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Un intelectual español del siglo XX

Hoy, 4 de mayo, cumple sus primeros noventa años Ramón Carande y Thovar, intelectual puro, figura clave del liberalismo español. Para la cultura de nuestro país, la figura de Ramón Carande no está lo suficientemente divulgada. Como mínimo homenaje querernos glosar hoy la personalidad de este viejo profesor que emana juventud por sus arrugas. Es el homenaje de un diario independiente a un español independiente.

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Muestra viva de las virtudes liberales

Quien recorra Sevilla puede encontrar, en la segunda parte de la mañana o de la tarde de un día cualquiera, a un hombre, ni alto ni bajo, de aspecto macizo y ancho, con cara arrugada, morena, enérgica y vivaz, melena blanca, pantalones de pana, camisa negra, jersey rosado, zapatos grandes (u otro aliño indumentario semejante); se desplaza con paso rápido; con frecuencia cambia el ritmo; unas veces, va solo; otras muchas, acompañado; se aprecia que tiene años; no es fácil saber cuántos, porque la mirada y la ligereza de movimientos producen perplejidad; también, cuando se le ve hablar, la vitalidad que se trasluce en su figura toda; no tiene aspecto de hombre pobre ni de hombre rico; no parece pertenecer a la clase obrera ni a la clase dirigente, local. Es Ramón Carande y Thovar, que hoy, 4 de mayo de 1977, cumple noventa años.Es un hombre de curiosidad intelectual ilimitada y viva en los campos de su preferencia, que son muchos; conoce las últimas publicaciones; está al tanto, y participa, en las intrigas académicas; es fuente de información de lo acaecido ayer y hoy mismo, no sólo de lo que sucedió hace cincuenta años; se interesa por el edificio noble que se va a destruir, comenta con calor un artículo del periódico; crítica, jocoso y acerado, la política municipal; valora las producciones intelectuales con juicio definido y rápido. Lector empedernido, asistente habitual a conciertos, no desdeña el toreo y el fútbol. Le recuerdo, el día de la proclamación como doctor «honoris causa» por la Universidad de Colonia (1971, 84 años), dedicado toda la mañana a devorar, incansable, el Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad.

EI hombre, el respeto

Aun con esa curiosidad intelectual o cultural, se apasiona menos por las ideas que por los hombres. El pueblo no es para él una abstracción: son mujeres y hombres con calidades humanas bien individualizadas. Amante del pueblo, de los hombres y mujeres del pueblo, tiende a mirar con suspicacia a las clases dirigentes; pero es un elitista de la cultura; tiene la idea, tan de la institución, de os hombres cultivados al servicio (de verdad) del pueblo, que será redimido, en cuanto lo necesite, por la cultura. La escuela, esa vieja idea regeneracionista, es su obsesión; le da más importancia que a la Universidad, y, por supuesto, que a sus propias investigaciones.

Entre sus amigos los hay de todos los peajes: no pertenecen necesariamente al mundo intelectual, ni son sus semejantes en ideas o aficiones, ni mucho menos en edad. Siente atracción, que puede llegar a la fascinación, por los jóvenes y las personalidades fuertes. Pudo ser interlocutor comprensivo y admirativo del cardenal Segura. Entre los acompañantes de sus paseos suceden, al correr de los años, los más jóvenes a los mayo res, arrinconados por su esclerosis mental y física, por el paso rápido de don Ramón, que gentes con veinte años menos que él no pueden aguantar. Y no se trata de un mero hecho Fisiológico. Empedernido escritor de cartas, no siempre correspondido en este mundo del télex, telegrama y teléfono.

Hombre de filias y fobias, en las que puede [legar, y de hecho llega, al apasionamiento. Pero no se basa en ideas genéricas, preconcebidas, sino en la valoración personal e individual, implacable a veces, de los amigos y menos amigos. Personajes históricos -otros que lo son para nosotros, aunque no para él-, personajes y personajillos de nuestros días se dibujan en las palabras de donRamón con rasgos nítidos, con enjuiciamientos precisos, sin simplificaciones deformadoras. Con ordenada pasión, con calor a veces, pero nunca con ira incontrolada.

Conversador envidiable, fluido, variado, ameno. Amante de todas las manifestaciones de la vida. De todo gusta; en todo es, sin embargo, sobrio, salvo en el andar. Especialmente morigerado en el gastar, contempla la sociedad de consumo a distancia. El confort no es una de sus aspiraciones. Pero tampoco es un asceta. Siempre favorable a una buena comida con unos buenos amigos.

Vanidoso y humilde, está dispuesto a aprender de todo ser humano dotado de autenticidad; curioso de la sabiduría del hombre que no es de letras, no aguanta la pedantería, ni la vaciedad intelectual. Duro y sarcástico con los sabios oficiales que sólo, son oficiales; es sensible a la falta de calidad intelectual de quienes presumen de tales, y no lo oculta. Pero su sarcasmo es más bien una fina ironía.

Giner

Siempre hombre de la institución, y, más aún, de don Francisco Giner, tuvo vinculaciones con el socialismo allá en la segunda década del siglo; con un conocido banco en la época republicana; rector de la Universidad de Sevilla en tiempos de Berenguer; miembro de la Agrupación para el Servicio de la República, por la que fue políticamente distinguido; uno de esos españoles tratados con hostilidad en los dos bandos de la guerra civil; postergado, no sancionado formalmente, víctima de su institucionismo, en la inmediata posguerra; a la vez, promovido a cargos, más honoríficos que reales, en el falangismo oficial, paraguas protector de posibles males; español de las dos Españas; mejor, de España; por ello no recibido como propio en ninguna de las dos; republicano histórico, pero hoy sin añoranza; entusiasta de los Reyes (del Rey y de la Reina): un regalo de la providencia (dice,) para una conciliación nacional. Trabajador incansable, constante, minucioso, historiador que nunca se inventó la historia; elaborador lento y escrupuloso de los materiales, ha tirado al cesto una producción cuatro veces mayor de lapublicada (sin contar la que fue víctima de la guerra); de ahí el retorcimiento, a veces, de su estilo.

Historiador desde muy pronto, se centró en el mundo de los archivos con celoso ahínco. Cuando, acabada la guerra, los avatares de la contienda le privaron de los materiales trabajosamente recogidos, cumplidos con creces los cincuenta años, estimulado por las generosas vacaciones forzosas proporcionadas porel integrismo imperante, emprende su gran obra que no concluirá hasta años después de la jubilación. Caso admirable de una vocación que, superado el compromiso político republicano, y el de la empresa privada (Banco Urquijo), volvió, decididamente, mirando hacia adelante y no hacia atrás, a la fidelidad por sus profundas aspiraciones.

Cristiano sociológico, ganado por el espíritu liberal, nunca por los dogmas antidogmáticos, encuentra en Juan XXIII la expresión de lo siempre sentido y creído, el cristianismo abierto al mundo, a las ideas, a los hombres, a la libertad; el gozo de la confirmación plena de la falsa oposición proclamada por el integrismo, pero no como el que triunfa en una batalla dialéctica, sino como el que encuentra, por fin, un cristianismo oficial coherente con lo interiormente sentido.

Temperamento fuerte y violento, en ocasiones difícil, tentado por la arbitrariedad (sus antiguos alumnos de la facultad lo atestiguan sin resentimiento), es esa persona delicada que cuando llega a una casa se interesa, de verdad, por los niños, para los queriunca le falta una caricia, una palabra, un regalo. Sarcástico y agudo, siempre tiene la sensibilidad de la palabra justa y castiza, sin malsonancias, aunque critique. Porque en el fondo de todo está esa humanidad, a veces de cara hosca, pero que impregna su persona, y que le ha llevado, entre otras cosas, a ser un paladín de la abolición de la pena, de muerte. Y el sentido de la orgullosa dignidad, como un viejo hidalgo casi puntilloso.

De aspecto a veces sorprendente en sus combinaciones vestimentarias, pero siempre emanando dignidad llana, se presenta también con refinada elegancia, y siempre sin afectación alguna; tiene los hábitos de una corrección externa no tan frecuente; castellano viejo que se enamoró de Sevilla; que vive en la ciudad de sus preferencias entre el cariño y a admiración de unos pocos y la indiferencia de los más, incluido el mundo oficial, el de las clases dirigentes de la ciudad, y en ocasiones el universitario, que ignoran esta y otras muchas cosas que deberían conocer; apasionado de su trabajo y del pueblo de la baja Andalucía.

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