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Curro, con el corazón en la mano

A por todas salió Curro. No sería raro -ni sería malo- que el triunfo incontestable de Paquirri haya espoleado a más de uno, y entre ellos al genial artista camero, amo y señor del coso del Baratillo, cuya hegemonía había sido puesta en entredicho.A por todas salió Curro. Pisó el albero con la seguridad de quien se siente dueño del terreno y dejó los miedos sentados a la vera de doña Concha, allá en una barrera del siete. Se apretó los machos. Sonó el clarín.

A por todas salió Curro. Y, pues, la corrida, muy bien presentada, era noble y floja, apuntó el dibujo de la verónica, siempre que hubo ocasión, y al sobrero, que se lidió en primer lugar, le hizo en los medios una faena pulcra, larga para lo que en él es costumbre, casi toda sobre la derecha, porque los naturales quiso darlos en el tercio, y allí el toro no iba.

Plaza de la Maestranza

Undécima de Feria. Toros del marqués de Domecq, grandes y serios, con desarrolladas, aunque cómodas, defensas. Blandos en varas, flojos y muy nobles. El primero, inválido, sustituido por otro del mismo hierro.Curro Romero: ovación y salida al tercio. Dos Orejas. José Luis Galloso: Petición y vuelta. Aplausos y salida al tercio. Macandro: Silencio. Vuelta protestada que no puede completar. Fue asistido de una herida por asta de toro.

Pero aquel trasteo gustoso no era -no podía ser- más que un ensayo general para el monumento que levantó en el cuarto. ¿Muchos pases?

Ni muchos ni pocos: los justos; los que tenía el castaño serio y noble de embestida corta. Hubo primero tres derechazos que pusieron al gentío en pie. Y luego tres más... para la locura. De las esencias hemos hablado muchas veces para celebrar los rasgos geniales de Curro. Y aquello fue no esencia, sino quintaesencia. Curro no llevaba en la mano la muleta, sino el corazón. Se diría que en la cadencia del pase el tiempo quedó en suspenso; la conmoción brutal de los graderíos abarrotados que se conocían al sol estaba en otro mundo. Solos Curro y el toro; la imagen dormida; el ensueño del arte de torear, allí otra vez, sobre el Albero de La Maestranza. Siguió la faena en grandes tonos. Un intento de natural, dos derechazos más y el de la firma, otros dos más y molinete, que el Domecq no podía repetir las embestidas para una suerte ejecutada con hondura. Pero con ser todo bueno, no alcanzó la majestad de aquellos tres pases instrumentados no con la muleta, sino con el corazón. Se fue detrás del acero más derecho que otras veces y dejó una estocada arriba, que acrecentó el delirio. Las dos orejas se las entregó a un peón e hizo bien: la faena, cuando es grande, cuando es torera, no admite valoración. Se crea y nada más.

Las dos orejas a Curro provocaron algún pitido en los palcos de sol.

Allí estaban los incondicionales de Galloso, llegados del Puerto para animar al torero y poner burbujas en la tarde caliente con sus palmas de son. Les había quemado que a un torero, que mató recibiendo, le denegara el presidente la oreja del segundo. Pero si es cierto que hizo bien la suerte, el resultado fue un bajonazo. Salió también a por todas Galloso. Con el capote alcanzó notables niveles al poner al toro en suerte a una mano, con remate capote al hombro, y en chicuelinas, y en gaoneras, combinadas con serpentinas, que compusieron un quite vistosísimo. Con la muleta, en su primero, estuvo animoso, más mediada la faena, el toro se vino abajo para buscar tablas y, naturalmente, no ayudó al éxito. En el otro, que mató también de bajonazo, se juntaron la sosería del toro y la poca garra del torero.

Mala fortuna para Macandro. Tuvo dos reses de magnífica embestida; la del último, sensacional. Y le descubrieron: ambos trasteos fueron sartas de enganchones, vueltas, pucherazos, sin que el precipitado matador de alternativa encontrara sitio ni distancia. Se entregó para matar al último, y a cambio de la estocada fulminante sufrió una voltereta de la que salió malparado.

Una pausa de tenso silencio. Nadie abandonaba los tendidos. Cuando todos los del oficio dejaron solitario el ruedo, lo cruzó Curro entre aclamaciones. Pisaba firme el reconquistado albero del Baratillo del que es amo y señor.

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