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Tribuna
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Y Pirandello tenía razón

Y Pirandello tenía razón. Poco antes de morir trazó una obra onírica, mágica, destructiva. Una obra sobre la que flotaba una incógnita que el Premio Nobel se llevó a la tumba. ¿Sirve para algo el teatro? ¿Qué es más verdad -si es que la verdad tiene cantidades-, lo que ocurre en el escenario, lo que los actores dicen, lo que el autor se inventa? ¿No es todo una farsa? En el teatro, ya se sabe; hasta la propia farándula tiene connotaciones de farsa y pantomima.Pirandello se murió dejando Los gigantes de la montaña incompleta. Pero con base más que suficiente como para que le adivinara un final. Un final dramático en el que los actores que al fin pueden representar un comedia de siempre, llegan a la montaña donde unos seres -uniformes en caras, en vestidos, en gestos- acaban matando a aquellos que quieren poner en pie, ante ellos, un mito hecho teatro. Los matan, porque allí, en aquella montaña soñada, entrevista, adivinada por Pirandello, no cabe el teatro. Los gigantes juegan a hacerlo, y no tienen más recusos que la procacidad. Por eso cuando llegan los actores de la compañía de la condesa los matan. Una voz, la condesa grita al final: Animales, ¡habéis matado la poesía!

Y Pirandello tenía razón. Es como si cuarenta años después de su texto, la verdad viniera a confirmar aquel sueño hecho teatro. Porque ahora, donde las palabras económicas, de coyuntura, de presupuestos, de inflaciones y de inversiones han pasado al lenguaje diario; cuando las palabras -y, por tanto, los conceptos- de competitividad, precios, exportaciones, importaciones, fiscalía, aranceles, ocupan la mayor parte de nuestro diccionario, estamos arruinando aquella vía abierta, entre mágica y fantástica que el propio Pirandello supo que iban a asesinar. Y no sólo nosotros. Todos. Como una profecía, el propio teatro nacional María Guerrero quiere dejar de hablar de teatro, para entrar en el engranaje de los presupuestos, de las economías, de los debes y de los haberes. De tal suerte que una obra -solicitada ya desde varios lugares del mundo- se puede quedar escondida en la simple -y soberbia, por otra parte- contemplación de unos cuantos.

Los presupuestos no dan para más. Es posible que el día 15 de mayo, Los gigantes de la montaña vean bajar el telón por última vez, tras haber servido simplemente de muestra restringida. Sin haber salido al aire de España, o al de Italia o al de Francia. Sin haber salido siquiera al escenario de una televisión que podría programar -con sólo grabar en el mismo teatro- una increíble y magnífica puesta en escena. Sin haber dado un poco de oxígeno teatral y cultural a todos aquellos españoles, gustadores en potencia del buen teatro, y a quienes nuestra televisión da polisones y miriñaques.

Quizá la última frase de la obra, haya que gritarla con letras mayúsculas. ¡Habéis matado la poesía!. O, bueno, se matará el 15 de mayo.

Es una pena que Pirandello siga teniendo razón.

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