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Palhas violentos, toreros sin recursos y escándalo

Ayer se celebró la tercera corrida fallera con cinco toros de Palha y uno de Camacho, para Ricardo de Fabra (aviso y silencio, y pitos), Santiago López (bronca y silencio) y Julián García (pitos y bronca). Y dos toros, uno de Los Guateles y otro de Camacho para Alvaro Domecq y Juan Moura, en rejones, que cortaron una oreja cada uno.

La corrida fallera de ayer estaba condenada al fracaso, pues todo su planteamiento había sido un contrasentido. El primero, ya lo dijimos aquí hace unas fechas, considerar valencianos a los toreros de la tema, pues de ellos sólo Ricardo de Fabra ha nacido en esta tierra. Luego, ya eran ganas de tentar la paciencia y una afición que aguanta más las inconsecuencias de la empresa, poner juntos en la misma combinación al mencionado Fabra, con López y García.¿Y quiénes son López y García? Cuando un apellido, por corriente que sea, no suena de por sí, es que el torero no tiene cartel ninguno. Pues ahí tenemos a Fabra (Ricardo), López (Santiago) y García (Julián), metidos en un abono, los tres de atracón, para que el público no tenga unas medianas garantías de que va a ver toreo de calidad y, si no puro, al menos de garra. Y para que las garantías brillaran en absoluto por su ausencia, la pintoresca empresa metió en chiqueros seis Palhas -uno de los cuales fue sustituido por uno de Camacho-, en el momento peor de este hierro en toda su historia.

Y así salió el festejo. Entre sustos y carreras acabó por agotar la paciencia de todos.

Una corrida mansa y violenta; seria, pero dispareja. Salvo quinto y sexto, que tenían faena, fueron toros de peligro, que se quedaban a mitad del viaje, inciertos, en busca de la barriga del torero las más de las veces. El primero, único brocho y romo entre todo un conjunto de cornalones y astifinos, se caía, y Fabra quiso aprovecharlo con el recurso de encimismo. Hubo momento en que el toro achuchó, cayó el torero, y el animalote encima de él, y ambos sobre la arena compusieron una estampa como para irse y no volver más. El segundo, sin fijeza alguna en capotes, desarrolló sentido durante la mala lidia que le dieron y acabó gazapón, sin un pase. Santiago López quiso aliñar, como procedía, y el público, que demostró que no distingue entre el borreguito de carril y el pregonao, le chilló con toda la injusticia del mundo. De media arrancada era el tercero, y Julián García empezó su faena pegado a tablas, con ayudados por alto, de rodillas. En uno de ellos se quedó a merced del toro, que cortaba terreno y se revolvía. La cornada centelleó ante su garganta, pero Santiago López llegó a la carrera, metió el capote y se llevó el animal a los medios. Muy pocos debieron ver el gran quite, que apenas aplaudió. El cuarto, de Camacho, francamente serio, corpulento y cornalón, basto de hechuras, tuvo peligro desde que saltó a la arena, y aquí se produjo la chocante equivocación de tan buen presidente como es el señor Frontera, el cual ordenó cambio de tercio con sólo dos varas. Los aficionados protestaron su precipitación, pero el gentío a quien protestó fue a Fabra, porque intentaba llevar de nuevo el toro al caballo, para un nuevo puyazo, que evidentemente era necesario. El tercio de banderillas fue dramático, por lo entera que estaba la res. Lo protagonizaron los hermanos Capilla, con valor e indudable voluntad, pero sin lucimiento alguno. Y, finalmente, Fabra redujo la potencia del toro con ayudados de castigo y resolvió como pudo -es decir, un pase aquí y otro en Lima, pinchazo y medio aliviándose- su difícil papeleta. Los otros dos toros ya queda dicho que resultaron manejables, pero sus matadores no los supieron aprovechar. Las precauciones dominaron ambos trasteos, muy vulgar el de Santiago López -que no embarcaba al animal en la muleta, se la retiraba de la cara-, tosco como siempre, y a la huida el de Julián García.

Y en estas circunstancias se produjo el escándalo, con los almohadillazos y el griterío. El público lo había pasado mal. Y no rematadamente mal, porque una actuación poco auténtica, aunque espectacular, de Alvaro Dornecq y otra torerísima de Juan Moura, en el capítulo de rejones, provocaron los aplausos, la alegría y las dos únicas orejas de esta tarde fatídica.

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