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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Por fin, México

LA INMINENTE reanudación de las plenas relaciones diplomáticas con México pone un simbólico punto final a la política exterior del franquismo. La condición de «no beligerante» del régimen durante la segunda guerra mundial, conceptual y políticamente distinta de la neutralidad, las abiertas simpatías de la mayoría de los hombres del sistema hacia la Alemania nazi y la Italia fascista y el envio de la División Azul al frente oriental fueron las causas del aislamiento de nuestro país tras la derrota del eje. No se trató, así pues, de odio o antipatía hacia España, como la propaganda oficial machaconamente repetía, sino del rechazo a un sistema político autocrático que había mantenido estrechas y amistosas relaciones con Hitler y Mussolini.El cerco internacional duró poco tiempo. Los conflictos entre los antiguos aliadoscontra el fascismo no tardaron en surgir. En la estrategia de la llamada guerra fría, la Península Ibérica ocupaba un papel importante. Los justificados escrúpulos que el presidente Carter muestra, a la hora de prestar ayuda a regímenes dictatoriales, no distinguieron a algunos de sus predecesores, demócratas o republicanos, en la Casa Blanca. Y el régimen de Franco entró en el sistema de alianzas norteamericano contra la Unión Soviética. Los países europeos que habían sufrido la ocupación nazi nunca olvidaron totalmente el pasado y vetaron el ingreso de la España franquista en la Organización Atlántica, pero el comercio y la geopolítica permitieron al Régimen jugar el humilde papel de aliado menor y disciplinado.

México, en cambio, no olvidó tan prontamente, quizá porque los miles de exiliados republicanos a los que tan generosamente acogió dentro de sus fronteras eran un testimonio vivo del pasado. Con el tiempo, se reanudaron las relaciones comerciales y los contactos culturales hispano-mexicanos. Pero nunca se restablecieron relaciones diplomáticas, y México mantuvo la ficción de considerar como único poder legítimo al Gobierno de la República española en el exilio.

Forzoso es reconocer que, con el transcurso de los años, esa decisión, fundada en comprensibles razones, no tuvo más fuerza de convicción que la propia inercia. La politica internacional tiene como lenguaje universal el realismo. México,sin embargo, no modificó su posición; y los fusilamientos de septiembre de 1975 fueron incluso motivo para un endurecimiento de su política para con la España de Franco.

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Este es un punto que puede subrayárse hoy: la razón del alejamiento de México no fue el descastamiento de un país que niega parte de sus orígenes, sino la voluntad de un sistema político que,con razones suficientes o sin ellas, niega su reconocimiento a otro. Porque, durante esos cuarenta años, los mexicanos y su Gobierno, demostraron sobradamente su amistad hacia los españoles con la prueba, entre otras, de la generosidad con que fueron recibidos nuestros exiliados.

Para los españoles, la perspectiva de una reanudación de relaciones con México supone una noticia jubilosa y entrañable. México era una herida abierta en nuestra historia. Los errores han sido quizá muchos y las equivocaciones de ambas partes demasiadas. Por eso es preciso celebrar esta nueva etapa previsible de nuestro diálogo y de nuestra amistad.

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