De Jan Hus a Jan Patocka, una lucha por ser hombres
Seguramente la lectura de un acontecimiento como la muerte del profesor Patocka, promotor y primer firmante de la «Carta 77», debería hacerse mucho más allá del contexto obviamente político y desde luego del ámbito pro-comunismo y anti-comunismo, que sólo revela intereses políticos o de lotro tipo. En última instancia, esa muerte y ese documento se mueven en un orden de cosas mucho más profundo y se banalizan o se convierten en puro instrumento de lucha política al darle aquella lectura restrictiva. Karl Barth, desde su lecho de muerte en el verano de 1968, se percató perfectamente de una cosa así, cuando, refiriéndose a esa su propia muerte y a la vez a la resistencia que mostraban los checos ante los tanques soviéticos, dijo esto: «Yo estoy acabando, pero los checos están empezando. »En realidad, esa lucha en que ha muerto el profesor Patocka o en la que entonces murió Jan Palach y Dubcek y otros tantos hombres han comprometido sus vidas es sólo un aspecto de la gran batalla que por encima de las fronteras y de los regímenes políticos los hombres han librado y tendrán que librar, para pervivir como seres humanos y respirar como tales en medio del asfixiante medio de las ortodoxias. Y, a este respecto, nadie que no muestre demasiada hipocresía o mala fe puede pretender ver la paja en el ojo ajeno, aunque ciertamente esa paja que hiere el ojo de los otros sea también sufrido por él.
En el caso concreto de Checoslovaquia, por lo demás, esta lucha de ahora, exactamente como la hoguera que consumió a Jan Palach, no hace sino unir a éste y a los firmantes de la «Carta 77» con su másintima tradición nacional de libertad, con la hoguera y la lucha por la verdad de un hombre como Jan Hus, que sólo parece renacer una y otra vez en esos otros Jan y cada vez que hay una apuesta y un combate por el pensamiento personal, la dignidad propia y la libertad.
Hus cayó víctima de una embos-
cada ideológica y política, en unas
circunstancias que eran como un
mar encrespado por toda una serie
de odios y contradicciones, y ape
nas si tiene hoy mucho senfido
preguntarse si, por eje ' mplo, su for
mulación concreta de los proble
mas teológicos sobre la Eucaristía,
pongamos por caso, era ortodoxa o
herética, y la cuestión, además, está
lejos de ser clara, como el abate
Boulier demostró en su día. La ba
-talla cristiana y simplemente hu
mana de Hus se dio en muy otro
orden de cosas que en el mera
mente especulativo y escolástico:
fue la batalla de quien, enfrentan
do las fuentes evangélicas a la si
tuación real de una Iglesia señorial,
politizada, azuzada contra sí mis
ma, juguete de los poderosos y
bastantes corrompida, optó por la
vuelta a quellaE fuentes. Y la lucha
de quien, ante la-miseria popular
que ni siquiera podía recibir la
predicación evangélica en su pro
pia lengua -la única que en
tendía- ni podía entrar en las igle
sias de los ricos, optó por prestarla
su voz y entregarse a ella en cuerpo
y alma.
Con frecuencia,, este dulce y docto Jan Hus fue extremadamente duro en'stis críticas, y luego, se hizo de esas sus palabras todo un instrument~o dialéctico de lucha,que'llevó hasta el delirio mesiánico, la cruzada y la revolución en busca de un mundo nuevo de j usticia que parecía al alcance de la mano en cuanto a los poderosos fueran descabezados. Pero pronto se vio que esta traducción de la mística husita en política taborita era una verdadera traición a Hus. Tras el desastre de Lipany y la ejecución en Praga en 1437 de losjefes del ejército taborita por el partido de la Unión de los Nobles, los husitas que desean continuar siendo fieles al espíritu del maestro se reúnen en la Unión de los Hermanos, un grupo espiritual al que anima este talante: aversión a Roma, que ha quemado a Jan Hus, y cuyos intereses son sostenidos por el partido de los señores, huida del mundo, un culto muy simple y,de sabor doméstico, meditación continua del Nuevo Testamento, y rechazo de toda violencia incluso contra la injusticia.
En el XVIII, los hermanos bohemios o moravios colaboran de manera muy activa o están en la misma base del cristianismo pietista y de la actitud cultural que de él se deriva: desde madame de Warens a Kant pasando por Rousseau y Wesley: un cristianismo dogmáticamente muy difuso y quizás algo iluminista y sentimental, pero empapado de gran amor a los hombres, de espíritu crítico y tolerante, perseguido y viviendo en la esperanza. En 1848, todos estos componentes religiosos y socio-culturales renacen de nuevo y aglutinan el sentido mismo de independencia nacionál, y en 1918, por finja República de Massaryk-un husita muy austero- y de Benes no sólo libera a Checoslovaquia de la sumisión de los Habsburgo, sostenidos por la Iglesia Católica, sino que vuelve a resucitar el viejo espíritu de Hus de tolerancia y resistencia, a la vez, y de amor a la verdad. Luego, fue Munich y la invasión alemana y la subida al poder de los comunistas y el stalinismo, pero también la primavera de Praga. Seguramente no hay ni un solo checo consciente que no tenga que confesarse que en todo ese tiempo se ha visto obligado a mantener un diálogo vivo con Jan Hus, y que el espíritu cristiano, al menos por estos pagos, ha estado muy lejos siempre de haber sido un opio y producido somnolencia.
Los regímenes comunistas del
Esté, exactamente como las dicta
duras de derecha, parece que
transigirían de buena g ' ana con el
catolicismo tradicional unificador
y apaciguador de la sociedad, pero
tiemblan, también como esos
regímenes supercatélicos, ante el
cristianismo radical. Ven en él., co
mo tras el cadáver de Jan Patocka o
de Jan Palach, el gesto dulce y te
rrible, realmente subversivo para
todo montaje tiránico, de Jan Hus
predicando en el cementerio a la
pobre gente ansiosa de libertad y
arrojada de las iglesias: «Busca la
verdad. Escucha la verdad. Apren
de la verdad. Ama la verdad.
Sostén la verdad. ¡Hasta la muer
te! »
Por esto es quizás por lo queChecoslovaquia nos concierne
tanto a todos: allí se está ensayando
continuamente el ser hombres
contra carros armados o platos de
lentejas. Y esa es también nuestra
luc ' ha,, aquí y ahora. Una lucha
tambíén teológica y hasta quizá la
piedra de toque de toda teología.
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