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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un gesto simbólico

UN CONFLICTO más entre agricultores e industriales conserveros se está desarrollando estos días sin conseguir prender la atención de la opinión pública. Para el anónimo consumidor, resignado a pagar cada día más caros los platos que otros rompen, el tira y afloja entre unos culti vadores que se niegan a vender su producto por debajo de un precio mínimo, y los industriales que en buena lógica del mercado pretenden adquirirlo lo más barato posible no constituye una novedad. Es, más bien, el anuncio de una subida próxima de uno de esos artículos que componen el cesto de la compra, cuya evolución tanto interés parece existir en ocultar.La guerra del espárrago, que así podría bautizarse esté conflicto, tuvo, sin embargo, una representación estremecedora en la fotografía publicada hace unos días en la prensa. En ella se veía a un grupo de niños pisoteando, no se sabe si con rabia o con divertida ignorancia, un enorme montón de espárragos, que hasta alcanzar la respetable cantidad de una tonelada, habían lanzado por los suelos y pisoteado después los vecinos de un pueblecito riojano, encolerizados ante la negativa de los conserveros a comprarlos a los precios mínimos por ellos fijados.

Semejante imagen origina dos sentimientos entremezclados: comprensión y pena. Comprensión porque tal actitud es el fruto lógico de un olvido secular de los problemas del campo español y de sus hombres, que tan retórica como hueramente ensalzó el franquismo más reaccionario y caciquil. Año tras año, el campesino español ha visto descender relativamente los precios de sus productos al tiempo que contemplaba estupefacto la subida fulminante de los alimentos pagados por el consumidor, de los carburantes, jornales y abonos que él adquiría. Todo ello por no mencionar los dramáticos problemas de la emigración y, el paro rural, o el envejecimiento de la población agrícola. El estallido tenía que llegar y el Insólito espectáculo de miles de tractores estacionados en los arcenes de las carreteras españolas, constituyó tan sólo el ensayo general de una función cuyo telón no se ha alzado todavía.

Pena también porque la Impotencia es siempre semillero de ideas descabelladas. Destrozar una tonelada de espárragos cuando tantos asilos e instituciones asistenciales los hubieran recibido agradecidos -por no mencionar la posibilidad de encontrar otros cauces de comercializarlos- no dice mucho en favor de quienes tuvieron la idea de instrumentar tan torpemente una protesta acaso fundada.

A juzgar por ejemplos como el del pueblecito citado., parece como si fuéramos un pueblo dotado más para los gestos dramáticos que para la reflexión y el hallazgo de, soluciones intermedias. ¡Ojála ese gesto cuasi-báquico de pisar espárragos quede limitado a un incidente aislado sin llegar a constituir un precedente general que arrastre, otras piras más trágicas, en las que destrocemos el fruto logrado con esfuerzo por incapacidad de llegara acuerdos, en los cuales, por no conseguir el futuro perfecto, quememos una realidad mejor ya al alcance de la mano!

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