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Los dos programas de Giscard

A dos bandas por persona interpuesta, el presidente de la República francesa, Valery Giscard d'Estaing, pretende frenar la caída de la mayoría gubernamental con dos «programas». Para ello ha tenido que diferenciar con claridad dos nociones que en la República gaulliana se confudían: Gobierno y mayoría.El presidente ha pedido al primer ministro, Raymond Barre, que constituya su segundo Gobierno con gentes que, aparentemente al menos, tengan poco que ver con la lucha de los partidos y ellos mismos no sean, en el sentido burocrático del término, «hombres de partido». Este núcleo de hombres y mujeres «capaces de llevar adelante una gestión nueva» deberán defender un nuevo «programa» de Gobierno. Los ancianos los débiles, los jóvenes desempleados serán, según el señor Barre, lo primeros beneficiarios del programa. Es decir, la Francia salvaje, profunda o silenciosa que en marzo de 1978 puede decidir la suerte de las elecciones. Sucede, sin embargo que el nuevo programa de Barre tendrá que coordinarse con el plan económico de estabilización y austeridad (anunciado el 22 de septiembre de 1976), que hasta hora no ha producido frutos muy brillantes. Un ejemplo: hoy se supo que durante el mes de febrero los precios habían aumentado en Francia un 0,70%, índice insignificante si se compara con España, pero preocupante para los franceses. En enero y diciembre el alza había sido menor. Barre admite que hasta comienzos de verano los franceses no comenzarán a disfrutar de los resultados del plan. Hasta esa fecha será difícil coordinar un programa.

El segundo «programa» de Giscard ha sido eventualmente encargado a quienes en las elecciones municipales supieron ganar, es decir, a Chirac y a sus amigos. Se trata de establecer un «programa de unión» de la mayoría, todavía hoy escindida en rencillas cada vez más profundas. Si bien es cierto que, como dijo el presidente en su discurso el lunes, «lo que une a la mayoría es más fuerte que lo que la separa», no lo es menos que la arrogancia de los vencedores y la reticencia de los hombres del centro que rodean a Giscard hacen difícil este «pacto mayoritario». La «batalla de París» sirvió para demostrar que la disciplina de los partidos que forman la mayoría tiene muchas «lecturas». Giscard prefirió entonces no bajar a la palestra. Ahora no ha tenido más remedio que intervenir directamente en la elaboración de la estrategia. Sólo estableciendo un meticuloso juego de normas, un programa bien articulado y un estado mayor flexible, la mayoría podrá recobrar su cohesión de antaño. Chirac, que fue el padre de este pacto, resulta, paradójicamente incapaz de ponerlo en práctica.

Por otra parte, la izquierda incluso la más moderada, está convencida a estas aIturas que los puentes para un eventual regreso al entendimiento con el poder actual han sido destruidos por la fuerza de las cosas. Aunque comunistas, socialistas y radicales de izquierdas tengan que rehacer algunas de las proposiciones contenidas en el «Programa Común», su apuesta no ofrece, hoy por hoy, dudas: el próximo año, en Matignon (palacio del primer ministro), repite todas las mañanas François Mitterrand.

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