La canción madrileña: una existencia teórica
Cuando se habla de otras canciones, registramos caracteres nacionales (Euzkadi, Cataluña, País Valenciano, Galicia) o tradicionales (Andalucía, Aragón, Galicia de nuevo) muy acusados. Nada de esto tiene lugar en Madrid. Nuestra ciudad lo es de la inmigración, del desarraigo. Las raíces folklóricas se difuminan al llegar a los barrios periféricos, a las fábricas o a los tajos. Los bailes y cantos de Castilla, León y Extremadura no fueron creados para una gran metrópoli. Por otra parte, aquí no existe una burguesía nacional que, como en otros lugares, alumbrara una inquietud ante la defensa del idioma. Por decirlo breve y directamente, la canción madrileña no tenía otro camino en lo conceptual que radicalizarse, si quería separarse de la comercial medio-progre que realizaban por aquel entonces Massiel, Manolo Díaz, etcétera... La enorme lucha se debatía en torno a la búsqueda de identidad.Principios e influencias
Las influencias que recibió la canción cantada en castellano y en Madrid fueron múltiples. Buscó desesperadamente bases sobre las que consolidar su presencia. La mayoría se decantó hacia formas anglosajonas en un principio, mientras la influencia francesa apenas se hizo notar. Así podían escucharse en los colegios mayores versiones sin fin de Bob Dylan, Pete Seger, Joan Baez y, en último y más racial término, de Atahualpa Yupanqui. Eran unos momentos en que la falta de profesionalidad no permitía hacer grandes distinciones entre unos y otros, en que las condiciones técnicas eran menos que mínimas y en los que un recital se convertía en un acto más de contestación. De esta primera época resultan ejemplos clave Chicho Sánchez Ferlosio y Jesús Munárriz. El primero es dudoso que pasara alguna de sus canciones por censura y el segundo fue el iniciador de una línea que llevará posteriormente hasta Las madres del cordero.
Canción del pueblo
La Tragala
Algunos iniciados asistieron el 22-XI-67, en el instituto Ramiro de Maeztu, al primer recital del grupo Canción del pueblo. La composición de este grupo no pudo producir a la larga resultados más heterogéneos.
Manuel Toharia dejó la canción (a pesar de haber grabado hace poco un disco) para dedicarse a la meteorología y al estudio de las setas, Juan Manuel Bravo (Cachas) pasé a formar parte de La Trágala y, posteriormente, junto a Sisa, al grupo progresivo más delirante que haya existido nunca entre nosotros: Música Dispersa. Julia León, por su parte, desapareció, anduvo por Estados Unidos y posteriormente se afincó en Barcelona, desde donde nos mandó un disco que alternaba canciones propias con otras populares. Todos los miembros de La Trágala lo habían sido antes de Canción del Pueblo: Hilario Camacho buscaba por aquel entonces (1968) una identidad y una forma de hacer que poco a poco se va asentando con una cierta claridad. Por su parte, Ignacio Fernández Toca se vio atraído por un cierto espíritu florido que empezaba a llegar de California. Y Elisa Serna. Durante mucho tiempo Elisa ha sido, junto a Paco Ibáñez, una de las pocas figuras que podían equipararse a las catalanas. Encarcelada numerosas veces, prohibida y multada con una continuidad rara, Elisa se convirtió en mito. Mito que volvió a su verdadera dimensión de cantante a raíz del Festival de los Pueblos Ibéricos. Elisa, a lo largo de sus LP's, busca algo sin encontrarlo de una forma definitiva, y ahora se encuentra grabando otro que debiera ser el de su clara proyección de futuro.
La feria, las madres y Santurce
Una de las posibilidades menos, exploradas dentro de la canción popular ha sido el de la sátira.
Apenas La Trinca, en Barcelona, ha hecho algo importante en este sentido. Las Madres del Cordero y posteriormente Desde Santurce a Bilbao Blues Band cubrieron durante un, período desgraciadamente corto este aspecto. El líder de ambos grupos era nuestro compañero Moncho Alpuente. Sus temas se hicieron rápidamente populares, sus actuaciones constituían eventos de desarrollo imprevisible (tan pronto eran insultados como acababan tocando pasodobles) y su papel de generadores de fiesta debió haber tenido mayor continuidad. La canción popular se ha plegado fielmente al ambiente de unos hechos (los que ella canta) que no se prestan demasiado a la juerga. Sin embargo, en nuestra tradición más antigua ya se encuentra la forma de ser efectivo sin provocar un velorio. Es una lástima que no, tengamos en este terreno más que los discos de Vainica Doble; haría falta mucho más.
Los de ahora
Luis Eduardo Aute, pintor precoz, compositor del Aleluya, canción que martirizó (por su repetición en radio) todos los oídos, se ha embarcado en una obra de características unitarias que recorre varios LP's. Intimista por naturaleza, sus temas no han sido nunca de esa clase capaz de arrastrar masas, pero el esfuerzo realizado es más que valioso.
Rosa León ha conocido múltiples dudas, idas y venidas. Rosa avanza en cada disco de su nueva etapa y tal vez su máximo problema sea ahora el de su encasillamiento como ente aparte y discutible. Lo único claro es que, como en el caso de Elisa, son ellas mismas las únicas que pueden dotarse de una coherencia que en este mundo de chaqueteos sigue siendo necesaria.
Víctor Manuel, por su parte, es uno de los personajes más interesantes que pululan por la canción. Víctor ha seguido el camino más difícil: aquel que partiendo del éxito comercial, lleva a una militancia expuesta mil veces, aquel que tira por tierra esquemas preestablecidos y que «lo pone todo mucho más difícil». Sin embargo, el tema Víctor Manuel es lo suficientemente complejo y de fondo como pira tratarlo aparte.
Pablo Guerrero es, sin duda, uno de los poquísimos que han sabido integrar en sus canciones y en sus letras el campo y la ciudad. Desde sus primeros devaneos con textos del gran poeta extremeño Luis Chamizo, Pablo ha desarrollado un trabajo lleno de sensibilidad que no ha sido todavía suficientemente apreciado.
Luis Pastor,. por último, es por así decir, el único. El único en realizar cada vez más una canción urbana, que trata sobre problemas urbanos y que no duda en coger de aquí y de allá para lograr una estética propia. Luis es hoy el cantante madrileño por excelencia y paradójicamente es, como la gran mayoría, inmigrante.
No quiero finalizar sin un recuerdo a una de las bases principales de la canción castellana: los poetas. No podemos aquí señalar siquiera algunos nombres. Su influencia en la canción bien merece un trabajo aparte. Valga por ahora este recuerdo.
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