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Unamuno vuelve al Ateneo

El aula de teatro del Ateneo de Madrid ha llegado, en su brillante curso actual, a una representación conmemorativa del estreno, hace 58 años, en la misma sala, de la «Fedra», de don Miguel de Unamuno. Lorenzo López Sancho presentó el acto con el calor, la profundidad crítica y el rigor general desprendido de la curiosa situación en que se encuentra, entre nosotros, el teatro unamuniano. La representación corrió a cargo del teatro de cámara Góngora, integrado en la cátedra Séneca de la Casa de Córdoba, en Madrid.

Vale la pena reflexionar brevemente sobre el curioso destino de la obra dramática de Unamuno, generalmente respetada, tan respetada como la persona y la restante obra de su autor, pero atendida con desmayo y tibieza. Nada nuevo. Unamuno sólo encontró hostilidad en los medios teatrales -a los que, por supuesto, pagó con igual moneda- y «Fedra» fue montada por Enrique de Mesa con un grupo de aficionados. Unamuno, acobardado, rehuyó el susto físico del estreno y se despachó, en ausencia, con unas clarísimas cuartillas en las que denunció los males del teatro, defendió el valor protagónico de la palabra y propuso una escenografía y una interpretación desnudas. «Ni formo parte del cotarro de lo que se llama por antonomasia los "autores", ni hago nada por entrar en él mediante los precedimientos ya clásicos, y tampoco me puedo reducir a perder el tiempo en saloncillos y otros lugares análogos solicitando siquiera con una silenciosa asiduidad a tales tertulias teatrales, un turno para que den al público a conocer mis obras dramáticas. Agréguese que ni sé, ni quiero escribir papeles, y menos cortados a la medida de tal actor o actriz, y más desconociendo, como desconozco, las respectivas actitudes de los hoy en boga, desconocimiento que no me han de perdonar. Y como procuro, en vez de cortar papeles, crear personajes -o más bien personas, caracteres-, tampoco puedo ni debo estar dispuesto a modificar y estropear a éstos para acomodarlos, como a un potro, a las condiciones de quien los haya de representar... Teatro poético no es el que se nos presenta en largas tiradas de versos para que los recite, declame o canturree cual quier actor o actriz de voz agradable y de tonillo cosquilleador o adormecedor de oídos; teatro poetico será el que cree caracteres, ponga en pie almas agitadas por las pasiones eternas y nos las meta al alma, purificándonosla sin necesidad de ayuda, sino la precisa, de las artes auxiliares.»Está tan claro que el desdén se le volvió en contra y aún perdura el juicío de que Unamuno, sencillamente, no «sabe» expresar su mundo personal en términos de utilidad teatral. «Fedra» se escribió en 1910, se estrenó en el Ateneo ocho años después, tuvo una muy restringida vida comercial provinciana, allá por 1921, subió al escenario del Goya madrileño en 1957, fue montada en el teatro de la Comedia, hace cuatro años, por Angel García Moreno, y hasta hoy. El tema -el tema de Plutarco, Eurípides, Séneca, Racine y D'Annunzio- se bautiza de angustia y de preocupación por el pecado en una escueta actualización del mito que lo libera de accidentes, concreta el coro en las figuras del ama, la criada y el médico y dobla la tensión padre-hijo con la de marido-mujer, que aquí representan el espíritu y la materia.

Hoy, la desnaturalización del tema nos propone una meditación de raíces fundamentalmente éticas. Es posible que Unamuno no sea nunca, entre nosotros, un autor «popular». Pero es nuestro, está ahí, le necesitamos. El Ateneo se merece un gran aplauso.

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