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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sidra y bandidos

Historias de bandoleros asturianos. Héctor Vázquez Azpiri. Ayalga Ediciones. Salinas (Asturias), 1977. 131 páginas.«Si al rebelde le llamamos bandolero habría que empezar la lista del bandolerismo asturiano con Don Pelayo», escribe Héctor Vázquez Azpiri en su breve recuento de bandidos, atracadores y gentes de mal vivir que hubo en el Principado. El autor se las ve y se las desea en las primeras páginas para encontrar una gavilla decente de salteadores, ladrones y rateros tal vez porque «Asturias no parece ser un país violentó». Aun así, Vázquez Azpiri inicia su saga a pie forzado con un bandolero medieval llamado Pérez de Coalla que ejerció sus labores en connivencia con el titular de la silla episcopal de Oviedo.

Tras la pacificación de los Reyes Católicos que, como todo el mundo sabe, metieron en cintura a los clérigos trabucaires y a los nobles levantiscos, el autor de esta historia de bandidos se topa ante un espacio vacío. Y no volverá a hablar con seriedad de delincuentes que valgan la pena hasta el siglo XIX, que en las Asturias como en todas las otras regiones fue pródigo en estos personajes: Narciso Heredia, José Méndez, José Suárez, Mozu de Sobrescobio, El Paredaunu, Juan de Friera, Juan Pascual y Pepona la Asturiana, así como los ex guerrilleros carlistas Juan José Marco y Toribio Escudero y el desertor liberal apodado «El tambor de Mieres». Casi todos ellos dieron con sus huesos en el patíbulo y todos eran del país de la sidra.

Todas estas figuras del bandidaje astur y su recuento, apenas si sirven para sustentar la segunda parte del libro en el que el autor narra su propia aventura. Allá por los años 50, Héctor Vázquez Azpiri fue secuestrado, cuando era un muchacho, por un bandolero apodado El Bernabé, asesino triste y analfabeto que más tarde sería, a su vez, muerto por un compañero de correrías. El bandido pidió una suma considerable de dinero como rescate y el padre de la víctima, ni corto ni perezoso juntó los muchos duros y se los entregó al Bernabé. El hoy escritor fue liberado, y esta aventura, tal vez, le sirvió como acicate literario porque años después se reflejaría en su primera novela, «Víbora», finalista del Nadal y que, como la mayor parte de la obra de Vázquez Azpiri ha tenido mala suerte y casi nula crítica. Injusticia enorme e inevitable en este país de cenáculos y amiguetes. Porque en el curriculum de este novelista se encuentran libros considerables, tales como Fauna (premio Alfaguara), La arrancada, El corrido de Vale Otero y la formidable biografía del cura Merino. No parece, sin embargo, que semejante producción haya conmovido a nadie, lo que inevitable mente ha tenido sobre el autor cierta influencia revulsiva que trastocó su vocación literaria en escepticismo.

Ahora el escritor ha querido narrar con meticulosidad, objetivando su propia vivencia, aquel secuestro. Y lo que en principio se prometía como una historia de bandidos asturianos constituye en sí una espléndida narración, en la que el héroe se llama «H» y el paisaje, las voces y los ecos de esta: Asturias patria querida, suenan monte arriba, con estilo y luz propia.

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