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Alberto Burri, en el Buen Retiro

¿Es la pintura tierra de nadie? ¿Lo mismo da ocho que ochenta? ¿Es el monje el que hace el hábito o viceversa? Amable lector, debe usted considerar lo que antecede como posibles títulos, o al menos epígrafes, de la coincidencia en el tiempo (abril, 1977) y en el espacio (Madrid, parque del Retiro) de la exposición de Alberto Burri con otras (unas, muy próximas en el espacio, otras muy lejanas; unas, cercanas en el tiempo, otras muy de ayer) que cualquier espectador pudiera echarse a los ojos.Dijeron hace tiempo, con o sin razón, que el estilo es el hombre; debe actualizarse la sentencia: ahora, el estilo es la historia, la moda. Imposible ya, y al parecer, cualquier juicio cualitativo, sólo queda al espectador, al crítico, al marchante o al coleccionista una base de juicio para la aceptación o negación de algo que públicamente se expone: ¿se ajusta a lo último? ¿Solapas anchas? ¿estrechas? ¿soporte-superficie? ¿hiper? ¿con o sin dobladillo? Bueno será que los dictadores de la moda dieran al público en general unas normas a que atenerse. En ello eran más honrados otros dictadores. Ahora, cuando ya todo es democracia, uno no sabe a qué atenerse.

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Alberto Burri

La buena exposición de Burri que en el Retiro se ofrece rezuma una familiaridad chocante, ya que Burri era por aquí, creo, tan sólo conocido por los libros. Tal familiaridad parece desglosarse en dos tiempos:

Uno, el que nace de su obra hasta los años sesenta, inclusive. ¿No es cierto que esas maderas y esas telas de saco son bastante familiares? Bastante, sí. Ello, por supuesto, no es culpa de Alberto Burri, pero así es (no se buscan culpables). La sensación es clara: los mixtificadores de provincias nos daban gato por liebre y se callaban la bibliografía consultada. Después de todo, allá ellos. Después de todo, ¿qué esperar que ocurriera en un país en guerra (la de los cuarenta años, 1936-1976) si no es el gesto hábil del remedo que aprovecha la inopia del público en general respecto a lo que ocurría en el extranjero?

El otro, tiempo es el que, de un modo claro, respandece en la pintura de Burri, correspondiente a la actual década. Grandes lienzos llenos de materia (¡la pintura-pintura-pintura!) que no dejan de tener tampoco su familiar parentesco con otra muy vecina, la del Palacio de Cristal, u otras muy lejanas. Esta última pintura, a la que ni pongo ni quito rey, a la que unos llaman soporte-superficie y otros primavera en el retiro inglés, debe obedecer a alguna, especie de nuevo demiurgo que a través de revistas sin santos, nos dice cómo deben de ser las cosas.

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