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Fracaso general de las corridas falleras

Mal rumbo han marcado las corridas falleras. Al público -ésta es la realidad, sentimos su crudeza- se le echa de las plazas. Muchos desde el taurinismo nos han pedido que en estos momentos críticos de la fiesta cuidemos nuestra información para subrayar todo lo positivo y dejar al margen lo negativo. Este es el argumento: «No aguanta más palos». Pero el propio taurinismo hace que el palo sea inevitable, y no ya el de la critica sino el más grave de la deserción de los aficionados.

Las corridas falleras son las que con más mimo debiera cuidar no principalmente la crítica, sino la empresa que las organiza, pues ellas pueden dar la pauta de toda la temporada. En cambio, todo su montaje ha sido un puro error. Para empezar, los carteles no complacieron a los valencianos, que echaron en falta más variedad, novedad y coherencia en toreros y ganaderías. Las combinacicines, aparte la que formaron Camino, El Viti y Teruel, que tenía verdadera categoría específica, fueron el resultado de las ofertas y contraofertas que se hacen entre sí los exclusivistas, más un relleno de toreros valencianos, en atracón, que tampoco podía convencer a sus paisanos.La corrida llamada «de los banderilleros» fue, como se suponía, un aburrimiento monumental, pues juntaron en el mismo cartel a tres toreros sin clase y menos aún con las banderillas. La media entrada un poco larga que ese día hubo en el tendido refleja el interés que suscitaban aquellos diestros. Una ocasión de oro era sin embarco la tarde de Camino y restantes máximas figuras, que llenaron la plaza a reventar. Pero de nuevo la tozudez de incurrir siempre en los mismos errores -y aquí el error estuvo, como siempre, en un ganado inservible- propició que la fiesta, con tanta ilusión acogida, acabara en auténtico escándalo.

El escándalo se reprodujo el domingo, nuevamente la plaza abarrotada, por tres toros indecorosos que rodaban por la arena, y sí no se produjo un altercado muy serio fue porque otros tres, de excelente embestida, salvaron la tarde, y finalmente un Niño de la Capea tan desbordado en entusiasmo como en tosquedades, logró cortar dos orejas.

Los planteamientos fueron distintos en la corrida de los paisanos. Les soltaron los palhas. Uno de ellos se cayó, pero tuvo que ser por accidente, pues los restantes presentaron pelea, y de la mala, y sembraron el peligro. Fabra, Santiago López y Julián Garcia fracasaron a modo, con íntima satisfacción de algunos, a- quienes había sentado muy mal que en los pasados conflictos taurinos los modestos pidiesen contratos., con ellos oportunidades, en las grandes ferias. La moraleja que obtienen del pésimo resultado artístico de las actuaciones de estos tres espadas no puede ser más injusta: «Todo el mundo, y ellos los primeros, se habrán dado cuenta de que el puesto que ocupan es el que merecen». Claro, con los palhas de trapío, mientras a los que «merecen» estar en las primeras filas les regala con benítezcuberos, juanpedros y martínezbenavides, bien a la medida o hasta pasados de medida, porque no se tienen en pie.

Muchos de los que asistieron a estas desdichadas corridas salían de la plaza jurando no volver. Ahora pretenderá el taurinismo que estas cosas se silencien, que se canten sólo las virtudes (¿Qué virtudes, diablo?) pues «el espectáculo no aguanta más palos». Es decir, que no renuncia a poner en práctica sus artimañas, cuantas veces hagan falta, pero pretende que no se resalten, que se den por buenas. Están listos.

Esta podría ser una de las claves para sacar el espectáculo taurino del control absoluto al que la tiene sometido el monopolio empresa Irial. Responderá la afición, que no falta. Falta sentido común para mantener esa afición, y no digamos para incrementarla. Si la fiesta llegara a hundirse algún día, no será porque se diga lo que pasa, sino porque lo que pasa no interesa más que a unos cuantos de los que viven de ella. La fiesta es otra, de mayor emoción, más bella, muy distinta a la que nos ofrecen, desde hace tan tos años, los cuatro o cinco empresarios poderosos que nos ha tocado padecer.

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