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Tribuna
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Las fiestas populares, en peligro

El desenlace de unas fiestas pretendidamente populares como las de Malasaña, con su saldo de heridos, barricadas, detenciones y pánico civil nocturno, amén de otros muchos efectos, plantea en toda su extensión el tema de la frecuente incompetencia gubernativa local para tratar cuestiones de orden público y pone en peligro la endeble estructura de las fiestas vecinales en Madrid.El hecho de que se ordene a un destacamento policial especial tomar materialmente una plaza abigarrada de personas y, sin mediar aviso, se inicie un zafarrancho a base de bombas de humo y bolas de goma, resulta inexplicable, incluso grotesco. Sin descartar la posibilidad de que se llegase a producir alguna provocación, en ningún caso parece comprensible irrumpir ante una multitud en actitud festiva, con algo de alcohol en el ambiente y una noche de primavera en ciernes, sin siquiera anunciar por un megáfono que se va a disolver su concentración.

Asimismo, el hecho de que una pequeña tropa de personas de dudosa civilidad comience a adoptar actitudes inciviles y agresivas, entone pareados donde lo jocoso se confunde con lo lesivo, la alegría se vuelva grosera y la razón dé paso a la ofensa, se convierte en algo impropio y deplorable que conviene desterrar. Es urgente distinguir el comportamiento de los provocadores nocturnos, que con una crudeza absurda vejaron e insultaron a personas e instituciones, del comportamiento hospitalario de aquellos vecinos que invitaron a otros madrileños a asistir, junto a ellos, a las fuestas de su barrio.

Las fiestas del barrio de Malasaña se trascienden a sí mismas. De un modo imperceptible, pero real, se han convertido en un auténtico símbolo de los festejos populares madrileños y todo aquello que las daña, daña irremisiblemente el futuro de las fiestas de todos los barrios de Madrid.

Por todo ello es necesario que las decisiones gubernativas se calibren con todo su alcance y en ningún momento la necesaria defensa del orden ciudadano cree un desorden superior al que se quiere combatir. Es necesario también que ni un solo madrileño secunde los retos de los provocadores cuyo comportamiento lesiona la posibilidad de que los barrios manifiesten públicamente su alegría y fortalezcan su identidad, a través de las fiestas populares. Es necesario, además, que no se abone el terreno a aquellos que, durante tantos años, mantuvieron desde sus despachos esta y otras ciudades en la tristeza de una situación autoritaria, con el ceño siempre fruncido y el temor sobre las cabezas de los ciudadanos.

El antídoto de todas estas anomalías está implícito en el respeto a la identidad de cada comunidad ciudadana y, en este caso concreto, en el comportamiento de los que saben dar ala alegría tanta esponltaneidad como civilidad.

Malasaña debe contar anualmente con sus fiestas, pues pertenecen, como las de cualquier barrio madrileño, al conjunto de la ciudad y los madrileños tienen derecho a acudir a los festejos populares con la certeza de que su alegría y su diversión nadie va a cambiar en violencia de tipo alguno.

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