Sainete trashumante
Este sainete nos cuenta, a lo largo de un viaje por la autopista que lleva desde Madrid a Torremolinos, la toma de conciencia de su protagonista, mecánico de profesión y amador constante en sus ratos libres. Al final, este animal apolítico acabará aceptando el viejo slogan de trabajadores del mundo, uníos, gracias a las experiencias de tal viaje y a sus compañeros de taller, representantes, se supone, de las actuales CCOO.
A través de esta especie de Easy Rider político y a la española, salvando, por supuesto, toda clase de distancias, se pretende mostrarnos cierto rostro de España en el que aparecen turistas, emigrantes, familias de presos políticos, modernos cómicos de la legua, entierros, inventores necios y señoritos andaluces. Lo malo no está en los encuentros en sí sino en la óptica que se les aplica, más cerca de los dramas sociales de Dicenta que del cine, el teatro o la narración actual tal como se siente hoy y tal como se hace. Los personajes, más que españoles de carne y hueso se diría esquemas, tipos, buenos o malos, progreso reaccionarios, vistos de un solo trazo, tal como suelen descubrirse a lo largo de una rápida excursión demasiado apresurada para analizarlos a pesar de las breves paradas que el motorista se ve obligado a hacer a lo largo del trayecto.
El puente
Director: J
A.Barden. Guión de Daniel Sueiro. Javier Palmero, y J. A. Barden. Fotografía: J. L. Alcaine. Música: José Nieto. Intérpretes: Alfredo Landa, Gerrnán Cobos, Manuel Aleixandre, el TEI, etcétera. España 1976. Humor. Local de estreno: Albéniz.
Basado el guión en algunos relatos de Daniel Sueiro, quizá en esos cuentos la evolución del protagonista se justifique más, quizá se vea más clara en la imaginación del lector, en ese otro filme que cada cual va desarrollando a medida que pasa las páginas del libro. Visto en la pantalla fríamente, objetivamente, el personaje encarnado por Alfredo Landa con demasiados kilos para tales avatares, con demasiada grasa para tanta conciencia política, es difícil aceptar su trayectoria por mucho que se nos justifique en el diálogo.
La verdad es que su personalidad, tantas veces repetida, acaba por imponerse de igual modo que la buena técnica de Barden luce más a sus anchas en el viaje de vuelta sin encuentros, ni diálogos, brillando por sí misma, pero incapaz también de hacernos creer tampoco en la apresurada conversión del protagonista.
Una acertada fotografía y una música excelente realzan este puente tendido hacia el país de las buenas intenciones, los honrados propósitos y el teatro de antaño en donde Juan José reposa, quizá bendiciendo con el recio ademán de los obreros de su época a estas nuevas generaciones que en el filme acaban por captar a Landa haciéndole olvidar sus ligues y sus viajes a cambio de más honradas reivindicaciones laborales.
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