interrupción su carrera política y ganar un escano, en el futuro Parlamento. Incluso aquellos cuyo pasado es del todo o parcialmente franquista creen que sus ideas democráticas actuales están suficientemente garantizadas por su pertenencia a un equipo que está trayendo la democracia a España. Consideran absurdo el que el hecho de su presencia en el equipo reformista, les impidiera el acceso a las candidaturas del CD. Precisamente para poder ser incluidos en ellas muchos renunciaron a sus cargos políticos cuando se daba incompatibilidad. Es natural que hayan empujado con todas sus fuerzas para conseguir un hueco en las listas.Estos políticos se dieron cuenta perfecta de que la aportación del presidente Suárez era valiosísima para el Centro Democrático, ellos necesitaban que el CD les admitiera en sus listas, pero sabían que el CD precisaba también del presidente Suárez. El pedir que no se aprovechasen de ese hecho hubiera sido exigirles pruebas de abnegación heroica. Y los políticos, lo mismo que el resto de los ciudadanos, raras veces llegan a esos extremos de virtud.

En resumen, lo que ha ocurrido era inevitable y sería dar pruebas de ingenuidad el desanimarse por ello. En todos los partidos democráticos del mundo se dan tensiones parecidas cuando se trata de formar las listas de candidatos a las elecciones. Cuando se trata de partidos poco estructurados, como los norteamericanos, esas tensiones son muchas veces tan fuertes como las ocurridas en España. En países con partidos más disciplinados también se dan, aunque en menor grado. Pero en todas partes, una vez acabadas las discusiones para formar las listas, hay que olvidar los resquemores y rencillas que inevitablemente tienen que producir aquéllas. Con un poco di magnanimidad y buena voluntad estoy seguro de que en España también se olvidarán.

Sin embargo, nos engañaríamos a nosotros mismos si creyéramos que lo sucedido no tiene importancia; que es lo que pasa en todos los partidos y coalíciones. La tiene, y mucha, por desgracia. Hay que confesar que la coalición del centro no tiene una ideología demasiado definida. En ella figuran políticos de la derecha civilizada, que miran con desconfianza cualquier medida de redistribución de la renta y de la propiedad; políticos partidanos de ir lo más lejos posible en el camino dela redistribución igualitaria, pero respetando la economía social del mercado; políticos partidarios de una amplia autonomía regional que no se asustan de la palabra federalismo o estatuto; otros de sólida tradición centralista. Sin una ideología común en estos dos problemas tan importantes, en las futuras Cortes, el Centro Democrático estará sometido a grandes tensiones y podrá quizá estallar, o lo que es peor, hacerse inoperante, resultar incapaz de resolver los grandes problemas, como le ha ocurrido a la Democracia Cristiana italiana. Lo que une al Centro Democrático es, en el terreno de las ideas, el convencimiento de que, la reforma es necesana, y su adhesión a la democracia y a la libertad política; en el terreno personal, el aceptar para el período constituyente la dirección del presidente Suárez..

En definitiva, parece que dentro del clima de moderación que va a presidir estas elecciones, la Unión de Centro Democrático se perfila no como un futuro partido homogéneo, sino como una coalición constitucional. Responde a un pacto entre quienes han llevado la iniciativa de la reforma y quienes quieren que ésta termine con la elaboración de una Constitución auténticamente democrática, que permita a todos los partidos un juego político libre y asegure a los españoles una convivencia permanente y estable que no esté basada en difíciles equilibrios y compromisos temporales entre el poder político, el económico y el militar.

Finalmente, hay que volver a los partidos políticos. Su peso como tales ha quedado reducido al mínimo en la coalición. Quien pensase lo contrario se engaña.

Su momento sólo puede estar después de las elecciones. Y será ese el momento decisivo, pues una democracia necesita de los partidos,y no tiene sentido sin ellos cualquier intento o mani pulación destinada a torpedearlos: Sería suicida para quienes desean un sistema democrático.

Un partido es la suma de tres componentes: una ideología, una organización y una participación. Así como no deben existir partidos «institucionales», tampoco puede haber partidos sin ideología-, otra cosa no sería un partido, sino una suma de intereses e interesados. Las distintas ideologías tienen que encontrar su cauce en una organización con arraigo y posibilidad de auténtica participación que permita su definitiva consolidación como sistema de convivencia democrática.

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